Más de cuatro defensores ambientales muertos por semana, es parte de las duras cifras que reveló Global Witness en su informe 2020. En total fueron 227 personas que el año pasado fueron víctimas fatales de la violencia. ¿La mayoría? En Latinoamérica.
Es un hecho que aquellos activistas comprometidos con el medioambiente llevan a cabo una lucha como la de David y Goliat, enfrentándose a gigantes extractivistas que no solo amenazan al ecosistema, sino que también, según los datos de este estudio, intimidan, vigilan, violentan sexualmente y criminalizan a cientos de personas al año.
Esta muy mala noticia convierte al hemisferio sur del planeta en el que posee mayor cantidad de activistas muertos (226 de 227), pero también el más afectado por las consecuencias del cambio climático. Sólo en Latinoamérica la cifra alcanza 166 personas.
Colombia y México son los países que encabezan la lista y un tercio de estos ataques fueron contra indígenas y afrodescendientes. Un 70% de los defensores fueron atacados por proteger los bosques de la deforestación y del desarrollo industrial. En Brasil y Perú, por ejemplo, casi las tres cuartas partes de los ataques registrados sucedieron en la región amazónica de cada país. Además, casi el 30% de los ataques están relacionados con la explotación de recursos (forestal, minera y agroindustria a gran escala), represas hidroeléctricas y otro tipo de infraestructura.
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Según el Mapa de Conflictos Socioambientales elaborado por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), existen 127 conflictos socioambientales a lo largo del país, de los cuales el 44% interfiere con el derecho al agua y el 85% vulnera el derecho a vivir libre de contaminación, sin embargo, no hay información exacta de cuántas y cuántos activistas en total están en riesgo en nuestro país.
La realidad es que los defensores climáticos componen la última línea de defensa contra el colapso climático. Y el hecho de que, incluso después de décadas de violencia, la gente siga defendiendo su tierra y nuestro planeta, es reflejo de que aún hay una pequeña luz de esperanza de poder cambiar el rumbo de esta crisis y aprender a vivir en armonía con el mundo natural.