“Adineradas y neuróticas” podría ser el nombre de un podcast en plan satírico acerca de las hazañas y amarguras de unas protagonistas de culebrón. Pero también aplica como bajada para la actual ficción estrella de HBO, en sucesión a la hecatombe emocional dejada tras Game of Thrones y Chernobyl.

Y ahora es cuando el retorno de las amigas de Monterrey, al norte de California, viene a exhumar tumbas y nuevos espectros mentales. En un litoral donde el tronar de las olas ruge tan fuerte como una llamarada estilo Dracarys, o como la explosión del reactor número cuatro.

La segunda temporada fue un retorno resistido por algunos fanáticos ante un gran cierre de la temporada pasada. Pero la miniserie devenida de la novela de Liane Moriarty, no necesita de mayores aspavientos en su continuación. Hay pruebas frescas -nada recalentado- de crueldad y acidez en estas apoderadas que parecen sacadas de una campaña de Ralph Lauren. Y que bien saben de chillar la frustración y de maquillar los abusos, apartando la tentación con el camp.

O al menos en parte.

Es el género quien lo exige. Entonces la entrada de Meryl Streep con su Mary Louise Wright, con esos modos y ese peinado y esa gargantilla católica con la que juega mientras lee a las demas, cumple con esa dosis de alegoría.

Si bien Big Little Lies vendría siendo la heredera de Desperates Housewives, (2004 – 2012) no se emparenta del todo con sus giros truculentos y sus sentimientos afectados. Pero entre ambas logran el consenso en un punto; la ecuación entre burguesía, crimen y heroínas es atemporal, también adictiva y no menos exenta de complejidades narrativa.

Eso que en DH funcionaba como un manifiesto abiertamente inverosímil, en BLL surca la introspección y el subtexto afilado. Siendo entre Celeste (Nicole Kidman), Jane (Shailene Woodley) y ahora Bonnie (Zoë Kravitz), el espacio donde forcejean los grises más profundos. Revolviendo la sororidad con los pactos de silencio en pos de mantener el statu quo. Ese es el precio a pagar por vivir en un paisaje que deja a Wisteria Lane como un barrio en decadencia. Dejando servido entre Madeline (Reese Witherspoon) y Renata (Laura Dern) las lecciones de como volver oscuramente divertida una crisis nerviosa.

Retrocedamos a Celeste y Jane; Son los hijos de ambas las pruebas concebidas por el abuso doméstico y sexual. La disociación entre postergación materna y trauma latente. Ser madre, es entrega ciega. Ya se sabe.

¿Acaso hay un mejor punto de partida para un dramón intenso?

Y desde ahí, parte la interrogante luego de dos capítulos exhibidos; ¿Por qué amamos ver a mujeres asediadas por el vicio, las dudas y las trampas sentimentales? Porque, es posible, necesitar ser testigos de historias de redención sobre zapatos de taco alto. Un clásico atávico.

Y también hay un motivo silente; en una cultura aún empantanada en una ciénaga de patriarcas, la mujer que no sufre, es siempre motivo de sospecha. Por mas que su trench color camel esté libre de manchas de sangre.

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