Es una de las celebridades de internet más controversiales, pero poco se sabe sobre su origen. En parte porque, aunque ella registra casi todo lo que hace a diario, también hay algo que no publica. Quiere olvidar una infancia marcada por las carencias, el maltrato y el abuso. Hoy se arrepiente de las polémicas que ha protagonizado y está en el difícil camino de dejar el consumo de drogas y la vida de noche. Incluso hizo un compromiso con ella misma: encontrar en sobriedad a Nayadeth, la mujer detrás del personaje.
Fotos por Camila Castillo Ibarra (@camilaconleche)
Aunque esté con mascarilla, Nayadeth, conocida como Naya Fácil, es identificada por sus seguidores. No da un paso en la calle sin que alguien salte con el celular y le pida una selfie. Ella nunca dice que no. “En el mall no puedo caminar (se ríe), pero ya estoy acostumbrada a esto”.
Si bien su información personal está en internet, Naya sólo responde cuál es su nombre de pila. No dice el nombre de la ciudad en la que nació, ni sus apellidos. Mucho menos el nombre de sus papás. Lo único que dice es que vivió en una casa muy precaria al sur de Chile, que se colgaban de la electricidad, que hasta los 16 años se bañaban con baldes porque no tenían ducha y que desde que tiene memoria contaba los días para tener la mayoría de edad y abandonar su hogar.
“No tengo buena relación con mis padres”, sincera, “estoy viendo con un abogado cómo cambiar ambos apellidos y ponerme uno en el cual yo pueda sentirme con las ganas de decir “Me llamo Nayadeth, apellido tanto”, me cuesta incluso escribirlo. Nunca lo digo. Lo oculto”
Cuenta también que terminó cuarto medio en un liceo técnico y que hizo la práctica en administración de empresas. “Yo quería ser bailarina, ese era mi sueño de toda la vida. Me metí a un grupo de folclore y mis papás me sacaron porque me dijeron que eso no servía para nada”. Dice que la querían meter a la Escuela de Carabineros y que ella siempre se sintió distinta.
¿Distinta a quién?
“A mis otras compañeras. Yo recuerdo que teníamos 12 años y ellas jugaban a la ronda, a las escondidas, y yo sentía que perdían el tiempo, que eran tonteras. Yo me mentalicé: quería plata. Mi sueño era tener una casa linda, mía, no tenía tiempo que perder, tenía que salir de ahí”.
Su característica carcajada se apaga cuando recuerda a Nayadeth chica. “Hubo mucha violencia y maltrato. Me pegaban mucho. Me hice pipí en la cama hasta los 15 años, nunca supe por qué, y por eso me pegaban con el cinturón hasta dejarme tiritando de dolor. Esas son cosas que a veces quisiera olvidar”.
Ella describe unas especies de flashbacks sobre comportamientos inapropiados de índole sexual de su progenitor. “Él hizo cosas que no están bien y eso no lo cuento en mis redes sociales, porque no quiero ver comentarios. No quiero que nadie opine, porque eso me dolería, pero soy una sobreviviente. Mi mamá me preguntó muchas veces si yo estaba bien, me decía que me encontraba extraña, yo no decía nada. Callé. Esta es la primera vez que lo cuento”.
Recuerda que en su cumpleaños número catorce sintió una satisfacción enorme porque hacía una cuenta regresiva hacia sus dieciocho. “Me repetía todos los días ‘Naya, cada vez queda menos’”, y eso, como una especie de mantra, la mantuvo esperanzada.
Pero también, a los catorce conoció el mundo del internet y se hizo una cuenta en Facebook. En ese momento nació Naya y empezó a morir Nayadeth. “Yo fui trabajadora sexual, ya no. Pero lo primero que hice fue para redes sociales, y a los 14 conocí el dinero, comencé a agarrarle cariño a eso. Yo no perdí la virginidad por amor, como uno lo ve en las películas”, cuenta.
Cuando llegó el momento de su mayoría de edad, dice que los planetas se alinearon, sus papás se separaron y se vino junto a su mamá y su hermana a Santiago. Arrendaban una habitación en la casa de un tío.
“Era una pieza enana y muy cara. Ahí teníamos una cocina, nuestra ropa, nuestro mundo entero. Todo cabía en esa pieza. Ahí hacíamos nuestra vida las tres. Mi mamá salía a trabajar, mi hermana se iba al liceo y yo me quedaba sola. Por seis meses no salí de la casa, llegar a Santiago fue muy fuerte, yo no sabía qué hacer con mi vida, sentía que no era buena para nada. Incluso tomé un curso de uñas y corte de pelo. Veía que todos tenían una dirección en la vida y yo me sentía súper perdida. Entré en una depresión”, cuenta.
Durante años, la identidad tras la cuenta de Naya Fácil se mantuvo en misterio. Ella dice que la mayoría de sus seguidores eran hombres y que cuando llegó a la capital tenía 250 mil followers. Hasta que se viralizaron los videos con contenido sexual que ella vendía y por los que ella siente que la sociedad la castigó.
“La gente no sabe la historia que hay detrás de esto, pero con esa plata ayudé a mi mamá a pagar el arriendo. Si no lo hacíamos nos quedábamos en la calle. Era nuestra única salida”, dice.
El precio difícil
El día que se sinceró con su mamá, fue una de sus últimas conversaciones profundas con ella. “Lloró muchísimo. Se decepcionó, me quería pegar. Pero yo le dije ya cuando estaba generando dinero en eventos, cuando me había retirado del trabajo sexual, pero los videos seguían circulando”, recuerda.
“Me preguntó que por qué había tomado ese camino fácil, pero el trabajo sexual no es fácil. Te utilizan. Llega un hombre, te paga un servicio y se siente con el derecho de tratarte como quiere. A veces con agresiones o maltrato psicológico. Llega mucha morbosidad, uno ve cosas que no se puede ni imaginar. Muchas veces rechacé a hombres con fetiches enfermos, que querían pagarme 300 mil pesos por sólo tener una conversación donde yo actuara de niña chica”
¿Sentiste miedo por tu vida?
“Sí. Alguna veces me junté con hombres que no quisieron pagarme servicios e hicieron conmigo lo que quisieron. Me juntaron las muñecas con violencia. Me hicieron daño”.
¿Trabajaste con intermediarios?
“No. Siempre lo hice sola, porque no confiaba en nadie. No confío en nadie. Mi mamá y mi hermana pensaban que yo siempre estaba en al casa, pero yo salía a trabajar y en un cuaderno había dejado escrito algo que decía ´si me pasa algo, yo me dedicaba al trabajo sexual’ porque sabía que podía no volver. Que era peligroso”.
¿Volverías a trabajar en esto?
“Sólo ante una emergencia. Es un trabajo que te minoriza mucho. Te hacen sentir que sólo sirves para eso. Hay hombres que te dicen ´así nadie te va a querer’, por eso no he tenido una pareja seria nunca. Uno atiende tantos hombres en la vida y uno empieza a creer que son todos así. Cuando conozco a algunos me doy cuenta de que son del mismo tipo que mis clientes. Nunca he conocido a un hombre que me invite a un café o a salir a caminar. Siempre lo hacen con segundas intenciones. Yo ya dejé de creer. Siempre están esperando que haya sexo de por medio. Ningún hombre se ha interesado en mi pasado. Ninguno me pregunta cómo estoy”.
El reencuentro con Nayadeth
Naya se ve distinta a sus fotos de hace un par de meses. Anda con el pelo rubio, perfectamente peinado, y un abrigo largo, elegante. Sabe que ha sido una figura polémica y que la exposición le pasó la cuenta. Tocó fondo con la llegada de la pandemia. “Yo vivo sola y pucha que es difícil. Después del carrete yo llegaba a mi casa y a diferencia de mis amigos, que encuentran un plato de comida, un abrazo de un familiar, yo me encontraba sola”.
Hace un par de meses viajó a Colombia y se operó: se hizo una abdominoplastía, lipo en los brazos, abdomen y espalda. Además de sacarse la papada y un implante de mentón. “La única cicatriz que tengo en mi cuerpo es la de esa cirugía, que me cruza de lado a lado, y me arrepiento. Fue un error. Hay que estar bien de la cabeza para intervenirse. Yo lo hice porque quería comenzar de cero, quería una nueva oportunidad. Pensé que viéndome distinta las cosas iban a cambiar”, dice.
Viajó sola. Era la primera vez que salía de Chile. Y minutos antes de entrar al pabellón empezó a llorar. Se vio lejos de la casa, sin nadie, la idea de que podría morir en la cirugía la llenó de pánico. “Pensé en mi hermana. Yo vivo por ella. Ella es mi mundo, todo lo que tengo. Ella me enseñó a ser vegetariana. En el sur es normal que uno vea cómo crían los animales para matarlos. Yo misma sé lo que es clavar un cuchillo a un animal. Mis papás me obligaron. La gente los cría, les da amor, para después hacerlos sufrir. No me gusta eso”.
Hace poco Naya empezó una especie de bitácora en redes sociales en las que se sinceró con sus facilines y habló sobre el consumo problemático de tusi. Para el momento de esta entrevista, Nayadeth llevaba 25 días sin consumir, ni salir a fiestas.
Conocido también como la cocaína rosa, este derivado de la ketamina se está convirtiendo en un dolor de cabeza para gobiernos latinoamericanos y, por supuesto, para Chile. Según datos de la PDI, consignados por una investigación de La Tercera, el tusi incautado en 2019 fue de 801 gramos, mientras que en 2021 la cifra se elevó a los 4.500 gramos.
“Yo soy consciente de que tengo una adicción. La primera vez que lo probé no la recuerdo. Intenté hacerlo, pero sé que fue en pandemia. Empecé a consumir tusi y dejé de tomar. Primero fueron algunas veces y después ya era algo de todos los carretes. Yo nunca he comprado una droga eso sí, a mí me la regalaban”, relata.
Dice que después de una semana perdió el control sobre el consumo. “Esto estaba en todos lados”, cuenta. “Pasaron los meses y yo no lo estaba disfrutando ya, me transpiraban las manos, me angustiaba, me desesperaba. Esto es una enfermedad”, dice. Naya cuenta que en un momento la angustia era tanta que la primera inhalación la hacía a las 8 de la mañana. Antes del desayuno. “En un momento empecé a escuchar sonidos. Llegaba a la casa con miedo”.
¿Estás recibiendo ayuda?
“No, lo estoy haciendo sola. Siempre me ha costado pedir ayuda. Pero lo haré si es necesario. La primera semana fue la más difícil, tuve un ataque de angustia en un taxi. Fueron los seis minutos más largos de mi vida. Un domingo publiqué un video en el que conté esto y muchos amigos me invitaron a salir. Tuve que dejarlos de seguir a todos. Mis cercanos pensaron que estaba enojada. Dejé de responderles. Mi hermana se fue a quedar conmigo. Ella no entendía nada, no sabía que consumía. Pero la única forma de mantenerme lejos de esto, es manteniéndome lejos de los carretes”
Naya dice que está intentando mantenerse ocupada y que se llena de compromisos: entrevistas, sesiones de fotos, reuniones sobre nuevos proyectos laborales que la tienen entusiasmada, todo para no volver a caer. “Y pienso en mi hermana y todas las cosas que he ganado desde que estoy sin consumir. Yo no voy a volver atrás. Es una promesa conmigo misma”, dice.
Naya cuenta que ensaya frente al espejo. Que quiere hablar bien. Que quiere que la gente la recuerde como una mujer alegre y que aunque enfrentó muchas cosas, ella logró anteponerse y ser feliz. Que salió adelante.
Empieza este viaje sola otra vez: “Sé que tengo mucho que sanar (…) Yo sólo quería que las cosas fueran fáciles y sencillas para mí”.