El uso de animales con fines de investigación ha ido cambiando a través del tiempo, en general con una tendencia a la reducción. Sin embargo, su presencia en laboratorios aún es determinante e irremplazable e, incluso, las últimas semanas se ha denunciado la “escasez” de especies como monos para avanzar en el desarrollo de la anhelada vacuna para el COVID-19.

por Paz Santander*

Es una barrera que aún no podemos pasar. Pese a todos los avances tecnológicos, los animales aún cumplen un rol crítico en el avance del conocimiento en muchos ámbitos de la ciencia, así como en el desarrollo de tratamientos médicos. La carrera por una vacuna que haga frente a la pandemia es el ejemplo más claro y es que, a medida que avanzan en las fases clínicas, las placas de petri son reemplazadas por ratones que cuentan con el receptor del virus.

En otros casos, quienes realizan sus estudios en monos, actualmente incluso denuncian la falta de rhesus, el macaco con el que se llevan a cabo estas pruebas antes de pasar a la etapa con humanos.

Hablar de escasez puede resultar duro y controversial, como si faltase un reactivo o la pieza de un equipo. Pero no es así, quienes trabajan con especies animales de investigación cuentan con una serie de principios que rigen su cuidado y manejo para reducir el número de animales involucrados, minimizar su sufrimiento y proteger su bienestar. Todas estas medidas, sin embargo, fueron desafiadas ante el confinamiento que exige la pandemia.

Reemplazar, reducir y refinar

Actualmente, el trabajo con especies animales se rige por la normativa internacional de las 3R’s, acuñados por Russel y Burch en 1959.

El reemplazo busca evitar el uso de seres vivos siempre que sea posible, ya sea a través del reemplazo absoluto, con métodos que involucran material no sintiente o estudios in silico (computacionales) o in vitro (como cultivos celulares). O bien, a través del reemplazo parcial, donde se incorporan especies con menor capacidad de sintiencia (usar Drosophila, una clase de mosca, en lugar de un mamífero).

La reducción involucra estrategias que permitan obtener resultados representativos y concluyentes utilizando el menor número de animales, o maximizando la información obtenida a partir de los mismos. Esto requiere de diseños experimentales rigurosos y uso de métodos estadísticos adecuados.

Por último, el refinamiento busca perfeccionar la manera en que se manejan y manipulan los animales durante las investigaciones, con el fin de procurar el bienestar animal y minimizar o eliminar el dolor y angustia. Por ejemplo, en este punto es importante la implementación de enriquecimiento ambiental (un ambiente adecuado a la especie), además del manejo adecuado y oportuno del dolor.

Además, el uso de animales en investigación conlleva una gran responsabilidad para investigadoras e investigadores, quienes deben estar al tanto de la normativa vigente, estudiar la Guía de Cuidado y Uso de Animales de Laboratorio, conocer en profundidad la especie con la que trabajan y contar con la aprobación bioética del Comité Institucional correspondiente.

La elección, entonces, de trabajar con una especie como el macaco rhesus contempla haber superado todas estas instancias.

“Se deben ver los efectos en los órganos. Poder reproducirla en un modelo animal te acerca más, y aún así no nos dará una fiabilidad absoluta”, señala Jesús Zúñiga, Encargado de Comité Ético Universidad de Granada en España. Además, plantea que algunos modelos animales podrían ayudar a resolver otras preguntas como por qué los niños no desarrollan la misma sintomatología que los adultos o si existen factores genéticos que favorezcan la susceptibilidad de ciertos grupos de personas a la infección.

 

Medidas a prueba en pandemia

A fines de marzo, laboratorios en Estados Unidos se enfrentaban a la dura decisión de practicar eutanasia a miles de ratas, dado que debieron reducir el personal y conformar turnos éticos de personas que se encargarán de mantener el cuidado de los animales, tarea que se vuelve aún más compleja ante la incertidumbre y dificultades que enfrenta la cadena de abastecimiento de insumos que requieren los animales, como alimento, material de cama, entre otros, por las barreras sanitarias.

“Las medidas de control del covid-19 deben y están diseñadas para salvaguardar la salud de las especies que pueden verse afectadas por el virus, en este caso, y de acuerdo a la evidencia actual, la principal especie afectada es el ser humano. Diversas instituciones pusieron en acción sus planes de contingencia de acuerdo a las obligaciones de la Guía de Cuidado y Uso de Animales de Laboratorio, pero si no existen las condiciones para mantener el bienestar animal, la reducción de las colonias puede llegar a ser la última opción para así evitar sufrimiento innecesario”, explica Tamara Tadich, académica de la Facultad de Ciencias Veterinarias y Pecuarias de la U. de Chile.

La reducción de las poblaciones se realiza inicialmente evitando la reproducción de animales en los bioterios y como última medida, a través de la eutanasia, para lo cual deben seguirse las recomendaciones de Asociación Americana de Médicos Veterinarios (AVMA, 2020).

Para evitar este caso extremo, el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos (NIH por sus siglas en inglés) limitó la compra de animales a sus investigadores.
Jackson Laboratory, uno de los principales responsables de mantener y suministrar líneas genéticas especiales de roedores -es decir, con las características genéticas adecuadas para cada investigación-, reformuló su trabajo.

Por una parte, congeló líneas valiosas que no se utilizarán por un tiempo y, por otro, aumentó la reproducción de aquellas esenciales para la prueba de vacunas en ensayos pre-clínicos. Las distintas líneas de investigación requieren del modelo correcto para las preguntas de investigación correctas.

Estas medidas en muchos países, incluido Chile, interrumpieron líneas de investigación y proyectos en curso de cientos de científicas y científicos. En otros casos, desató una competencia entre quienes buscaban raudos modelos animales que puedan reproducir de manera confiable la condición del COVID-19 en humanos, es decir, que pueda ser inmunizado con la vacuna y luego desafiado con el virus, para así estudiar su eficiencia en la generación de anticuerpos y que no genere efectos secundarios negativos.

El caso del macaco rhesus es uno de estos especímenes. Pese a que son pocos los países que aún permiten experimentar en primates, Estados Unidos y China continúan haciéndolo, concentrando la mayor demanda, en particular hoy en día, cuando ambas naciones lideran el desarrollo de una vacuna que controle la pandemia. Aquí Estados Unidos lleva desventaja ya que China exportaba el 60% de los primates que utilizaba.

“Por otra parte, no se trata de llegar y pedir más primates”, señala Tadich y agrega, “en el caso de Rhesus el tiempo de gestación es de 5 meses y medio aproximadamente y, en general, tienen 1 sola cría, la cual deberá alcanzar la edad necesaria para ingresar al estudio. Con la carrera actual parece imposible que un laboratorio vaya a esperar ese tiempo”.

La alternativa es utilizar otros modelos animales, como hamsters (de más rápida reproducción, pero con sistemas inmunes menos parecidos al nuestro) o saltar directamente a la fase 3, pruebas en humanos. Esta alternativa corre con la desventaja de que no es posible monitorear con precisión cuándo se produce la infección luego de recibir la vacuna y, por lo tanto, observar la respuesta inmunológica en detalle, como sucedió con la vacuna de Oxford y Astra Zeneca.

La discusión pendiente

Los animales de laboratorios no son los únicos que se ven afectados por las condiciones sanitarias con las que nos sorprendió la pandemia. Aquellas especies en cautiverio como zoológicos o hipódromos, que perciben sus ingresos económicos por visitas, también vieron comprometido el mantenimiento de sus animales y debieron crear campañas solidarias privadas.

En tanto, las barreras sanitarias, tanto a nivel regional como nacional e internacional, complejizó el traslado de productos ganaderos y de la acuicultura. Sin trabajadores y con dificultades para la distribución, los productores también debieron tomar decisiones según sus propios criterios y capacidades, dada la falta de estrategias de gestión de desastres biológicos que, a diferencia de los desastres naturales, son de alta intensidad, pero corta duración.

Sebastián Escobar, profesor de acuicultura en la Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal UC, alerta de la delicada situación, por ejemplo, en el caso de la industria del salmón.

Según los informes de la industria, la producción no ha disminuido, pero la pandemia ha obligado a disminuir el número de operarios, conservando sólo funciones esenciales para no desatender su cuidado, suplementar alimento o tratar alguna enfermedad infecciosa. En tanto, se suman crisis puntuales, como el colapso de estructuras debido a intensas marejadas y corrientes marinas. Estos eventos intensos, breves y muy destructivos provocan escapes y, en muchos casos, una gran mortalidad de animales”, señala el académico.

“Es comprensible que las medidas para proteger la salud de las personas se realicen en primer lugar, sin embargo, tras 5 meses, no podemos seguir ignorando la completa dependencia de miles de animales para su cuidado y bienestar. Esta crisis debe hacer que nos replanteemos los sistemas productivos animales, y sobre lo frágiles que son ante este tipo de crisis que podrían repetirse en el futuro”, concluye Escobar.

*Paz es editora del sitio Chilecientífico