No sabemos si es por una necesidad de real extrema urgencia o por el clickbait, pero los periodistas comenzamos a llamar de forma inmediata a la crisis hídrica en Ciudad del Cabo como la gran catástrofe de la década.
La situación en la segunda ciudad más grande Sudáfrica -después de Johannesburgo- es alarmante, pero no significa que nos enfrentemos a un acabo de mundo o comencemos a guardar agua desde ahora. De hecho, las mismas características que pusieron a Ciudad del Cabo en su situación actual responden a factores de iguales características que viene enfrentando la capital de Chile hace ya bastante tiempo.
El aumento explosivo de la población, la falta de concientización respecto al consumo de agua y la sequía sostenida son aristas que tanto Santiago de Chile como la ciudad africana han tenido que hacer frente de forma paralela pero que se diferencian por un simple motivo: la gobernanza y medidas paliativas que se han tomado con tiempo.
Se puede pensar que la capital de nuestro país tiene una ventaja por sobre Ciudad del Cabo y puede disfrutar de décadas sin racionamiento hídrico. Pero esto no es así. Hay países con menor capacidad hidráulica y que logran tener una agricultura superior a la nuestra además de aprovechar mejor sus recursos.
https://t.co/34ZUbuJr2X @Chileokulto a 108 kilómetros de Santiago, la comuna de Hijuelas lleva 40 días sin agua, no hay que ir a la ciudad del cabo para especular lo que pasaría si nos quedamos sin agua, en Chile la realidad supera cualquier ficción
— rodrigo mundaca (@rmunda) February 2, 2018
España, por ejemplo, es el país de Europa con menos recursos hídricos de la región, pero tiene la cuenta de agua más barata de todo el territorio. Esto se debe gracias a la depuración del 80% de sus aguas servidas, una especie de reciclaje que ha puesto al país de la península ibérica como líder en el aprovechamiento de los recursos hidráulicos en el mundo.
La situación chilena no es crítica ni excepcional. Se sostiene en una línea donde todo depende de la administración de turno y las decisiones que se tomen en conjunto con los agricultores.
¿Qué tendría que pasar entonces para que Santiago de Chile se vea envuelta en una situación como la de Ciudad del Cabo?
Pablo Sarricolea, doctor en Geografía de la Universidad de Chile, afirma que para vernos envueltos en un escenario de racionamiento deben ocurrir situaciones sumamente anómalas.
“Tendrían que haber mega sequías producidas por el cambio climático, pero ese panorama es incierto y se deben a estimaciones en lugar de situaciones concretas”
“Además, el embalse del yeso que abastece a Santiago de Chile de agua potable logró cumplir con la demanda y consumo de los habitantes de la capital pese a la sequía instaurada en el país” agregó.
En el periodo 2010 – 2015 nuestro país se vio envuelto en la peor sequía de lo últimos mil años (no es una exageración, el estudio de la Universidad Austral lo confirma) y seamos francos: la población de las regiones afectadas desde Coquimbo a O’Higgins no cambió sus hábitos de consumo como tomar duchas acotadas o dejar de regar el patio durante el verano.
Frente a la situación y para evitar eventuales desabastecimientos, el gobierno elaboró un programa de racionamiento eléctrico enfocado en la disminución del voltaje y campañas de ahorro a nivel doméstico que dieron resultados. El año 2016 el abastecimiento hídrico de Santiago funcionaba a máxima capacidad dando por superada la situación de emergencia en la región.
Se piensa erróneamente que el proceso de desertificación también podría dejar a Santiago sin un suministro de agua suficiente para suplir la demanda requerida por sus 7 millones de habitantes, pero nuevamente, este proceso puede ser controlado por medidas paliativas tomadas con anticipación. “El proceso de desertificación no es lineal. Responde a cómo están preparados los empresarios de la agricultura y la forma en que se hace uso del agua en la región. Esto se puede hacer de forma eficiente dependiendo de las medidas de gestión y una gobernanza calificada en el tema” añade Sarricolea.
La Corporación Nacional Forestal (CONAF) en conjunto con el Ministerio de Agricultura, han invertido de forma paulatina recursos para dar freno al proceso de desertificación inyectando 250 millones de dólares destinados a forestar 100 mil hectáreas de tierra degradada. Este progreso permite mejoras en el balance hídrico de todo el país.
Pese a las medidas preventivas impuestas por el gobierno de Chile para apalear las consecuencias de la sequía y desertificación, el factor humano también incide en el riesgo de dejar ciudades como Santiago con un suministro hídrico deficiente como ocurrió en Sudáfrica.
Actualmente, el principal peligro de la capital chilena es permitir construcciones que comprometan los recursos de la zona como sucede con Alto Maipo.
El proyecto pretende abastecer de electricidad al país aprovechando los ríos de Santiago transformándolos en fuentes de energía hidráulica. Los detractores de la iniciativa -que actualmente se encuentra suspendida por problemas de financiamiento- sostienen que su edificación comprometerá el recurso de agua potable de forma irreversible.
En la página oficial de No Alto Maipo, se estima que de ser llevado a cabo el proyecto se comprometería la disponibilidad de agua de riego para 120 mil hectáreas agrícolas de todo Santiago, aceleraría el proceso de desertificación en 100 mil hectáreas más y se perderían millones de dólares en concepto de turismo sin mencionar los daños permanentes para el ecosistema.
Finalmente, la situación en la capital ha sido controlada gracias a diversas medidas que anticiparon la crisis hídrica que pudo ocurrir, pero para que la situación no se vuelva crítica debe existir el compromiso de estar informados con los proyectos que pueden revertir la situación de forma negativa como también crear conciencia en nuestros propios hábitos. No es tan difícil ducharse unos segundos menos después de todo.