El año 2017 se produjo la lluvia suficiente como para que Santiago recuperase los recursos hídricos perdidos durante casi una década de sequía. Además, nevó en la mayoría de la capital y la noticia se tomó como optimismo: quizás la falta de precipitaciones se debía a una situación temporal, pensamos.
Pero no. Los dos años siguientes han estado marcados por una realidad que ya afecta nuestra economía y forma de vida. La agricultura está cambiando, el turismo también, y todo por la falta de agua y precipitaciones que posicionan a Chile como un país que de facto, ya ve las consecuencias del cambio climático en sus tierras.
Pero este cambio es emblemático: no habrá desierto florido en la región de Atacama. Las autoridades de CONAF así lo confirmaron alegando que no se produjeron las condiciones óptimas para que el fenómeno ocurriese.
“No se puede decir que va a pasar el próximo año respecto del régimen de precipitaciones.Siempre la tendencia es a la baja y a la desertificación. Hay que estar preparados para ese escenario: se ve muy lejano tener años lluviosos” sentenció el meteorólogo Cristóbal Juliá para Radio BíoBÍo.
Uno de los sectores económicos que pueden verse afectados por la ausencia del fenómeno es el turismo que se produce en forma estacionaria, pero que genera importantes ingresos. Tan solo en el parque Nacional Llanos de Challe se registraron sobre los 70 mil turistas en la temporada 2017, sostiene el medio.