La sobrecarga de estrés laboral es real y desde el 1 de enero será reconocida oficialmente por la Organización Mundial de la Salud como una enfermedad. Se trata del síndrome del burnout: una problemática que será un dolor de cabeza no sólo para las y los ciudadanos a pie, sino para las políticas públicas de los países que apenas hacen malabares con la salud mental. Conoce más sobre esta enfermedad que, aunque apareció en los años 80, la pandemia terminó por encrudecer.
A partir del 1 de enero del 2022 el burnout será oficialmente reconocida como enfermedad por la Organización Mundial de la Salud. Definida por la misma entidad como “un síndrome conceptualizado como resultado de un estrés laboral crónico que no ha sido satisfactoriamente manejado”, el síndrome de estar quemado tiene sus inicios en los 80’s, cuando muchas personas que trabajaban en servicios sanitarios comenzaron a fatigarse por tener que disponer una cantidad mayor a las energías que tenían disponibles para atender.
“Sus ritmos de trabajo eran muy intensos y las personas comenzaron a fundirse”, explica Juan Pablo Toro, director del diplomado de Calidad de Vida Laboral de la Facultad de Psicología UDP, “Este síndrome se ha ido extendiendo para todo tipo de fatiga por trabajo. Hoy, la pandemia, con sus transformaciones agudas y la intensificación del trabajo al estar en casa, hizo que las personas estén muy obligados a la dinámica de la economía y las tareas domésticas simultáneamente”.
Es un hecho: al menos desde 2020 no hay periodos prolongados de estabilidad. Y hoy, con las restricciones sanitarias en bajada y la llegada de nuevas variantes, las rutinas laborales no dejan de cambiar. Mientras hay personas que nunca dejaron de trabajar de manera presencial, hay quienes aún siguen teletrabajando y otros que comenzaron un modelo híbrido: algunos días en casa y otros en la oficina. ¿Cómo afecta tener que adaptarse tanto a los cambios en un corto plazo?
Según Toro, la situación de vuelta a la regularidad del trabajo implica un alivio y una sobrecarga. El primero se vuelve a una cierta “normalidad”, pero en condiciones muy particulares: las restricciones sanitarias persisten y seguimos “en un entorno pandémico”, por lo que pasa a fatigar a las personas. Además, volver a utilizar el transporte público y adecuarse al tráfico puede resultar aún más abrumador.Pero para ello es necesario ser capaz de reconocer los síntomas del burnout.
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“Muchos de los síntomas en este gran espectro pueden pasar inadvertidos porque la gente los naturaliza y lo atribuyen a causas eventuales característicos de la alta demanda del sistema laboral actual”, sostiene el experto. La base del problema está clara: fatiga constante y progresiva. Pero también es necesario reconocer cuando se está teniendo un “distanciamiento cínico” con el trabajo: “me deja de importar el trabajo porque he hecho tanto esfuerzo que ya me deja de preocupar su resultado”.
Y si no se toman cartas en el asunto a tiempo, es probable que la persona quemada comience a dejar sus responsabilidades de lado. “Esta persona empieza a ausentarse, presenta licencias o simplemente va al trabajo, pero para no estar presente”, afirma Toro.
¿Tiene solución? Más que una gran y única respuesta, Juan Pablo aclara que hay algo que puede ayudar en este (y en casi todos) problema de salud mental: comunicarse y no aislarse. “Hay que advertir de los altos niveles de estrés y comentar cuando hay una sobrecarga de trabajo”, dice antes de continuar, “Suena bien, pero también hay que entender que al intentar poner límites en su carga laboral, también se exponen a ser mal evaluados, por lo que ya compartir lo que te pasa con tus colegas puede ayudarte a saber cuánto te estás exigiendo y a sentirte acompañado”.