Dos millennials creen representar la dualidad de sentimientos persistentes durante las fiestas patrias, que para algunos es la mejor fecha del año y para otros son un infierno.
Por Palo Valencia y Paulo Gúzman
Odio el 18 de septiembre
Cuando uno crece en un pueblo chico, las cosas que hacer son bastante limitadas. Por lo general tienen que ver con las festividades grandes, como Semana Santa o las Fiestas Patrias. A los colegios, que son un par, los hacen desfilar alrededor de la Plaza de Armas en dos fechas: el 21 de mayo o el 18 de septiembre.
Varios 18 me tuve que poner el uniforme y salir a marchar, solo por la excusa de enaltecer nuestros símbolos patrios. Yo lo único que quería hacer era quedarme acostada en mi cama. Más grande, menos me gustaba. Entre los “familiares” curados, siempre había una pelea que terminaba en chuchadas. O se extendía hasta el 19, el día de la parada, cuando los viejos fachos de la familia se emocionaban por un desfile que no tiene ningún sentido, menos tan cerca de otra fecha importante como el 11 de septiembre. Un despliegue putero de armamento y tropas que no necesitamos para nada; la última vez que “quizá” los pudimos usar fue con Argentina y de eso nos “salvó” el Papa.
Probablemente, las obligaciones con la familia en estas fechas son demasiadas y cuando eres chico, te dan una lata terrible que te terminen relegando a la mesa de los niños mientras los grandes empinan el codo. La dificultad de disfrutar del 18 se hizo peor cuando a la no tan tierna edad de 16 años decidí hacerme vegetariana. De ahí en adelante, y hasta hace muy poco, mis asados eran un cacho. El hueveo siempre se daba en torno a las lechugas asadas, a un champiñón pobre que se terminaba cayendo a las cenizas o al ofrecimiento burlón de la cebolla de los anticuchos. Ir a un asado, para uno cuando chica, era ir a perder el tiempo y exponerte a no comer nada, por consecuencia, curarse raja con el estómago vacío. Las de caña que uno ha pasado cuando grande.
¿Por qué mierda vivimos en un país donde el deporte oficial de la nación es el rodeo? Una práctica obsoleta, en donde un huaso bruto arriba de un caballo lo utiliza para perseguir a una vaca o ternero y lo hace mierda, tirándole el cuerpo del animal en el que cabalga a uno que no puede defenderse. ¿Que hueá? ¿Qué es esa brutalidad innecesaria? De puro pensar que hoy mucha gente se está preparando para participar o asistir a ese tipo de cosas hace que me hierva la sangre.
Ni hablar de bailar cueca (obligado), vestirte de pascuense (obligado), jugar a la rayuela (obligado). Si no fuera porque las ramadas son baratas, sigo siendo vegetariana entonces me ahorro todas las “calorías de más” a las que la tele le encanta refregarte en la cara (o alguna intoxicación por comer carne de perro) y porque es probablemente una de las épocas del año dónde puedes encontrar más copete, ergo curarse hasta apagar tele, podría pedirle a alguien unos ravotriles para dormir los cuatro días seguidos. Salud.
Yo amo el 18
Visitar a mis familiares en Rancagua luego de vivir tantos años en Santiago supone una conexión con todo lo que engloba ser de provincia y que tantos viajes en metro no han podido desplazar.
Como si se tratara de un intento abrupto de devolverme a mis orígenes, lo primero que veo al despertar en mi antiguo dormitorio son las botitas de huaso empolvadas sobre mis libros de Harry Potter y otros resquicios de una infancia que recuerdo como una etapa muy feliz (aunque la nostalgia maquilla y exagera muchas cosas dentro de este periodo).
El valle central engloba tantas características de nuestra idiosincrasia que es fácil perder el rumbo de su verdadero significado. Actualmente, el término huaso se usa como un calificativo denigrante para una persona que no sabe ubicarse en Santiago, que tiene un pensamiento retrógrado y que le gustan sus primas.
Y si bien discrepo de muchos factores propios de la cultura criolla –el rodeo es uno- sí existen muchos ítems que salen a relucir durante esta época del año y que vale la pena destacar.
Las fiestas patrias son la única fecha que tenemos como chilenos que se vive de forma democrática de norte a sur. No importa que alguien sea de plaza Italia para arriba o de Chiloé porque todos somos conscientes de que el espíritu es uno solo: el orgullo a la propio manifestado en la gastronomía, la música tradicional y revivir la nostalgia de nuestro pasado a través de ramadas y chicha.
Por pocos días al año recordamos que somos una nación forjada a punta de zapateo en la tierra y tragos más fuertes que la cresta y no hay nada de malo en querer celebrar ese espíritu. Por más que le moleste a los “intelectuales” de Twitter que critican las fiestas patrias considerándola una celebración básica.
El 18 de septiembre nos aterriza a lo que somos: una pequeña nación sudamericana que goza juntándose en familia para compartir empanadas y vino tinto. Después todo vuelve a la triste realidad de filas de Starbucks y ofertones de Halloween.