En primera instancia, pensé que era yo poniéndome viejo, pero cada vez que comentaba en un lugar lo mismo, la decisión era unánime: Santiago en los últimos dos años se ha ido a pique en cuanto en vida nocturna. Fiestas hay todas las semanas, por montones, pero desde el punto de vista del consumidor, ya no quedan locales confiables, no quedan fiestas indispensables, y literalmente pareciera que todo está en decadencia, porque bueno, en realidad así es.
Partamos.
Cellar
Cellar es una casona antigua ubicada en el centro de Santiago. Se trata de una herencia familiar, bastante mal cuidada y con tintes de antro under. Intentó posicionarse como un centro cultural, como un espacio para escuchar a las buenas nuevas bandas nacionales. Su dinámica de funcionamiento era increíble pues ninguna fiesta era planeada con más de tres o cuatro días de anticipación, por ende siempre había un factor sorpresa interesante, que por suerte, siempre valía la pena.
Hoy en día Cellar no es lo mismo, porque en primer lugar tenemos a las mismas bandas under de hace cuatro años, haciendo la misma música que antes. El espacio artístico del segundo piso no funciona, y por su calidad de antro oculto no tiene redcompra, así que si fuiste sin dinero en efectivo, definitivamente tendrás una noche nefasta. Sin alcohol no hay diversión, sobre todo cuando los Djs ahora siguen poniendo las mismas canciones de siempre
Bar Loreto/Onaciú
Loreto y Onaciú hace algunos años atrás eran LA gran propuesta musical rockera de Santiago. Su música nunca fue la gran cosa, pero el tema de la escenita under con bandas de la misma onda, era como una versión más pro del mismo Cellar. Lamentablemente se durmieron.
La música es la misma que antes, el público se recambió, y ahora te topas con ese compañero de curso que siempre llegó tarde a todas, el que de un momento a otro dijo que los pitillos eran la última moda y se compró un sombrero en Ripley para salir en Viste la Calle.
Ir hoy en día a cualquiera de estos dos bares, es hacer un viaje en el tiempo. Permanecen inamovibles con toda su propuesta, aunque claro, la diferencia entre toparte con la gente (ni tan) real y los fashion 2012 es dramática.
Berenjena
Cuando Fauna era sólo una idea, los djs de la productora solían organizar pequeños ciclos de fiestas en un restobar ubicado en Agustinas. De un momento a otro Berenjena desapareció, y Fauna como tal apareció, aunque para ir a una debes hacerle mucho cariño a tu billetera y esperar sentadito por cada fecha, que no son más que una fiesta cada dos o tres meses.
Kubix
Kubix era la zorra.
Una discoteque pésima (Melody) se re-ambientó y decoró con cubos de color que se prendían y apagaban. Nunca estuve seguro si eso era en base a la música, pero a las 2 de la mañana así parecía. Por Kubix pasó lo mejor de lo mejor de distintas escenas musicales. La dance to the underground más buena a la que asistí se realizó allí y mejor aún, la música nunca defraudaba. Odio el concepto de vanguardia, pero claramente es el mejor calificativo para la música que allí sonaba.
El ABC1 random promedio lo odiaba, porque le quedaba lejos, pero la gente que sabe era capaz de cruzar Santiago por asistir a Kubix.
¿Les conté que los miércoles había barra abierta de Vodka? Ese miércoles había que su semana se dividiera en dos y se pasara realmente volando.
Constitución
Constitución era un barcito con música muy buena. Recuerdo que la primera vez que fui fue porque pasaba por afuera y entre medio de toda la música pasta de bellavista, desde un portón se escuchaba Daft Punk, motivo suficiente y necesario para darle un vistazo.
Desde ese día Constitución se convirtió en la mejor opción para irse de fiestas los jueves y viernes, aunque rápidamente se fue chacreando. Primero empezaron a llegar muchos actores y actrices, luego la gente taquillera (¿?), luego los wanna be taquilleros, nos achicaron los vasos, luego apareció la fila gigante y aspiracional, luego los guardias matones, asistentes pedantes, se acabaron los shows con bandas en vivo y ahora Constitución no es más que un local cualquiera en el que se paga entrada. (Hasta antes del incidente “borracho asesinado” la entrada era totalmente gratis). Digamos que fue entretenido mientras duró.
Gran Central
En Gran Central he visto a las modelos más wasted de mi vida. De esas chiquillas con piernas de dos metros, dressed to kill y empastilladas para poder bailar punchis punchis como si no hubiera un mañana. No sé en qué parte o por qué de un momento a otro todos nos olvidamos de Gran Central. Intento hacer memoria, pero creo que fue la música, el drum and bass no da para dos horas con el mismo acorde y beat.
Amanda
Amanda siempre fue como el amigo que quedaba para el final. Adentro si hay mucha gente es un infierno, las barras son medias lentas, la entrada no es barata y más que el local en sí mismo, debías poner atención en los artistas que tocaban, pues podías toparte desde música de primera, hasta días con Mambo Electrizante, que definitivamente apestaban. Dentro de todo eso, Amanda seguía siendo una buena opción para terminar la noche, pero algo pasó con el local y hace meses que no oímos hablar de él.
Entre los shows de raperos random, cantantes pop random y cumbia random, ahora por fin nos acordamos que existe gracias a Feist, pero dentro de todo la agenda del local luce desolada.
Mirando ahora qué locales son de confianza y diversión asegurada, no queda ninguno. Bar Candelaria, con su hype y todo, es una linda propuesta, pero poco funcional en la práctica. Es demasiado pequeño, el calor abruma y cuando se corren las mesas para abrir la pista de baile todo el mundo se dirige a las barras, y ahí empieza lo peor. De hecho por el exceso de demanda, es que nunca olvidaré cuando me intentaron vender un vodka en un vaso sin lavar.
En fin, creo que Santiago está tan fome, que es un buen momento para desempolvar libros, pagar mi cuenta en Netflix y vivir un fin de semana en casa. Aún así estoy a la espera de recomendaciones, en serio.