Por eso el dicho “sobre gustos no hay nada escrito” es la mentira más grande de la historia.

Billetto Editorial

Voltaire, Hume y Montesquieu proponen que el buen gusto es un patrón universal que sirve para medir el progreso de la cultura. “La total proscripción de lo burlesco y lo grotesco, es decir, de lo cómico-lírico, fantástico o subjetivo, se tendrá completo en sus puntos esenciales ese famoso código del buen gusto”, decía Melendez Pelayo. En Tablas Poéticas de Cascales se dice que el buen gusto es “una facultad para aceptar lo bello y negar lo feo y apartar lo creíble de lo inverosímil”, como dicen González e Isabel en El Buen Gusto.

De un punto a esta parte de la historia, el buen gusto se ha transformado en un concepto que varía de lo plástico y pasa por ráfagaz de distintas eras. El buen gusto no era lo mismo hace diez siglos atrás, hace cinco o en la era moderna. Todas las corrientes del arte, de la cultura, de la industria y los cambios que otorga a las sociedades el sistema económico situando el capitalismo en cada esfera localizada.

Sócrates, según Platón, reflexionó profundamente sobre la belleza y otros valores que se asocian a esta. Pero fue Kant, un par de miles de años después, el que afirma que el juicio de gusto no es racional si no estético, porque no tiene que ver con el objeto en cuestión si no con cómo se siente el observador sobre el objeto.

Camila Mellado, experta en Filosofía y Estética

La evolución del buen gusto, entonces, se va entrelazando con la raíz de los procesos políticos, culturales locales y globales. El artista Felipe Rivas San Martín dice que es necesario cuestionar la politicidad del gusto, preguntarse si existe una potencia política en el gusto, ya que “visto superficialmente, creo que el gusto está atravesado por dos lógicas principales”.

El carácter moral: “Existiría un buen gusto y un mal gusto. Lo que definiría eso serían las convenciones sociales (de poder dominantes)”.

La lógica liberal, hoy neoliberal, del gusto como una definición personal: “Algo me gusta o no me gusta. Esta segunda dimensión estaría hoy intensificada por la lógica del poder en red, la lógica del “like. Creo que esta lógica del gusto es la que predomina hoy. Me da la impresión que ninguna de las dos contiene una posibilidad política. Pareciera ser que no sería posible una “politización del gusto”.

Samuel Zeller

¿Qué es el buen gusto?

En un principio, tal como explican los expertos en conversación con Pousta, tiene que ver con la capacidad de agradar. “La belleza no necesariamente es esto, pero el buen gusto es más estrecho, quizás porque está muy unido a concepciones de clase, al igual que lo ‘bien visto’, ligado al hecho de gustar, que tiene mucho que ver con la empatía”, continúa Mellado.

Por otro lado, la artista y performer, Consuelo Arévalo, piensa que “El buen gusto aparece como algo accesible, como un deseo colectivo por la fantasía de poder alcanzarlo (algo que la publicidad y los medios de comunicación masiva lograron identificar, la historia ya la sabemos)”.

Esta compresión y aplicación de las normas sociales, tanto de la moda como las sociales, es el manejo de códigos lingüísticos complejos que se van involucrando con otros aspectos de las relaciones humanas.

Para Kant, la idea de los juicios del gusto son una creencia que se basa en la subjetividad validada, ya que pretende aumentar hasta llegar a todo el mundo. “El que contempla y gusta de algo, pretende englobar su gusto tratando de adherir a todos a su juicio, el cual, aunque no ha pasado por prueba alguna para sustentar su belleza, el sujeto pretende hacer sustentar que sí lo ha hecho y que tal prueba ha sido superada. Es decir, pretende hacer de su juicio subjetivo algo objetivo”, conversan las autoras Pernil González y Ana Isabel.

Tania Sheverava

¿Quién define el buen gusto?

Como cualquier noción existente hoy, quienes definieron en un punto el buen gusto fueron las clases dominantes, aquellos que ostentaban puestos de poder, de líderes de opinión. Hoy, los espejos sociales y las representaciones mediáticas, virtuales, digitales de estos grupos configuran la inmediatez y democratizan las áreas estéticas con las que se discute qué entra y qué no.

“Como toda norma social, tiene relación con valores morales propios de cada cultura y es a su vez un reflejo de estas normas. Es la sociedad la que define qué es el buen gusto, y esto se ve asociado a las normas que priman en cada cultura. A veces son razones religiosas, morales, sociales o económicas, pero siempre provienen desde las clases dominantes y las ideologías que imperantes en cada país”, concuerda la también periodista Camila Mellado.

Pero también existen otras perspectivas que definen el buen gusto como un reflejo, como una característica de personalidad. “El buen gusto es algo innato y es el reflejo de la personalidad y la forma de ser de cada uno; son un conjunto de características a nivel externo e interno: cómo habla, cómo se mueve, cómo se viste una persona determinan su encanto y magnetismo social”, dice Maruxa Carvallo, profesora de la Personal Shopper School de Madrid en La Vanguardia. 

“El gusto se ha constituido como uno de los conceptos estéticos más problemáticos desde la Ilustración hasta nuestros días”, admite Carlos Fajardo, filósofo, y profesor de Estética y Literatura en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas de Bogotá (Colombia), al mismo medio.

¿De qué manera “el mal gusto” se apoderó del arte, de la belleza?

Camila Mellado: Creo que tiene que ver con la provocación y la disidencia, propias del arte contemporáneo. En las vanguardias podemos ver la idea del gusto como una construcción personal, no necesariamente cercana a la norma o directamente en contra de ellas. Una de las grandes búsquedas del arte contemporáneo es sin duda la de una belleza nueva, o el cuestionamiento del canon y la puesta a prueba de este.

Consuelo Arevalo: Por supuesto que el arte es uno de los campos en el que esta idea ha avanzado con más fuerza e incluso en su nombre se ha hipotecado incluso la producción de sentido en gran parte del arte contemporáneo. Finalmente la discusión es acerca del buen o mal gusto que proyecta, y no sobre la consistencia de la experiencia estética que habilita. 

Tanto la idea de belleza (anclada en la técnica) como la de mal gusto (arte kitsch, arte glitch por mencionar dos ejemplos) provienen de este mismo paradigma.

La noción de que el arte debe ser bello o útil y la idea de que el arte debe ser recargado o feo existen en la órbita de un arte cuyo rol es tener una función, un aspecto y una identidad que se encuadre con los códigos del buen/mal gusto, o de los fines productivos de un mundo en el que no hay actos constituidos en sí mismo. Pero las producciones de arte a partir de las vanguardias históricas ha abierto otras posibilidades estéticas que coexisten con aquellas del status quo, aunque operan bajo otros motores de búsqueda.

Por eso hay dos (o más) artes contemporáneos: el que participa del mercado, de los espacios institucionales y de exhibición, es decir, el arte contemporáneo mainstream que se alinea con la idea de buen/mal gusto y aquel que, como explica Bourriaud (un agente de este tipo de arte contemporáneo), nacen y resisten en la periferia del gusto (específicamente habla de la categoría de exforma).


¿Qué papel juega la clase social en la construcción de la belleza, de lo feo, de la admiración a lo bonito, a la estructuración del buen gusto y del mal gusto?

CM: Existen filósofos, como el español Ortega y Gasset, que plantean que la sensibilidad estética, es decir la capacidad de percibir la belleza, es un atributo que no tienen las clases populares, las que no son capaces de comprender la alta cultura, siendo más cercanas al espectáculo y al arte que apela a las emociones. Esta noción es la que se ha debatido desde muchas ramas del arte contemporáneo, a la par con el crecimiento de la idea del arte como construcción social, versus la comprensión no tan antigua del arte como una suerte de revelación divina.

La ideología, que sustenta los patrones de gusto, siempre favorece a las clases dominantes, eso no quiere decir que esas ideas hayan nacido ni se mantengan solo por estas, los sectores populares también reproducen estas ideas y concepciones.

CA: Si la moda se constituye a partir del buen gusto y el buen gusto a partir de una designación arbitraria, entonces habría que identificar el germen de esa nominación.

Aquí el arte argentino funciona bien como referente porque da cuenta de un fenómeno transversal: la gente que puede pagar arte en Buenos Aires pertenece a una clase social que en primer lugar no se identifica con la crisis económica que afecta al enorme porcentaje restante y en segundo lugar, tampoco se aproxima al arte en busca de los tradicionales garantes de buen gusto (aquellos grandes maestros que todos los países tienen).

Están eligiendo artistas poco conocidos, que hacen mayoritariamente pintura. A este fenómeno habría que darle particular atención porque son artistas nuevos, pero están trabajando formatos convencionales y examinando temas obsoletos. Y si se están vendiendo incluso más caros que los grandes maestros cabría preguntarse por qué.

Samuel Zeller

La fealdad, la belleza y el mal y buen gusto han sido trabajados por los movimientos estéticos del arte, de la cultura. ¿Qué discusiones dialogan entre estas configuraciones culturales a través de las modificaciones que han surgido a partir de la historia?

CA: Los movimientos artísticos que se sucedieron a partir del siglo XX dieron forma no sólo a las producciones estéticas actuales sino también a las discusiones teóricas que actualmente se preguntan, entre otras cosas, precisamente por los límites del gusto y las designaciones de un hecho artístico.

Una de las principales rupturas que provocaron los movimientos estético-políticos desde el Futurismo en adelante tiene que ver con los roles asignados tradicionalmente al arte. Puntualmente asociado a la idea de belleza/fealdad y buen/mal gusto, estos roles apuntaban a la capacidad de representar y capturar la realidad, de constituir imagen a posteriori mediante el retrato (que por supuesto consideraban una idea ejemplificadora del buen gusto de las clases más poderosas).

Las vanguardias históricas y más tarde Fluxus no sólo cuestionan sino que destruyen por completo esta suposición de las funciones del arte, proclamando entre muchas otras sentencias, el fin de esta concepción.

El arte no debe ser necesariamente útil y si lo fuera, jamás a los propósitos de la burguesía. En todo caso, funcional a motivaciones de orden político o social, en tanto la principal búsqueda de las vanguardias fue unir por fin el arte y la vida.

El arte no debe ser bello o de buen gusto, porque su compromiso estético comienza y termina en el sentido mismo y desde ahí se organizan sus cuestionamientos, sus inquietudes y sus cursos.