Este año las imágenes de migrantes dejando sus hogares para buscar nuevas oportunidades, cruzando la frontera a pie, mientras una sociedad xenófoba se resiste a su llegada, han llenado los portales de noticias. Y no solo se encuentran con eso: sino con un país polarizado y donde la tasa de desempleo llega al 7,3%. ¿Cuál es la promesa de Chile? El doctor en historia Fernando Wilson intenta responder esta pregunta.

El pasado 8 de octubre de 2019, el presidente Sebastián Piñera declaró en televisión abierta que “en medio de una América Latina convulsionada, Chile es un verdadero oasis”. Solo bastaron unos días para que, el 18 de ese mismo año, diversas protestas se masificaran en todo el país, las cuales partieron con el propósito de reclamar por una subida de $30 pesos en el pasaje de metro, pero que se extendieron a más tópicos, tales como el medioambiente, el acceso a la salud y el sistema de fondos de pensiones, entre muchos otros. “No son $30 pesos, son 30 años” se convirtió en una de las frases más recordadas de aquella instancia. 

Pero a pesar de que la ciudadanía chilena evaluó a su mandatario con un 15.9% y un 21% de aprobación en las últimas encuestas Pulso Ciudadano y Cadem, respectivamente, el país sigue siendo un destino predilecto para los migrantes de otros territorios sudamericanos.

Según un informe del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) publicado el 29 de julio de 2021, la población extranjera residente en Chile llegó a 1.462.103 en 2020, mientras que la mayoría de los casos registrados provienen de Venezuela (30,7%) y Perú (16,3%), una situación que se ha acentuado durante los últimos meses con las imágenes de personas cruzando la frontera y el reciente decreto de Estado de Excepción en las provincias de Arica, Parinacota, Tamarugal y El Loa, con el objetivo de regular este escenario en la zona norte.

El doctor en Historia y cientista político especialista en relaciones internacionales de la U. Adolfo Ibáñez, Fernando Wilson, explica el concepto de la migración desde dos perspectivas, el push y el pull. El primero hace referencia a los estímulos que “empujan a la gente”, mientras que el segundo se refiere a los que la “atraen”.

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Según relata en entrevista con POUSTA, “en este caso vemos que en términos comparativos a nivel regional, el push venezolano, es decir, la fuerza que los obliga a salir de ese país, es mucho más fuerte que la reducción o incremento del pull chileno respecto a cualquier circunstancia”.

¿Anteriormente se ha visto una situación migratoria de este tipo en Chile?

“No. Este es un fenómeno nuevo, porque tiene una plataforma que también es nueva, como es una situación comparativa de bonanza económica que no se reparte en el resto de la región. El atractivo que el país ofrece hoy es una economía más próspera que la de los vecinos, por lo que pueden encontrar trabajo de forma relativamente rápida y efectiva, ya que además está el hecho de que tienen comunidades específicas y que proveen redes a los que llegan. Es decir, el gran desafío para buena parte, no de todos, ni me atrevería a decir que de la mayoría, está en llegar a un lugar con lazos de acogida”.

Los habitantes de la zona norte denuncian que hay escaso control en la frontera, ¿cómo evalúa este escenario?

“Al no existir una cultura de migración, salvo casos específicos como los croatas en Iquique y Punta Arenas o los alemanes en Valdivia, que fueron procesos gestionados desde el Estado, no existe la experiencia ni estatal, ni privada, ni social en el país para enfrentar una oleada de migración de estas características. Por lo tanto, nuestra sociedad y Estado, que en general se han caracterizado por ser pobres, más que tener herramientas para distribuir riqueza, las tiene para contener la pobreza. Esto escapa a los marcos conceptuales en los cuales funciona el Estado de Chile”.

¿Y en el ámbito sociopolítico?

“Tenemos un problema que es la pelea política, que en términos prácticos ha trancado el sistema. Desde los planteamientos más abiertos hasta la visión más dura que plantea un cierre, ambas perspectivas representan una mirada de inocencia importante, porque claramente la realidad está más o menos a la mitad. Existe un esquema de maniqueo de ‘buenos’ y ‘malos’, un diálogo fallido que termina llevándonos al desastre, como lo que vimos hace dos semanas atrás con la muerte de Byron Castillo”.


¿Cómo se traspasa esta polarización a la representación pública?

“La tragedia de esta situación es que estas peleas normalmente lo único que generan es la aparición de grupos populistas, nacionalistas y xenofóbicos que terminan llegando al poder. Como Orbán en Hungría y Kaczynski en Polonia, que son personajes que no les tiembla la mano en cerrar, poner rejas y disparar. Es decir, al no ofrecer una respuesta coherente desde la racionalidad política, le abres la puerta desde la perspectiva del miedo y la sensación de fragilidad a fuerzas extra-sistémicas que se vuelven radicales”.

Vimos imágenes de protestas en las que incluso se queman las pertenencias de migrantes, ¿cómo evalúa estos hechos?

“En términos prácticos, los sentimientos xenofóbicos normalmente se concentran en  sectores que han conseguido cierta mejoría en su calidad de vida, pero que la perciben como extremadamente frágil. La llegada de migrantes, que muchas veces están dispuestos a trabajar por menos dinero y que eventualmente pueden ser más responsables, es percibido naturalmente como una amenaza. Ahí se despierta toda una serie de fantasmas, surge el ‘ellos’ y el ‘nosotros’ e inicia una fijación no en los aportes que hacen, sino que en los pesos que pueden traer a la sociedad”.

Recientemente se publicó en el Diario Oficial el reglamento de la Ley de Migración y Extranjería, el mismo día en que el ministro Delgado viajó con el subsecretario Galli a Antofagasta para conversar con el gremio de camioneros tras la muerte de Byron Castillo. ¿Por qué no se hizo antes?

“Porque el sistema político chileno tiene esas visiones polarizadas. Para cierto grupo, toda migración es buena, mientras que por el otro lado, tienes una visión xenofóbica que considera que todo extranjero es malo. Cuando tienes perspectivas ideológicas que no buscan una solución racional, sino que básicamente tratan de imponerse, estás trasladando el tema de la migración a simplemente la querella política institucional en la que estamos metidos hoy, en donde no se comprende que este es un tema transversal que afecta en forma completa tanto a los migrantes y como a toda la sociedad chilena”.

Desde la perspectiva internacional, ¿por qué medidas se podría optar para enfrentar esta situación?

“Existe experiencia masiva respecto a esto en los Estados europeos del sur, como España, Portugal, Italia y Francia. En todos esos países tenemos embajadas grandes, bastarían un par de llamadas telefónicas entre diplomáticos para pedirles apoyo y preguntarles cuáles han sido sus experiencias y cómo han manejado estos temas. Podrían ofrecer bastante orientación, pero acá se ha tomado desde una perspectiva ideológica y sin generar un diálogo racional que conduzca a una respuesta o solución”.

¿Y en América Latina? ¿Se han tomado acciones de este tipo?

Sí, pero son de orden técnico, no es una conversación que considere el carácter político que necesariamente tiene que tener. Eso se debe a los muy diferentes signos de los gobiernos: Brasil con Bolsonaro, Argentina con Fernández, Chile con Piñera y Perú con Castillo. Son países que no tienen las estructuras ni capacidades para llegar realmente a una negociación, lo mismo con Bolivia. Además, son todos gobiernos con severos problemas internos y de gestión, por lo que se genera una tensión en la que gana la coyuntura y estos temas que son necesariamente estratégicos no son tratados de forma estructural”.