De cubrir el ´Corralito´, a reportear uno de los conflictos más mediáticos desde la Segunda Guerra Mundial. La periodista chilena lleva más de 20 años informando internacionalmente desde desastres financieros, conflictos bélicos y tsunamis, hasta accidentes nucleares. En conversación con POUSTA, habla desde el lado polaco de la frontera con Ucrania, en donde está informando acerca de la situación de los refugiados. Aquí relata sus experiencias profesionales y cuenta que no cree en los periodistas robot.
Cuando Andrea Arístegui se encontraba en Washington, Estados Unidos, cubriendo una actividad diplomática de cancillería en marzo de 2011, recibió un llamado inesperado en el que le alertaron sobre una catástrofe: un terremoto de magnitud 9.1 MW sacudió a Japón y, horas más tarde, generó un tsunami. Rápidamente, la periodista recogió sus utensilios y se dirigió al aeropuerto para tomar un avión con destino hacia ese país.
Una vez ahí, surgió otro hecho inesperado: el impacto cortó la energía eléctrica de la planta de Fukushima, por lo que se alertó de una emergencia nuclear, la cual fue catalogada por el Organismo Internacional de Energía Atómica (IAEA) como de nivel 7, es decir, “un accidente grave”.
Según datos de la Agencia de Manejo de Desastres e Incendios de Japón, los cuales fueron revisados por CNN en Español en un reportaje para recordar una década del acontecimiento, la suma de aquellos eventos generó más de 22.500 muertos, cifra que incluye tanto a bajas a causa del maremoto, como a otras que fallecieron como consecuencia de las condiciones de salud que les provocó el suceso.
“Hay que saber reaccionar a nuevas amenazas y factores. Lo que pasa en este tipo de coberturas es que te haces una idea de lo que vas a encontrar cuando llegues, pero nunca sabes muy bien cómo van a terminar”, relata Arístegui en entrevista con POUSTA, desde una ciudad polaca cercana a la frontera con Ucrania, territorio en el que se encuentra cubriendo la situación de los refugiados tras la invasión de las tropas rusas el pasado jueves 24 de febrero.
Así ha sido su trayectoria como reportera internacional, una carrera de 20 años en la que ha estado alerta ante cualquier eventualidad y en la que se ha consagrado como uno de los nombres más destacados de la escena nacional, en una profesión que, según un comunicado emitido por Reporteros Sin Fronteras en 2015 y revisado por el medio parisino France 24, “sigue siendo mayoritariamente masculina”.
Desde desastres financieros, conflictos bélicos y tsunamis, hasta accidentes nucleares, ella siempre está preparada para actuar ante los hechos que ocurren en el mundo y así cumplir con su trabajo periodístico.
Su primera cobertura en terreno dentro de este ámbito fue cuando tenía cerca de 22 años, época en la que viajó a Argentina para cubrir el “Corralito” en 2001, una crisis económica, social y política que azotaba al país trasandino, hasta el punto en que el presidente de aquel entonces, Fernando de la Rúa, escapó de La Casa Rosada en un helicóptero ante las protestas que se presentaban afuera de la casa de gobierno.
Según relata, su trabajo antes de aquel momento era más bien “de oficina”, por lo que “salir a reportear era algo que no tenía tan incorporado porque no tenía la experiencia de lo que implica estar en la calle, en donde una no tiene el manejo de la información de lo que está pasando en todos lados”.
“Recuerdo perfectamente que mi primer día en Buenos Aires fue como ‘Ya, ¿qué hago ahora? ¿A dónde voy? Están pasando tantas cosas”, cuenta, pero a pesar de que en un inicio sintió esa incertidumbre, con la experiencia de los años aprendió que “lo que una tiene que hacer en terreno es contar historias y eso implica centrarse en ciertas situaciones y protagonistas”.
“Esa es una de las lecciones más importantes”, añade.
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El pasado 24 de febrero, los militares rusos cruzaron la frontera con Ucrania para concretar una invasión militar. En Chile, Arístegui informó sobre la situación desde la medianoche hasta cerca de las 6:30-7:00 de la mañana. Horas después viajó a Europa en compañía del camarógrafo Camilo Soto y el productor Camilo Cuadra para cubrir la situación en representación del canal televisivo Mega.
Desde allá, trabajan en promedio 16 horas diarias, escuchando y transmitiendo las historias de ucranianos en el lado polaco de la frontera. Entre los puntos que visitan frecuentemente, se encuentran diversos albergues, puntos de control y la estación de trenes.
¿Cómo abordar situaciones de catástrofe en las que se requieren relatos de personas que la están viviendo?
“Una como periodista toma distancia, para que en el fondo lo importante sea ese testimonio, no lo que le pasa a una, pero creo que es imposible ser absolutamente indiferente. No creo en los periodistas robots, eso de ver una situación difícil, dolorosa y hacer como que a mí no me pasa nada. Para transmitir, también tienes que sentir y esa emocionalidad está presente cuando se está en terreno. Creo que también se tiene que incorporar, sin involucrarme ni hacerme protagonista en la noticia, porque no es lo que corresponde ni lo que se busca. Se ven historias muy dolorosas y otras de esperanza, hay que ser capaz de retratar todo eso con una cuota de sensibilidad y de empatía”.
¿Cómo ha sido la disposición de los refugiados a contar sus experiencias?
“Nosotros estamos en el lado polaco de la frontera, lo que la gente está viviendo acá es distinto a lo que viven quienes están dentro de Ucrania, aunque las dos son situaciones muy complejas. Acá hay un ánimo de colaboración a los medios de comunicación, porque saben que el visibilizar esta crisis humanitaria va a ser sumamente necesario, porque además va a durar mucho tiempo y se va a requerir mucho apoyo. Lo peor que puede pasar y que lamentablemente sucede con otros conflictos, es que no aparezca en ningún lado y que no haya cobertura”.
Hasta el momento, ¿ha enfrentado escenarios en donde haya surgido desconfianza hacia ti por viajar desde el extranjero para cubrir el conflicto?
“Claro, hay ciertas situaciones que me tocó vivir y en que una dice, ‘Bueno, estamos en un momento muy complejo, hay guerra, hay nerviosismo y todos en el fondo pasan a ser sospechosos’”.
¿Podrías relatar una de ellas?
“Hace un par de días estábamos grabando, haciendo enlaces y algunos directos desde la estación de trenes. En un momento quise ir al baño y estaba sola con el micrófono del canal, por lo que fui hacia un pasillo, en donde se supone que había uno. Ahí me paró muy bruscamente uno de los guardias y me dijo que no podía entrar, porque no podía grabar adentro. Le dije que no estaba grabando, que solo andaba con el micrófono y que quería ir solamente al baño. Me dijo, ‘¿cómo sé que no lo vas a hacer y que no andas con micrófonos escondidos?’ y luego me dijo ‘hay un periodista español que se está haciendo pasar por reportero y que en realidad es un espía ruso’”.
¿Cómo reaccionaste?
“Yo quedé como ‘bueno’. Están muy sensibles con el tema y lo entiendo. De hecho, le pedí disculpas y ahí cambió el tono, entendió que yo legítimamente lo único que quería era ir al baño. Después vimos en la prensa local que informaron sobre esa situación, aunque todavía no se resuelve muy bien, no hay mucha claridad y no hay mucha información. Probablemente tampoco la vamos a tener”.
¿En qué sentido?
“Yo lo había revisado, se había denunciado de parte de Reporteros Sin Fronteras y de algunos colegas, que estaba detenido hace unos cuatro o cinco días acá en Polonia, cubriendo exactamente la misma información que estaba cubriendo yo. Está acusado formalmente de espionaje. De hecho, tuvo que intervenir la embajada española y su situación es muy incierta. Los medios informaron acusándolo definitivamente de ser un colaborador del Kremlin. Entonces, hay que entender que en los contextos así que esto no es juego ni una película, realmente estamos viviendo una situación de guerra”.
¿Cuáles son los límites en la cobertura periodística de estos casos?
“Tenemos que hacer nuestra labor y eso lo defiendo absolutamente, pero hay que entender que hay ciertos códigos y procedimientos que van a ser distintos a cómo ocurren normalmente. No puedo transformarme en un estorbo e interrumpir lo que están haciendo las organizaciones o andar molestando a quienes llegan en un estado de shock. Hay que reportear, buscar esas historias, pero siempre con mucho respeto por la dignidad y la intimidad de esas personas, por su dolor, por sus experiencias, que me cuenten cuando realmente quieren hacerlo. El trabajo periodístico en estos contextos es fundamental, porque sabemos que también hay una guerra de desinformación y una guerra comunicacional, de propaganda, entonces la prensa independiente se hace clave”.
Tienes formación en las artes marciales y eres cinturón negro en Taekwondo, ¿crees que esta disciplina te ha ayudado a mantener templanza en momentos de crisis?
“No practico hace algunos años, porque bueno, una siempre hace muchas cosas, pero en fin, siento que quienes hacemos o hemos hecho artes marciales, sentimos que siempre estamos en eso. Mi camino en el Taekwondo me dio varias lecciones, no solamente para mi profesión, sino que también lecciones de vida, aunque suene un poco cliché”.
¿Cuáles?
“La disciplina y la espiritualidad que hay en las artes marciales es algo que una puede aplicar mucho en distintas circunstancias. Efectivamente hay un tema de templanza, de mantener el control, que es súper importante en este tipo de situaciones. Para mí ha sido un elemento de apoyo frente a situaciones difíciles, porque en el fondo, una se prepara para enfrentar a veces una amenaza, la cual no necesariamente es una patada directa a la cara, pueden ser otras que quizás no son tan evidentes. Se desarrolla un sentido de alerta y en este trabajo hay que estar permanentemente así. Me ha ayudado, especialmente cuando estoy en coberturas más complejas”.
En torno a sus 20 años de experiencia como periodista en el ámbito internacional en diversos medios de comunicación en Chile, periodo en el que también escribió, junto a Gonzalo Montaner, el libro 11S. La amenaza de Al Qaeda continúa, en el que presentan un análisis investigativo en torno a los acontecimientos ocurridos en Estados Unidos, Arístegui reflexiona:
“Me encanta hacer noticieros, la conducción de noticias, los programas y las entrevistas, pero creo que una siempre tiene que tener un pie en la calle. No se puede olvidar eso, conocer las historias directamente de lo que está pasando en terreno. Creo que esa es nuestra esencia”.