Crear una barrera para que el virus no pueda afianzarse en las vías respiratorias, es la promesa de las vacunas nasales contra el COVID-19, que pretenden prevenir la infección bloqueando el virus en su punto de entrada.

Todavía no hay una vacuna nasal contra el COVID-19 disponible y no está claro si la habrá o cuándo, pero varios equipos de investigación alrededor del mundo están trabajando en ellas. Los científicos rusos están probando una forma nasal de su vacuna Sputnik V en voluntarios adultos, y los investigadores de la India han obtenido la aprobación para un ensayo de fase 3.

Muchos investigadores están entusiasmados con la perspectiva de las vacunas nasales para el COVID-19. “Sí, con un signo de exclamación”, dice Troy Randall, inmunólogo de la Universidad de Alabama en Birmingham, cuando se le pregunta si vale la pena explorarlas.

En países donde la tasa de vacunación es alta, esta inmunización vía nasal se utilizaría principalmente como vacunas de refuerzo, y algunos equipos de investigación las están estudiando específicamente en esta capacidad. Pero si resultan eficaces y se autorizan, también podrían dar más opciones a los niños pequeños y a las personas que temen las agujas.

Las vacunas que hoy en día combaten el COVID-19 funcionan mediante la introducción en el organismo de material genético del virus del SRAS-CoV-2, enseñando al sistema inmunitario lo que debe hacer si se enfrenta al virus real. Y si bien han sido un factor clave para prevenir la enfermedad grave y la muerte, no han tenido los mismos resultados al momento de bloquear las infecciones, en particular contra el altamente contagioso Omicron.

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En teoría, las vacunas nasales podrían prevenir muchas infecciones al conferir inmunidad “local” donde más se necesita: la nariz. Si funcionara, una pulverización cubriría las vías respiratorias superiores con defensas similares a las generadas por el cuerpo tras un roce con el virus real, dice el Dr. James Crowe, director del Centro de Vacunas de la Universidad de Vanderbilt.

Se obtiene la mejor inmunidad frente a los virus patógenos imitando, en la mayor medida posible, la infección real sin provocar la enfermedad“, afirma Crowe. “Detener un virus en su camino, justo en la puerta de entrada, es muy atractivo”.

Si se hace bien, dice Crowe, las vacunas nasales podrían ser muy eficaces, pero desarrollarlas es difícil. Suelen utilizar formas vivas pero debilitadas de un virus, lo que introduce un reto de “Ricitos de Oro”, dice Crowe. Si se debilita demasiado el virus, la vacuna no funcionará; si no se debilita lo suficiente, podría sobreestimular el sistema inmunitario y provocar efectos secundarios. El equilibrio tiene que ser perfecto.

Además, la nariz es un entorno muy diferente al del músculo deltoide, donde se suelen poner las vacunas. Es una línea casi directa con el cerebro, lo que claramente requiere un conjunto diferente de precauciones y grandes ensayos clínicos, algunos de los cuales están en marcha, porque sin esos datos es imposible llegar a las conclusiones necesarias para aprobar su uso.

Hasta ahora, las vacunas COVID-19 han resistido bien las nuevas variantes, proporcionando una fuerte protección contra la enfermedad grave y la muerte. Sin embargo, Omicron ha sido la mejor variante hasta el momento en esquivar la inmunidad adquirida por la vacuna, provocando un número récord de casos y poniendo a prueba el sistema sanitario. Esto subraya la necesidad de una herramienta que pueda prevenir tanto las infecciones como las enfermedades graves.