No da un paso sin antes consultarlo con sus antepasados. Es gracias a estos seres espirituales que ha superado distintos obstáculos, cuenta ella. Con ellos en mente se sobrepuso a la discriminación cuando dejó Camiña y se fue a la ciudad. La han acompañado en su labor como madre, abogada y ahora como convencional. Lejos de casa, en esta entrevista Isabella Mamani comparte su primera vez viviendo el Inti Kuti desde la capital y analiza la deconstrucción de su pueblo.
Fotos por @Valentinabird en instagram
Isabella Mamani siempre ha sido diferente. La primera vez que la constituyente aymara se dio cuenta de eso fue a los diez años. Desde Camiña, un pueblo desértico con palmeras en la precordillera de Iquique, bajó junto a su familia a vivir a Alto Hospicio. Ahí se encontró con personas que la miraban con desprecio por el color moreno de su piel, uno que ella reconoce que, en ese momento, le daban ganas de sacarse con jabón. “Tenía dos caminos: debilitarme o enorgullecerme de mí. Elegí esa opción”, cuenta.
La técnico en atención de párvulos trabajó en las comunidades indígenas de Colchane y Camiña, contratada por Junji, y fue auxiliar, profesora y directora de un jardín al mismo tiempo. “En estos lugares una persona se encarga de todo. Había una manipuladora de alimentos y nadie más”, recuerda. Allí conoció a las familias de los menores y empezó a registrar las necesidades más urgentes de todos estos lugares. “Iba a estudiar como educadora de párvulos en la universidad, pero a última hora decidí convertirme en abogada porque pensé en lo que podía hacer por mi comunidad”, recuerda.
Se tituló en 2019 y empezó a trabajar como facilitadora intercultural en ONU Mujeres. “Conocí a otras mujeres, no sólo aymaras, sino collas, diaguitas, quechua, fue una experiencia enriquecedora. Somos nosotras las que hemos llevado las defensas territoriales, la del agua, siempre hemos resaltado en nuestras luchas (…) Me preguntaron hace unos días si las aymará, las mujeres de los pueblos originarios, somos feministas, y claro, pero nuestra lucha no es sobre los derechos sexuales y reproductivos, como pasa en Santiago, sino por la protección de los recursos y el territorio”, dice.
Mamani se postuló candidata a la Convención Constituyente. Lo hizo a través de los Escaños Reservados para pueblos indígenas y terminó convirtiéndose en la primera mayoría del pueblo aymara. Hoy, mientras camina por la entrada del ex Congreso Nacional en Santiago, llama la atención con su sombrero altiplánico, un aksu -paño que envuelve su cuerpo- de color café y una manta rosada sobre sus hombros. Dice que se viste con este vestuario, considerado de gala en su pueblo, porque para ella entrar a la convención es especial.
Mira para atrás y dice que nunca ha estado sola: “Cuando me postule a ser constituyente, yo no tomé la decisión. No fue individual. Fue una decisión se toma en familia, con la dualidad (pareja), pero también se consulta a los ancestros. Tú haces un rito con la hoja de coca, con el alcohol, con hartos insumos para una mesa espiritual y les preguntas ‘¿Está bien este camino que voy a tomar? ’. Y le pides también que la suerte te acompañe”.
¿Y cómo responden?
“Mi padre me muestra el camino a través de las hojas de coca, porque él siempre lo ha visto y tiene el don, igual que mi abuelo”.
Cuando se instaló la Convención, Isabella y su dualidad, su chacha Franco, tenían el deber de hacer una pawa, es decir, “un rito en un espacio donde existiese tierra y nosotros pudiéramos pedirle a la Pachamama, especialmente en este lugar, para que me acompañe. Porque acá las decisiones que se van tomando irradian a todo el pueblo, entonces no es algo al azar”.
Sin embargo, no se les permitió realizarlo en el Ex Congreso por temas de aforo. “No permitirme hacer este rito aquí en la Convención, fue cortar por un lado mis creencias, no entender que el pueblo aymara tiene otra forma de desarrollarse, incluso políticamente”, dice Mamani. “Independiente de que estemos en Santiago, lo importante es conectar con La Tierra, El Sol y tus ancestros. Si bien no se permitió en este espacio físico, igual lo pudimos hacer en el Palacio Pereira donde había un poquito de tierra. Ese día salió el sol”, cuenta.
Y cuando eso pasa en la capital y se asoman algunos rayos, Mamani lo saluda y en su mente viaja por unos segundos a su natal Camiña. Este año pasó el Inti Kunti (solsticio) en casa, cuidando a su hijo con fiebre, pero aún así lo celebró de manera privada.
¿Cómo ha afectado la crisis migratoria al pueblo Aymara?
“En Colchane existen ciertas costumbres de transitar libremente por el territorio aymara, lo que significa que tienes que cruzar la frontera. Antes de que el Estado se denominara Chile propiamente tal, o Bolivia o Perú, los aymaras éramos un solo pueblo y nos dividieron por fronteras, pero nosotros hasta ahora nos seguimos relacionando, y eso ha conllevado a que crucemos a los otros países, sin embargo, con la crisis migratoria ha sido más difícil para los aymaras, porque los Carabineros y militares que están ahí resguardando no entienden la cosmovisión y se nos coarta el derecho a transitar y relacionarnos con los aymaras del otro lado. Hay familias indígenas que están casadas con mujeres u hombres del otro lado de la frontera y tienen hijos que estudian en este lado, y todas esas relaciones se están cortando”, relata.
En cuanto a la modernización de los aymara, ¿qué cabida tienen en su cosmovisión por ejemplo temas como las disidencias sexuales o el papel de la mujer?
“Son temas super complejos. Yo creo que es un poco tabú en las propias comunidades. Falta todavía para llegar a esas conversaciones. En mi comunidad, por ejemplo, mis padres nunca han escuchado de las disidencias sexuales. En mi cultura existe la dualidad, el hombre y la mujer. A mí me criaron desde pequeña con la complementariedad entre el hombre y la mujer. Pero yo entiendo que también existen las disidencias sexuales. En las comunidades esa discusión aún es un tema que no ha salido a la luz. Yo se que eso es una realidad, hay niños que nacen y se identifican, y hay que respetarlos”.
¿Usted cree que hay disposición en su pueblo para conversar sobre el tema?
“Yo creo que en la juventud sí. Hoy día sí estamos en camino a eso. Hay aymaras que se identifican de manera no tradicional, pero para la gente adulta, por sobre los 50 años, es un tema complejo porque ellos generalmente hablan de dualidad, del hombre y la mujer. Y va a ser un tema complejo de discusión”.
¿Cómo fue para usted, una mujer aymara, entrar al espacio político que generalmente ha sido dominado por hombres?
“Me sentí emocionada. Ser una mujer indígena aymara en este espacio, jamás lo hubiésemos pensado, mis ancestros jamás lo pensaron. En el caso de mi pueblo son los hombres quienes se visibilizan políticamente, y son ellos los que han ocupado históricamente los pequeños espacios que hemos podido alcanzar. Además fue mi pueblo el que me eligió.
Los indígenas jamás nos pudimos haber sentado con los demás políticos tradicionales que están ahí siempre y hoy una mujer indígena es la que lo hace, y que mi voto valga igual que el de ellos es claramente importante. Marca un precedente para las futuras generaciones. Para los hombres, pero especialmente para las mujeres, porque en el caso de nosotras, es el inicio de una posición política”.
Antes comentaba que no tenía muchos referentes. ¿Cree que usted se pueda convertir en una referente para la infancia aymara de hoy?
“No sé si pueda ser un referente, pero yo creo que ellas van a saber que las mujeres aymaras podemos llegar más allá y que podemos cumplir nuestras metas. Hay muchas que en este minuto ocupan espacios, han estudiado y sacado su carreras, y que pueden ser capaces de llenar cualquier espacio que quieran”.
¿Qué espacio le gustaría ocupar a usted después de este hito?
“No lo he pensado mucho. Tengo que cumplir esta etapa. Nos queda súper poquito para terminar y entregar el proyecto de nueva constitución, de informar a las comunidades, y después me pongo en manos de mis ancestros, de lo que me diga la Pachamama. Pero yo sé que cosas buenas van a venir”.