Nos despertamos con la noticia de su muerte y es necesario explicar brevemente por qué su figura fue tan importante para el periodismo de hoy en día.


Que tu gato muerda tu nariz a las 5 de la mañana y despertar solo para descubrir que uno de tus ídolos ha muerto es una pésima forma de comenzar un viernes.

El viaje en metro esta mañana fue desgarrador. Ni Ariana Grande con Tears left to cry sonando por todas partes deja un halo de optimismo. Aquellos que admirábamos a este chef irreverente estamos desolados. Y la forma en que los medios nacionales han replicado la noticia también es decepcionante (y estoy siendo generoso)

“Muere Anthony Bourdain, el chef que vino a Chile y vilipendió nuestro tradicional completo”, han comenzado a titular diversos portales generando una ola de nacionalismo innecesaria y muy ridícula por parte de quienes defienden el pan con salchicha y kétchup.

Porque su legado era mucho más que eso y lo mínimo que podemos hacer como medio de comunicación es dar a entender su aporte para el gremio cuando todavía sabemos muy poco sobre los acontecimientos que rodearon su muerte.

Según confirmó CNN -cadena para la que trabajaba- el autor, periodista y chef de 61 años se habría suicidado mientras preparaba un capítulo de su programa Parts Unknown. Existen especulaciones de que su muerte pudo ser premeditada, después de todo, Bourdain comentó en una oportunidad que su pasión por la comida comenzó justamente en Francia cuando probó una ostra mientras viajaba en un barco pesquero.

Para muchos, Bourdain era una personalidad que viajaba por el mundo comiendo a destajo incomodando a los locales por su lengua viperina. Para otros, un referente a la hora de comunicar y direccionar la conversación gastronómica tras ampliarla a un recorrido social y periodístico de los lugares que visitaba.

Ser periodista en Chile es limitante. La prensa es poca y se sostiene por un público que no lee ni compra medios haciendo que las posibilidades laborales sean escasas con un panorama poco optimista si consideramos los últimos acontecimientos de despidos masivos y cierres de medios emblemáticos.

A través de su compromiso, Bourdain demostró que no se necesita un trabajo establecido si puedes inventártelo tu mismo aprovechando las habilidades que el medio te entrega -llamadas capacidades blandas por algunos, aunque discrepo porque se necesitan cojones para lanzarte a la piscina de la forma en que él lo hizo durante casi 30 años-.

Su trabajo era una fotografía con flash que ponía como espectadores en tercera persona a los televidentes que miraban de forma externa su propia idiosincrasia. Cuando vino a Chile, el tema central del espacio fue nuestro aislamiento geográfico y la dictadura militar con varios testimonios de expatriados que fueron torturados durante el régimen de Augusto Pinochet.

Da un poco de vergüenza que esos temas se pongan en la palestra tan solo cuando viene una figura reconocida extranjera pero se olviden apenas se va, pero sin ánimos de hacer hincapié en ello, lo cierto es que el neoyorquino se convirtió en una inspiración para muchos que no queremos tener una visión reproducible de los hechos -como se espera en el periodismo- y buscamos argumentar, deglutir y exponer un punto de vista respecto a la información que aparece a diario.

Su partida me deja con tristeza gótica porque su forma de hacer y concretar proyectos inspiró a una generación entera, pero esto no fue suficiente ni siquiera para él mismo.

Como periodista, me despido de una de las figuras responsables de incidir en la decisión de hacer lo que hago y me imagino que a muchos les provocó empatía ver su trabajo y empeño para hacerse de un nombre en un espacio donde se pensaba, no quedaba más por hacer.

La mejor forma de preservar su legado es tomar de su ojo crítico la forma en que hacemos prensa a diario, siendo valientes al poner nuestro juicio por sobre el rating o la simpatía del público.

Me quedo con su frase célebre: “Tu cuerpo no es un templo. Es un parque de diversiones y debes disfrutar el recorrido”. Quienes seguimos su carrera somos testigos de que vivió tal como lo expuso, o por lo menos, nos tranquiliza convencernos de que así fue.