Andrés, 24 años, Santiago de Chile

La primera vez que hablamos fue para una fiesta de fin de año de la universidad. No estudiábamos la misma carrera, pero sí estábamos en la misma facultad. Recuerdo que se acercó a hablarme y me dijo que mi reloj era bonito. Lo primero que pensé fue en que me lo puse sólo porque quedaba bien con mi outfit, pero que en verdad no funcionaba y que ni sabía leer la hora. Pero después sentí un calor y un cosquilleo rico. Me invitó a bailar reggaetón y después de un rato nos dimos un beso. Pasaron dos años para que volviera a ocurrir, pero nunca olvidé ese momento. 

Y pasado ese tiempo, un par de semanas antes de salir a las últimas vacaciones de verano en la universidad, nos respondimos algunas historias de Instagram. Lo hacíamos ocasionalmente desde hace un par de años, sin profundizar la conversación, pero esa ocasión fue distinta y me invitó a una fiesta donde sus amigxs. Después de tomar vino blanco con Kem y escuchar Kudai, nos dimos la mano y nos besamos por primera vez. Y desde ahí, salimos durante tres meses. 

No voy a decir qué tipo de relación era porque nunca lo hablamos. Pero el escenario era así: salíamos a comer, a tomar, a caminar, conocimos a nuestrxs amigxs, dormíamos en la casa del otro y hablábamos seguido. En mi cabeza pensaba que estábamos en un “algo” y en la misma parada. Estuvimos así durante todo el verano. Aún recuerdo una noche que pasamos de largo conversando en su balcón y escuchando a Juan Gabriel. 

La última semana de febrero, justo antes de volver a la universidad, me fui de vacaciones con mi familia. El día antes de partir salimos a tomarnos unos mojitos. Hacía calor y antes de irnos caminamos mucho por el Parque Forestal mientras me preguntaba qué sería de nosotros cuando volviéramos a la facultad. Me gustaba pensar que quizás estaríamos juntos

Nos subimos a la micro, mi recorrido terminó antes que el de él y me dio un beso de despedida.  “Avísame cuando llegues y nos vemos en la U la próxima semana”, me dijo. Lo último que vi de él cuando partió la micro fueron su sonrisa, sus lentes de plástico transparente y su pelo morado.

El día que volvimos a la universidad sentí cosquillas en la guata por verlo. ¿Nos daríamos un beso o un abrazo? Admito que igual estaba preocupado porque el fin de semana no respondió mi mensaje y el lunes no lo vi en todo el día. Mis clases del martes terminaban a las 17.20 y me fui 15 minutos antes con una amiga porque quería fumar. Bajamos y vi su pelo morado dándome la espalda. Estaba riéndose con algunos compañerxs. Sentí un calor subiendo por mi cuerpo y me senté en una mesa del patio. Pensé esperar a que nos viéramos para saludarnos. Cuando cruzamos miradas le sonreí y él solo hizo una mueca. Sentí que se me estrujaba el estómago y que me estaba poniendo rojo. La segunda vez que nos miramos se paró y yo también. Pensé que era para saludarnos pero él sólo se estaba yendo a clases. 

Ay Dios mío, ¿Por qué me enamoro tan rápido?”, dijo una vez Luli. Siento que no hay otra escena que describa lo que sentí en ese momento caminando de vuelta a mi mesa con gotas de sudor bajando por mi frente por la vergüenza. Pensaba que quizás me había pasado rollos, porque no entendía la razón por la que de un día para otro dejó de hablarme en persona y por redes sociales.  Pero dos meses después empezó a pololear con un chico de su carrera. Si pudiera llevar una canción de este año a ese momento sería ‘good 4 u’ de Olivia Rodrigo. (SOUR completo, la verdad).

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Me dolió no entender y pensar que quizás fue algo que dije o hice. Pasaron un par de meses antes de que lo mirara en el patio sin sentir rabia o pena. Hoy repaso la historia, tres años después, y pienso que aprendí que está bien preguntar en qué estás afectivamente cuando te relacionas con otrxs para ver la cancha en la que te estás moviendo y para ser responsable contigo y con la otra persona. Siento que es lo justo y va por el respeto al otro y al tiempo que dedicamos a relacionarnos. Y eso no pasó con nosotros. Me hubiera gustado entender cómo pasamos de estar felices a toparnos en los baños de la facultad y mirarnos de reojo en el espejo antes de salir. 

Ahora no me interesa, pero el verano que tuvimos quedó marcado en mí y sé que en él también. Lo digo por las veces en que he visto que solicita seguirme sabiendo que voy a rechazarlo. Pasó de ghostearme, a tenerme como un fantasma que le recuerda lo que pasó y por qué dejamos de hablar, algo que -por ahora- solo sabe él.