Algunas familias esperaron hasta 20 años por una vivienda y cuando por fin la recibieron, se encontraron con construcciones sociales que colindan con vertederos en La Chimba, Antofagasta. Las y los habitantes del condominio Desierto Florido luchan con plagas de ratones, moscas y el humo de quemas ilegales que los obliga a mantener las ventanas cerradas y que en varias ocasiones ha dejado a la comunidad en el hospital por intoxicación. Un grupo de mujeres se organizó y tomó la posta de exigir respuestas ante las autoridades. “También somos personas. Somos humanas”, recalca una de las dirigentas.
Fotos por Felipe Carmona Carmona (@carmonere en Instagram).
Ambar tiene once años y ya perdió la cuenta de las que veces ha ido al doctor desde que llegó a vivir junto a su familia al condominio de viviendas sociales Desierto Florido en Antofagasta. A veces presenta síntomas como dolores de cabeza, de estómago, problemas para respirar, mareos y vómitos. “No tiene ninguna enfermedad”, acreditó uno de los médicos de la zona después de examinarla. Pero las molestias no paran.
Uno de estos días se despertó en medio de la noche llorando, y mientras abrazaba a Lisset Fuentes (38), su mamá, le pidió que se fueran de ahí, que abandonaran la casa, mientras el interior del domicilio se encontraba lleno de humo por la quema de basura que se repite todos los días en el ex vertedero aledaño La Chimba y que se coló por una de las ventanas. Desgraciadamente están atrapadas. El inmueble es un proyecto del SERVIU y al ser una casa de ayuda social, corren el riesgo de perderlo si dejan su hogar. “Quiero poder abrir mi ventana y estar sana”, dice la niña.
En el condominio hay 358 departamentos repartidos en edificios de seis pisos, ubicados en la zona nororiente de la ciudad. Los alrededores de Desierto Florido están enmarcados por los cerros cafés de Antofagasta y no hay accesos a áreas verdes. Para llegar al centro, donde se concentran los bancos, notarías y el retail, el recorrido puede tomar hasta una hora y media en transporte público.
ONU-Habitat, la facción de las Naciones Unidas encargada de promover el asentamiento humano de manera social y sostenible, declara que existen siete elementos para una vivienda adecuada, la cual está reconocida dentro de la Declaración de Derechos Humanos. “Debe proveer más que cuatro paredes y un techo” expone su sitio web, mientras que el sexto elemento hace referencia a la ubicación del hogar: “La localización de la vivienda debe ofrecer acceso a oportunidades de empleo, servicios de salud, escuelas, guarderías y otros servicios e instalaciones sociales, y estar ubicada fuera de zonas de riesgo o contaminadas”.
A cien metros de los conjuntos habitacionales está el vertedero La Chimba, un recinto que recibe residuos de construcción y que dejó de ser preocupación de la Municipalidad de Antofagasta en junio del 2021, cuando el alcalde Jonathan Velásquez tomó la decisión de no renovar oficio y así abandonar la mantención y administración del mismo. Al día siguiente, autos y camionetas de particulares comenzaron a dejar basura que pronto comenzó a ser quemada en el mismo lugar de manera ilegal.
Ante esto, Lisset Fuentes, mamá de Ámber, no baja los brazos. Hoy encabeza la lucha para que ella y el resto de su comunidad vivan con dignidad. Es una de las dirigentas de No más contaminación, una agrupación de vecinas que incluso llevaron la urgencia de sus conjuntos habitacionales a tribunales y exigieron un recurso de protección, para que al menos las fogatas se detengan, lo que no ha pasado al día de hoy. Según ella, el SERVIU originalmente les prometió un vecindario limpio, con áreas verdes e iluminación para el desarrollo y beneficio de todos sus moradores. Pero esto no fue así.
Una lucha a la basura
Fuentes empezó a postular a un subsidio habitacional en 2016. Recién el 8 de noviembre de 2021, en plena pandemia, le entregaron su casa. Su emoción era enorme: uno de los momentos más felices de su vida tanto para ella, como para su marido, hijos y el resto de las vecinas. Algunas llevaban hasta 20 años postulando a tener una casa propia. Lisset amó su hogar. Lo pintó, lo decoró para su familia y lo adecuó para sus gatos.
El vertedero frente al que vive hoy en día está lleno de basura de todo tipo. Hay cajas de frutas y verduras, sillas de plástico, palets de madera y un largo etcétera. Desde los balcones de los departamentos que se encuentran en la ubicación norte, es posible ver el cúmulo de residuos, de los cuales no hay información sobre quiénes los arrojan al lugar.
El 8 de junio de este año, la quema en el vertedero fue tan grande que provocó una emanación tóxica que obligó a la Municipalidad de Antofagasta y la Gobernación Regional a suspender las clases en la zona norte de la ciudad. Pero cuatro meses antes, más de 50 personas del condominio terminaron en urgencias de centros médicos por la inhalación de humo.
María Fernanda Cavieres, doctora en Toxicología de la Universidad de Wisconsin y docente en la Universidad de Valparaíso, explica que cuando hay exposición al humo –que es una mezcla de monóxido de carbono y material particulado– aparecen dolores de cabeza, irritación y dificultad para respirar. Y a largo plazo, afirma que la inhalación constante de toxinas puede llevar al desarrollo de cáncer: “Depende de cada material combustible, pero no es para nada seguro estar viviendo al lado de una quema”.
Ante esto, el recurso de amparo fue presentado ante la Corte de Antofagasta por el conjunto habitacional contra la Municipalidad, por permitir microbasurales y quemas ilegales. Allí, las vecinas, relatan que el alcalde Jonathan Velasquez, pese a estar en conocimiento de que la ciudad no contaba con un lugar para depositar residuos de construcción, ya que el otro vertedero existente sólo recibe residuos domiciliarios, tomó la decisión de no renovar la concesión a través del Oficio Ordinario N°1.611/2021.
Al ser consultada por POUSTA, Paulina Vallejo, directora del SERVIU de Antofagasta, asegura que le corresponde al Municipio hacerse cargo de las condiciones en las que viven hoy las familias: “El mantenimiento no lo puede entregar el SERVIU ni el Ministerio de Vivienda. No somos el organismo competente llamado a hacer esa gestión”.
Y sobre el rol que tiene actualmente la institución en el proceso legal que ha llevado adelante No más contaminación, aclara que “Nosotros como SERVIU hemos sido notificados por la Corte de Apelaciones para informar el proceso, la intervención que ha tenido en el sector el Ministerio de Vivienda y Urbanismo”.
“Levantarte todas las mañanas con esta imagen es penoso, porque tú dices ‘Luché tanto por mi casa’, y si bien es cierto que yo me mentalizo en este sector y por lo menos tengo mi casa, es triste”, confiesa Lisset con rabia.
Su lucha para terminar con las quemas no es sólo por ella, su familia y su hogar: “Todas las personas necesitamos una vivienda, un lugar digno donde tener a tus hijos y vivir bien, pasar tu vejez dignamente, pero tú dices: ‘¿Cómo no lo remedian antes?’. Es como que el SERVIU entregó los departamentos y se desligó del problema, así como ‘Arreglatelas como podai’”, relata.
Sueños que arden
Graciela Flores (76) es antofagastina y durante 20 años estuvo esperando acceder a la casa propia. Divorciada, recién en el 2000 abrió la libreta de ahorro. Pero jamás se imaginó que su deseo más grande se convertiría en una pesadilla. “No invito a nadie a mi casa porque me da vergüenza”, dice. Mientras habla sobre la situación, no puede pasar más de cinco minutos sin soltar una fuerte tos, que padece desde que llegó a Desierto Florido. Ha ido varias veces al consultorio, pero prefiere tomar jarabe de palta e infusiones pectorales para tratarse. “Esto no es un problema, es una tragedia”, opina sobre lo que vive ella y sus vecinos.
Cuenta también que le dan pánico los mensajes que llegan por los whatsapp del vecindario: videos de roedores gigantes subiendo desde La Chimba y corriendo por las paredes de los edificios hasta que llegan a los balcones.
Ana María Ramírez (72) estaba feliz con su casa cuando llegó al condominio. Se paseaba por el departamento y lo encontraba inmenso, dice. Y por eso le duele cuando habla de lo que rodea al complejo de edificios. Ella narra que en el basural hay perros muertos, camas sucias, refrigeradores en mal estado, neumáticos y desechos químicos. Las ventanas de su casa nunca las puede tener abiertas, sino no puede almorzar tranquila porque las moscas se toman su hogar. Cuando sale, usa mascarilla para amortiguar el olor de los desechos en el vertedero.
“Las quemas además son todo el día, todos los días. Entonces desde el vertedero sube el humo y entra a las casas. No podemos tener ventilación, no podemos dejar las ventanas abiertas ni un minuto, porque es peligroso”, cuenta.
“Mis visitas me dicen ‘¡Pero cómo puedes vivir aquí!’ Y yo les respondo: esto es lo que me tocó. Pero me siento engañada, porque cuando nos presentaron el proyecto, se supone que habrían carabineros, jardines infantiles, un registro civil, era otra cosa”, recuerda. “Esto no iba a ser así, no se parece a lo que yo soñaba. Estamos viviendo como animales, se parece a un gallinero donde estamos encerrados en nuestro metro cuadrado y me da muchísimo miedo enfermarme”.
La esperanza consumida
Daniel, el hijo de cuatro años de la técnico en enfermería superior, Daniela Blamey (27), tenía 18 meses cuando fue diagnosticado con TEA. Desde que llegaron a Desierto Florido las crisis del niño aumentaron por culpa de los ruidos y polvos de las fábricas de bloques que hay alrededor de su casa. Porque además de la basura, había una industria que emitía contaminantes durante sus faenas. Recién en la primera quincena de julio de este año la Delegación Presidencial de Antofagasta comenzó a clausurarlas, pero Daniela continúa cerrando las ventanas cada vez que hay una quema.
Para ella llegar hasta aquí ha sido un largo camino. A sus 18 años empezó a trabajar con la idea de ahorrar para acceder a un crédito hipotecario, que finalmente nunca le dieron. Su segunda opción fue ingresar al comité de vivienda y así fue como llegó junto a las demás familias al condominio.
Hasta ahora, el pequeño no ha sufrido de los síntomas más graves por las quemas como otros niños y niñas del conjunto habitacional, pero su mamá recuerda que con el ruido y el polvo sus crisis eran inmediatas. En el caso de ella, ha tenido que ir a urgencias por sentir dolores en la garganta, dolor de estómago y náuseas.
Hoy en día Daniela no cuenta con un contrato fijo como TENS. Trabaja como independiente, saliendo a poner vacunas y a hacer curaciones de puntos. Cuidar a su hijo involucra estar presente en sus terapias, que han aumentado desde que llegaron a vivir al condominio. “Se me ha descompensado más y está más irritado, pero también va de la mano con que a mí me afecta el tema y me siento culpable. Estuve tocando muchas puertas para tener reuniones con personas, pero del SERVIU fueron los únicos con los que logré tener una reunión”, relata con frustración al recordar la lucha que ha llevado junto a sus compañeras.
Su única esperanza es que exista una solución para ellas y sus familias, y aunque agradece el silencio después de la clausura de las fábricas de bloques, su única salida para evitar enfermarse es estar atenta a cada quema y así mantener toda su casa cerrada. “Yo antes vivía con mi mamá, hacinada, así que no tengo otra opción para que mi niño crezca en su propio espacio, como debe ser”.
Una pesadilla presente y futura
Valeska Inarejo (37) está embarazada de su tercera hija. Creció en Antofagasta y antes de vivir en el complejo habitacional, dice que había enfrentado alguna que otra dificultad: la vida en la región es cara y solía vivir de allegada en una casa con otras diez familias, usando una habitación junto a sus dos primeras hijas. Pero a pesar de todo, ella dice que nada de eso se asimila a lo que vive hoy en día.
En febrero de este año, su hija de 15 años fue una de las más de 50 personas que tuvo que acudir al médico por las molestias que comenzó a sentir después de una quema. Al igual que muchos vecinos, tuvo dolores de cabeza que con el tiempo se pasaron, pero el dolor de estómago y las náuseas persisten. Desde ese mes hasta el día de hoy, la adolescente tiene recetado el consumo de omeprazol para aliviar sus malestares.
“Conociendo los efectos secundarios, no sé qué daño este remedio le causará a largo plazo a mi hija. Quedo en la disyuntiva y pensando en si se lo doy, y aliviar sus síntomas ahora, esperando que esto no le haga daño a largo plazo”, dice con preocupación Valeska, y agrega: “Esta situación es desesperante. Me siento con rabia, pena y miedo de que este humo dañe también a mi bebé que viene en camino”.
Valeska sueña con tener un hogar que sus hijas puedan disfrutar y que esté rodeado de un ambiente limpio, pero rápidamente esa ilusión se desmorona cuando piensa en el presente: “No podemos dejar nuestros hogares, ya que si lo hacemos, SERVIU nos puede quitar los departamentos, así que estamos atrapados en esta pesadilla”.