Es mi vida y alego si quiero.
Todos los lunes reviso Instagram y veo decenas de personas publicar mensajes motivacionales para que el universo que los rodea tenga una buena semana. Nunca me han gustado los lunes y esto hace que me desagraden todavía más. Haciendo un mea culpa, existe parte de mí que envidia levantarse con ánimo para subir una foto trotando a las 6 de la mañana, admiro a esas personas, yo no podría. Sin embargo, soy consciente de que también un porcentaje significativo de esta universo virtual lo hace a través de una cultura autoimpuesta donde el positivismo debe primar como un estilo de vida cuya trasmutación es exigida (de lo contrario puedes caer como amargado/a por no obedecer estas reglas).
No solo las personas naturales esperan de buena fe ver que su alegría sobrepase las plataformas digitales para impregnarse de alguna forma en tu ropa, también las empresas se han llenado de diferentes charlas, posters con mensajes felices, días específicos para incentivar el trabajo en equipo, colchones de pufs en forma de riñón y otras técnicas que envían un claro mensaje: debes sentirte afortunado, agradecido y feliz.
Como chilenos, la principal preocupación que nos entregan los adultos desde pequeños es asegurarnos bien a la hora de elegir que estudiar (a menos que trabajes con tu papá, buena perro) porque las constantes “si estudias eso te vas a morir de hambre” se reemplaza por otra frase característica de la adultez temprana: “bueno, agradece que tienes trabajo”.
Esto no da derecho a quejas, reclamos, malas caras porque ahora no solo caes en ser amargado, sino también malagradecido, algo que no puede existir en una década como la nuestra, donde salir de la universidad no solo te deja con una deuda tremenda si estudiaste con CAE, si no también frente a un mar de incertidumbre si consideramos las cifras presentes y de las que nadie habla.
Si la tasa de desempleo en Chile es del 6%, entre rango etario de 18 a 29 años la cifra se dobla con un 17% del universo juvenil sin trabajo. Esta tendencia se ha mantenido durante 9 años y no existen políticas en el diálogo social frente a la situación para hacer algo al respecto.
El sueldo promedio en Chile según el último informe del INE es de 550 mil pesos (si tienes suerte) porque el 70% de todos los trabajadores asalariados gana esto o mucho menos. Los costos de los productos de primera necesidad han subido un 74% en los últimos cinco años y si bien los alimentos han bajado su precio a nivel mundial en nuestra nación han subido 7%.
El arriendo promedio en la ciudad de Santiago es de 400 mil pesos, sin contar los gastos comunes. Se estima que para sobrevivir en la capital se necesita un promedio de 800 mil pesos mensuales (algo completamente alejado de la realidad y que nos lleva a ser la nación con más endeudamiento per cápita de Latinoamérica).
Frente a esta situación ¿Tenemos también que llegar felices, resolutivos y optimistas a nuestro trabajo? Claro que no. Estás en tu derecho al no sentirte satisfecho y a juzgar (aunque sea un poquito) a aquellos que no se dan cuenta de cómo el individualismo nos aparta de la empatía colectiva que deberíamos estar sintiendo.
Que no ames tu trabajo tampoco significa que debas odiarlo, solo debes verlo como lo que es: un canal que te permitirá hacer lo que realmente proyectas en tu vida, porque hay una diferencia empírica entre lo que haces y lo que es tu trabajo (siendo la primera definición donde deberíamos poner énfasis).
No te sientas culpable por no sentirte parte del grupete de la felicidad, porque las condiciones para no estarlo se manifiestan en cifras constantes y sonantes. #BuenaSemanaParaTodos