Apenas se implementó el mandato de vacunación, un sector de la población comenzó a rebelarse: ¿Qué derecho tenían los legisladores de imponerles qué hacer con sus cuerpos?, fue uno de los tantos cuestionamientos que manifestaron.

Este grupo de personas comenzó a preocuparse de que las vacunas fueran peligrosas, o que los hubiesen utilizado como conejillos de indias ––¿Qué prueba tienen de que la fórmula en la jeringa funciona?

Las protestas empezaron junto a las columnas de opinión y los padres evitaban vacunar a sus hijos, ¿cómo lo lograban? Con cambios en sus registros de domicilio, certificados falsos e incluso con intentos por revertir el proceso de vacunación una vez inoculados sus hijas o hijos.

Suena como un cuento actual sobre el Covid-19, con una minoría de opositores organizando mítines y presentando demandas a lo largo de Estados Unidos u otro país. Sin embargo, el escenario es del siglo XIX en Inglaterra. El detonante fue la orden de vacuna obligatoria contra la viruela para todos los niños.

“Tan pronto como se introduce este mandato, es cuando tenemos un movimiento organizado contra la vacunación”, relata Nadja Durbach, profesora de historia en la Universidad de Utah para Vox. “Ahí es cuando la gente dice: ‘No puedes decirme que le haga esto a mi hijo.”

La historia de la viruela es un recordatorio de que, aunque parezca algo nuevo, los movimientos antivacunas son tan antiguos como la misma vacunación.

Foto: Ted S. Warren / AP.

Las razones que presentan estas personas para oponerse a las vacunas no han cambiado: preocupación por los efectos secundarios, preferencias por los remedios naturales, temor al sobrepaso de las atribuciones que el gobierno ejerce frente a ellos. 

El escenario actual es un capítulo más de los cientos de años de historia sobre vacunas y enfermedades infecciosas.

“Si realmente quieres que la gente se sume a la salud pública y sus medidas, debes abordar las fuentes de desconfianza”, sentencia Maya Goldenberg, profesora de filosofía en la Universidad de Guelph y autora de Vaccine Hesitant: Public Trust, Expertise, and the War on Science.

Médicos, líderes religiosos y distintas entidades en terreno que construyen relaciones con los pacientes tratan de batallar las teorías conspirativas y ganar la confianza de una comunidad que ha enfrentado discriminación por parte de las autoridades encargadas de proteger su salud.

Las vacunas son tan viejas como las dudas en torno a ellas.

“Todo el concepto de vacunación se deriva de una práctica centenaria llamada inoculación o variolación”, explica Durbach. “La idea era esencialmente darte la viruela para que pudieras controlar la gravedad y el momento de la enfermedad.” 

La inoculación se practicó en el Medio Oriente, China y otros lugares durante cientos de años antes de llegar a Europa, y finalmente fue introducida en Inglaterra por Lady Mary Wortley Montagu, la esposa del embajador británico en el Imperio Otomano, en el siglo 18.

Los métodos de inoculación variaban: en un comienzo los médicos insertaban una pequeña cantidad de costra de viruela preservada debajo de la piel de un paciente sano para darle a esa persona una dosis controlada de la enfermedad. 

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“El método fue bastante efectivo”, continúa Durbach, “especialmente entre los ricos que podían permitirse el lujo de registrarse en una instalación especial donde serían atendidas y cuidadas mientras esperaban que la infección se eliminara.” 

Sin embargo, durante aquel siglo, entre el 2 al 3 por ciento de las personas contraían viruela severa y morían a causa de la inoculación. Además, la viruela contraída a través de la inoculación todavía era contagiosa y podía causar brotes no deseados o contraer otra enfermedad como la tuberculosis a partir de la inoculación.

La solución fue la vacuna contra la viruela, desarrollada por Edward Jenner en la década de 1790. 

Jenner descubrió que las personas que contrajeron la viruela bovina, un virus transmitido por el ganado, eran inmunes a la viruela. Con aquella información desarrolló una vacuna utilizando el pus del ganado infectado: la palabra “vacuna” proviene del latín vacca en honor a este suceso.

La viruela bovina es extremadamente leve en humanos, lo que hace que la nueva vacuna (al menos en teoría) sea mucho menos peligrosa que infectarse uno mismo intencionalmente con viruela. La viruela bovina tampoco se propagó de persona a persona, eliminando el problema del contagio.

Sin embargo, durante décadas, la nueva vacuna y la técnica más antigua y familiar coexistieron en Gran Bretaña, recuerda Durbach. 

En 1840, el gobierno británico decidió anteponer la vacunación a la inoculación. Primero, los funcionarios del gobierno intentaron ofrecer la vacuna de forma gratuita en los asilos públicos. Encontraron resistencia, ya que los asilos eran vistos como lugares de indigencia y desesperación. 

“Sería como decir que el único lugar donde podría obtener una vacuna gratuita es si fuera a una oficina de asistencia social”,
explica Durbach.

Entonces, en 1853, aquel gobierno hizo obligatoria la vacuna. Fue entonces, según Durbach, cuando comenzó el movimiento organizado contra la vacunación. Aquel sector se opuso a la vacuna por motivos que ahora podrían denominarse libertarios, y manifestaron que el gobierno no tenía por qué decirle a la gente cómo cuidar su salud.

Foto: Matt Rourke / AP.

Otros tenían preocupaciones religiosas o ideológicas. Los seguidores de la medicina naturopática o alternativa, por ejemplo, se oponían a todos los tratamientos médicos tradicionales (muchos de los cuales eran realmente tóxicos), utilizaban tratamientos alternativos a base de plantas o agua y creían en la necesidad de mantener el cuerpo puro. Para este grupo, la vacunación era “simplemente otra forma de medicamento tóxico que entraba en su cuerpo”, concluye Durbach.

La vacuna fue muy eficaz, y la tasa de mortalidad por viruela entre los niños se redujo en un 50% en los años posteriores a la aprobación del mandato.

Sin embargo, la forma en que se administró tenía sus propios problemas. Los funcionarios de salud pública usaron lancetas o dispositivos de escarificación equipados con cuchillas que “disparan y hacen estas incisiones múltiples al mismo tiempo”, dijo Durbach. 

Aún no se entendía la importancia de esterilizar los instrumentos y, a menudo, usaban el mismo instrumento para vacunar a varios niños seguidos, lo que provocaba infecciones.

Todo esto condujo a un intenso sentimiento antivacunas, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos. Los activistas antivacunas británicos en realidad enviaron representantes a los Estados Unidos, donde las ciudades estaban introduciendo sus propios mandatos de vacunas, para ayudar a lanzar un movimiento similar allí. 

La oposición a la medicina organizada y un enfoque en la pureza y la evitación de las “toxinas” ganó popularidad en los EE. UU. Una actitud similar fue difundida en Francia, Canadá y otros lugares; un “movimiento internacional contra la vacunación tomó forma en el siglo XIX”, expone Durbach.

No solo los médicos pueden forjar estas relaciones. Grupos comunitarios y negocios, desde iglesias hasta barberías, que ya tienen una relación con la gente en su área, han llevado a cabo exitosas campañas de divulgación de vacunas en los últimos meses. 

“Buscar socios comunitarios que tengan relaciones duraderas en las comunidades es realmente importante”, explica Rachel Villanueva, presidenta de la Asociación Médica Nacional, que representa a los médicos afroamericanos y sus pacientes.

Ya sea en el siglo XIX o en la actualidad, no debería sorprender que las vacunas, más que otros avances médicos, requieren confianza y conversación, y en ocasiones inspiran una intensa resistencia.

La creación del Servicio Nacional de Salud en Reino Unido pasó de ser “una sociedad en la que la clase trabajadora se siente atacada por el gobierno y la medicina” a una en la que “la gente recibe atención médica por primera vez de forma gratuita”, dijo Durbach. 

La creación del SNS ayudó a marcar el comienzo de un “cambio cultural profundo” en el que “las personas desconfían mucho menos de las cosas proporcionadas por el gobierno”, incluidas las vacunas.

“Las personas están sanas cuando se las das, y les pides que acepten esto para protegerlas de un peligro que les puede pasar o no”, reflexiona James Colgrove, profesor de Ciencias Sociomédicas en Columbia y autor de State of Immunity: The Politics of Vaccination in Twentieth-Century America.

“Los beneficios que promete son invisibles”, agrega Colgrove, “cuando tienen éxito, no te das cuenta”.

El desafío, entonces, es convencer a las personas de que confíen en el sistema de salud pública lo suficiente como para que acepten un tratamiento cuyos beneficios tal vez no vean de inmediato, o nunca. 

La historia muestra que esa confianza es posible, pero hay que ganársela. Y cuando esa confianza se rompe, puede llevar generaciones repararla.