Francisca, 31 años

Sufro de bipolaridad de ciclado rápido. Suena a las opciones de lavado de una lavadora, pero en resumidas cuentas significa (según Google)  cuando un paciente – osea yo-  tiene al menos cuatro episodios, sean maníacos, hipomaníacos, depresivos o mixtos durante los doce meses del año de manera continua.

Yo generalmente me encuentro en un limbo de episodios mixtos. Son subidones y bajones terriblemente rápidos y aunque odio el cliché, se siente efectivamente como una montaña rusa: a veces estás arriba y ves toda la ciudad, y justo cuando hay un pequeño espacio de silencio y estabilidad, sabes que se viene el vértigo de la caída libre. Y después la náusea y el mareo que dura un rato. 

No he podido estar en una relación porque no he podido “salir del closet” de este diagnóstico. O al menos hasta la última vez, a comienzos de este año, donde conocí a D., y por primera vez en mi vida, decidí contarle lo que me pasaba: él se lo tomó bien y dijo que me quería acompañar en este proceso.

Primera cosa: esto no es un proceso, porque nunca se irá. Esta soy yo.

Y con el paso de los meses, de a poco, pasó lo que me temía. Mi enfermedad se volvió un tercero en la cama. Si un día tenía pena, D. me preguntaba si estaba entrando en un estado depresivo. Si quería salir un día temprano a hacer cosas nuevas, sólo porque tenía el antojo, él me preguntaba si tenía que estar atento a un nuevo cuadro de manía.

 Y así sucesivamente, me perdí en mi enfermedad, me hice invisible o borrosa, o mejor dicho, nos hicimos una para él, como las siamesas, y dejó de verme a mí, y empezó a ver a la paciente. Lo mismo que hacen mis papás conmigo, lo que hacen la mayoría de mis amigos, lo que en su momento hicieron algunos compañeros de trabajo a los que les conté.

“Francisca tiene un problema”, dicen muchas veces. Y creo que mi problema más grande es que me siento sola en esto. No es como en las películas gringas, donde hay grupos de apoyo y uno conoce gente viviendo lo mismo, que te dan cariño, que te hacen sentir menos rara, sino por el contrario. Ser bipolar, sobre todo con los ciclos tan rápidos, te hace sentir como un monstruo al que todos le temen. 

Pero no, por fuera soy una mujer guapa, siempre fui la mejor en el colegio y en la universidad. En mi trabajo también me desempeño de manera muy correcta, sobre todo ahora que tengo teletrabajo. Y a veces salgo a correr mucho como parte de mi tratamiento, que me manda a estar activa. Y debajo de eso, está la verdadera yo: Francisca, la bipolar de ciclado rápido, la que a veces está en las nubes, pero horas después, apenas se puede levantar de la cama.

La relación obviamente se terminó y me pregunto si me quedaré sola. Sola de por vida. Si alguien me podrá aceptar así, como soy, separándome de ser bipolar. ¿Realmente alguien podrá verme, directo a los ojos, a mi alma, a mis necesidades, o seré esta eterna paciente?

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