La presidenta de la UDI, Jacqueline Van Rysselberghe dijo que:
“No se trata de una condena definitiva, debido a que aún existen instancias de apelación por lo que sigue primando el principio de inocencia”. Que la sentencia “resulta tremendamente injusta, ya que no cuentan con las garantías que ofrece el nuevo sistema”.
Acusó además una “persecución judicial contra militares en retiro y un “ensañamiento judicial”.
Uno podría pensar que JVR está defendiendo de una brutal injusticia a un pobre ciudadano indefenso que está siendo víctima de un terrible abuso de poder. Pero lo cierto es que en pleno 2019, cuando ya no pueden existir más pruebas respecto de lo delincuencial y psicopático que fue el actuar de la dictadura militar en Chile, la presidenta de un partido político sale y defiende a ultranza a Cristian Labbe, ex agente de la DINA y ministro de la dictadura, que fue condenado a unos bastante suaves tres años de cárcel por la tortura con electricidad de un joven electricista de 26 años.
¿Qué clase de persona tendría el descaro de salir a decir eso, públicamente?
Lo hemos dicho otras veces, ese tipo de comentarios son cosas que uno se esperaría y casi acepta, del o la tía borracha y facha en un asado familiar pero no de una condenada autoridad política de una República.
Hay que reconocerle en este punto la audacia, coraje si se quiere, de salir a inmolarse frente al sentido común y la decencia por congraciarse con el sector más extremo de la ultraderecha.
Uno en este punto se pregunta si hay ahí un capital político importante, una recompensa acaso (se sabe que JVR históricamente no ha dado puntada sin hilo), o si es solo una delirante jugada personal y son los movimientos estentóreos, de gallina sin cabeza, de una clase política que se resiste a la extinción.
Lo preocupante es que a principios de semana hizo una gracia parecida pero saliendo a defender al ahora ex subsecretario de Desarrollo Regional, Felipe Salaberry, quien fue invitado a renunciar luego de pasarse tres luces rojas, insultar y amenazar al guardia municipal que le sacó el parte y luego intentar que su hermana que trabaja(ba) en la Municipalidad de Ñuñoa le anulara el parte.
Su defensa al militante UDI fue errática y carente de todo sentido:
“Acá te empieza a seguir un auto, y te das cuenta que es un auto de Seguridad Ciudadana, llama a su hermana que trabaja en la municipalidad y dice ‘oye, ¿qué pasó, por qué me está siguiendo un auto?”, dijo, casi como si el tipo hubiera sido víctima de un intento de secuestro.
Pero la guinda de esta torta de caca definitivamente fue cuando aprovechó de ella también hacerse la vístima (sic) respecto de que tanto Salaberry y probablemente ella también, por el hecho de tener apellidos rimbombantes estaban expuestos a una clase de presión maligna en Chile: “La carga emocional de estar en todos los diarios, en todos los noticieros, en todas las radios, sobre todo cuando no tienes un apellido común, es decir, Gómez, Pérez, González, la presión, sobre todo para los hijos es muy fuerte”, dijo causando una mueca de confusión total en todo el país.
Realmente no queda otra que preguntarse, hasta con cierta preocupación: “¿Qué está pasando por la cabeza de Jacqueline Van Rysselberghe?”