Obviada por la crítica musical y por sus pares cumbieros en los seis años que duró su carrera, Myriam Alejandra Bianchi Scioli, su nombre de nacimiento, se convirtió después de morir en una de las reinas de la cumbia latinoamericana. Con sus característicos pasos de baile y un carisma angelical sobre los escenarios, Gilda se consagró entre el público como artista, pero también como una santa popular. Aquí la historia de sus milagros y los hechos que la convirtieron en casi una divinidad.
Era el 7 de septiembre de 1996 y Gilda emprendió su último viaje. En el kilómetro 129 de la Ruta Nacional n°12, el impacto de un camión hizo volcar al bus en que viajaba para dar un show en la provincia de Entre Ríos, al norte de Buenos Aires.
Esa madrugada lluviosa de septiembre, en la conocida Ruta de la Muerte, murieron seis personas: Gilda, su hija, su madre, tres miembros de su banda, y el chofer. Con ella murió una parte de la cumbia argentina, de la cultura popular trasandina, pero también nació una santa que hoy es objeto de devoción no sólo en el país de al lado, sino que en toda Latinoamérica.
A un costado de la carretera en la Ruta n°12 de Entre Ríos, se encuentra el santuario en el que la intérprete de No me arrepiento de este amor y Fuiste es homenajeada como si el lugar hubiera sido testigo de una aparición divina. En el terreno que alcanza las dos hectáreas, la atracción principal es el bus en el que viajaba la cantante, o más bien, lo que queda de él. Ahí entre fierros chamuscados y una carcasa oxidada, se levantan dibujos de su cara, coronas de flores y lienzos con su nombre.
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Unos metros más allá se levanta una casa que funciona como una animita donde sus fieles van a pedirle milagros o a agradecérselos con cientos de ofrendas. Allí hay incluso un altar donde resalta la figura de yeso que recrea la imagen de Gilda en la portada de su disco Corazón Valiente (1995): usando un vestido azul y una corona de flores mientras sostiene un ramo de los mismos colores que adornan su cabeza.
Este santuario no se erigió como atracción turística a pesar de las miles de visitas que recibe al año, sino como el pago de una manda. Su fundador y dueño del terreno, Carlos Maza, encomendó a uno de sus hijos que sufría cáncer, luego de ver en la televisión a una mujer que aseguraba que su madre había sido curada por Gilda. Antes de existir esta gruta, en el lugar sólo había un tronco con una foto pegada y una placa con su nombre: “Yo no hice un santuario, ese nombre se lo pusieron los medios, la gente. Mi objetivo era hacerle un monolito, un lugar donde poder recordarla”, contó Maza a varios medios argentinos en 2016.
Carlos no era fan de su música. Es más, Gilda llegó a su vida luego de su fallecimiento ya que tenía una sobrina que formaba parte de uno de sus fan clubs. Con un hijo pequeño que enfrentaba su cuarta cirugía por un cáncer, no le quedó otra que confiar en los supuestos poderes sanadores de la reina de la cumbia y le pidió que lo sanara. En agradecimiento por el favor concedido, él se comprometió a adornar el lugar y hacerle una animita.
Con la llegada de cientos y luego miles de personas encomendadas a la cantante desde todos los rincones de Latinoamérica y el mundo, tuvo que construir un galpón para albergar todas sus muestras de cariño. La recepción fue tan positiva, que terminó comprando el terreno: “No tengo una explicación. Simplemente me aferré a eso, a prometerle que si mi hijo salía bien yo me iba a encargar de que su lugar estuviera siempre lindo. Hoy pienso que todos tenemos una misión“, explicó Maza sobre cómo esta manda agarró tanto vuelo. En la actualidad su hijo tiene más de 30 años, está sano y hace poco le dio un nieto. Incluso participó del documental más reciente de la cantante, pero se mantiene lejos del ojo público.
Como si hubiese sido una premonición de su fatal destino, la última canción que Gilda compuso fue No es mi despedida. Este tema que se encontraba grabado en un casete que llevaba en su equipaje el día que murió, no alcanzó a ver la luz mientras estaba viva pero fue para sus fanáticos una especie de carta para decir adiós. Su demo fue arreglado después de su muerte por el ex tecladista de la banda (que sobrevivió al accidente) junto a su manager. De hecho, para que la canción llegara a oídos del público -según la versión del que fue su representante- el casete tuvo que ser rescatado entre los restos del lugar donde el bus volcó, como si hubiera sido el primero de sus milagros.
“No pienses que voy a dejarte, no es mi despedida”, cantaba Gilda al ritmo de la cumbia poco tiempo antes de morir. Con esas palabras pareciera ser que la estrella argentina sabía que esa no era su muerte definitiva, porque de alguna forma, tenía la certeza de que transformaría en leyenda.