Esta es la segunda entrega desde Palestina de parte de nuestro equipo que está allá filmando un documental. En esta oportunidad nos cuentan sobre el reporteo en una humilde escuela palestina que se sostiene en pie casi de milagro, a pocos metros de un imponente colegio de la ocupación israelí.
Lo más doloroso en este conflicto es ver cómo los niños parecen estar atrapados en medio del fuego cruzado de ambos lados. Esto muchas veces de forma literal, otras de maneras mucho más metafóricas y sutiles, pero igualmente dolorosas. En esa dimensión del conflicto, es imposible no conmoverse con la realidad que enfrentan a diario los niños palestinos.
A 30 minutos de Belén se encuentra Nabi Al Zakria, un pueblo colgado de suaves laderas rodeadas de verdes parras. Las calles son cada vez menos claras a medida que uno se interna en el valle. Para llegar a la escuela del pueblo es necesario entrar a un asentamiento que ha rodeado Nabi Al Zakria de forma ilegal. El check point controlado por los militares israelíes está sobre una carretera conocida como “El camino de la muerte”. En ese lugar los Palestinos no pueden caminar a menos que quieran arriesgar ser alcanzados por una “bala loca”. Nosotros no tuvimos mayores problemas para cruzar.
Dos soldados nos pidieron los pasaportes mientras miraban con muchas dudas las cámaras. De forma disimulada, registramos todo el proceso. Al avanzar, llama la atención lo grande e imponente de las casas en los asentamientos. Al fondo, arriba de un colina, resalta una construcción gigante de 4 pisos. Un par de kilómetros más allá, llegamos al poblado palestino. Un grupo de casas muy básicas, que parecen estar estancadas en el tiempo, son todo lo que queda de un pasado mejor.
Cuando un equipo se dispone a hacer un documental, lo más importante por lejos, es estar dispuesto a emprender con los personajes un viaje muchas veces conmovedor. Para que un trabajo de este tipo pueda realmente llegar a tocar a la audiencia, es clave vivir las sensaciones en primera persona, entender la realidad y aceptar esos sentimientos como propios. Siempre he pensado de que si uno logra durante la filmación replantearse las prioridades en la vida de una forma personal, hay grandes opciones que ese sentimiento después traspase la pantalla.
Al llegar a la Escuela en Nabi Al Zakria nos reciben de forma muy cercana. Queda claro al entrar que la inocencia de los niños y la bondad de las profesoras es el sustento de esa casa que apenas sigue en pie. La escuela tiene con suerte 5 piezas. La directora nos muestra orgullosa la biblioteca y el laboratorio, dos muebles apoyados en un muro lleno de implementos para los niños. El patio, un pasaje de no más de 8 metros de largo, está pegado a un cementerio rural casi abandonado.
Nadie sabe cuánto más estará la escuela ahí. El gobierno israelí ha mandado 3 avisos de demolición por estar supuestamente en un terreno que no tiene permiso de construcción. Con este mismo pretexto, Israel ya ha demolido casi el 70% de este pueblo que lleva cientos de años en el mismo lugar. Hoy sólo 600 palestinos siguen ahí, donde han tenido que soportar las presiones y agresividad de los colonos. Los niños, por ejemplo, no pueden caminar a la escuela por miedo a ser agredidos. De hecho un bus de la ONU los saca a través de “La calle de la muerte” para dejarlos en sus casas.
Los pocos niños que tienen la suerte de vivir al lado de la escuela, caminan de vuelta con sus mochilas, las que a la distancia se ven casi más grandes que ellos.
La vida muchas veces se llena de lindos matices, pero otras cuantas, estos matices se convierten en dolorosas ironías. Mientras los niños caminan de vuelta a sus casas, de fondo, en los cerros, los acompaña de forma imponente el colegio de los colonos. Ese edificio de 4 pisos que nos llamó la atención al llegar, es protagonista silencioso de esta historia.
Es como si parte del plan de ocupación del West Bank (terreno legalmente palestino) fuera desmoralizar lentamente hasta a los niños.
El colegio israelí construido en un asentamiento ilegal, tiene cancha de futbol, piscina, gimnasio y de lejos parece empeñarse en hacer más evidentes las diferencias. Duele ver al mismo tiempo las dos construcciones, la de los niños palestinos y la de los colonos israelíes a solo una loma de distancia. Pero los niños caminan ignorándolo, como si fuera parte de una dimensión que nos les pertenece.
Yo no pude dejar de pensar en lo duro de la segregación que se vive en Palestina y de todo lo malo que hay en esa escena tan profunda.
En la escuela conocimos a Sally. Su mirada nos cautivó a todos por completo. Al conversar en un improvisado inglés, nos enteramos de los detalles más duros de la ocupación, pero al mismo tiempo, entendimos que en la mirada de esos niños muchas veces está el optimismo de un futuro mejor.
Sally me preguntó de Chile mientras mi equipo entrevistaba al encargado del pueblo. Siendo sincero, le puse muy poca atención a esa entrevista. Sally y sus compañeras lograron toda mi atención, transmitiéndome muchas veces en silencio eso que uno busca al filmar un documental. Es algo especial que muchas veces no se compone de palabras. Es la mirada la que nos cuenta de forma abierta, con detalles inalcanzables, lo que pasa en el fondo de cada uno.
Espero ser capaz de traspasar en el documental lo que Sally me transmitió con solo mirar el mundo con otros ojos.
Sé que todo el equipo lo sintió. Finalmente creo que todos buscamos, en algún grado personal, una sanación con este proyecto. De otra forma no se entiende las ganas de estar en un lugar donde es evidente que hemos perdido la batalla y los culpables silenciosos somos todos.
- Lee la primera parte del blog de este documental en proceso acá