La autora chilena acaba de lanzar su primera novela y nos habló de amistad, asaltos y mujeres bacanas.

La amistad entre mujeres es especial. Cuando encontramos una amiga con la cual compartimos algunos intereses superficiales, en seguida queremos hacernos uña y mugre, y contarnos todo. A veces no pasa así; a veces nos demoramos un poco más en hacernos amigas. Ya sea por Fotolog, porque la pillaste escuchando Britney en su mp3, iban a ser compañeras de universidad, se encontraron en el mismo ramo o se transformaron en compañeras de trabajo, es indiferente el escenario donde se encuentren, es el universo haciendo lo suyo para unirlas.

También puede pasar como un flechazo medio ambiguo en el que ves en la otra todo aquello que tu, supuestamente, no eres, dónde los confines de tu mente te tienen prisionera de un supuesto “ser” que simplemente no se ha desarrollado o por miedo o por tu signo regente o por cualquier trauma que acarrees en tus espaldas. La amistad, como cualquier otra relación humana, trata sobre soltar y mostrarse tal cual se es. 

En “El final del sendero” (Emecé, 2018), escrito por Carolina Brown, una amistad entre dos mujeres nace en puntos solitarios de sus vidas. Jota acaba de terminar su matrimonio y Simo, la narradora, lleva en su espalda la acumulación de momentos de su vida aún sin resolver y como la presencia de otras figuras femeninas, como su madre alcohólica o una ex mejor amiga de adolescencia, la detienen de poder crear un lazo sincero con Jota. Esos bordes de la amistad entre mujeres, que es bastante común, se difuminan y se escribe como una historia de amor como cualquier otra.

“A mi me gusta que (la relación) quede en las sombras, porque tiene que ver un poco con mis creencias personales. Yo creo que al final tu te enamoras de una persona, no del género, y eso es lo lindo, y también tiene que ver con el momento en que ellas están. Están tan solas y no importa si son o no son: lo que importa es que son dos personas que se conectan. Por eso la idea de hacerlo solamente entre mujeres, porque además las amistades entre mujeres tienen eso que los bordes de la amistad se erosionan un poco, y porque somos más de tocar, de contener, de abrazar. Entonces, era lindo explorar este mundo, como las cosas pueden deformarse y no necesariamente es algo malo o algo bueno. No es usual, pero es un componente bien común en la amistad femenina. Porque yo siento que muchas mujeres pasamos por una etapa, sobre todo en la adolescencia, que tenemos una amiga con la que somos uña y carne, quizá dormir en la misma cama, y es algo como de tacto también”, dijo Caro.

Caro estudió Licenciatura en Literatura Hispánica en la Universidad de Chile, y por muchos años pasaron sin que ella pudiera escribir, cómo a muchos que estudiamos Letras nos pasa. “A mi me castró estudiar literatura. Si pudiera volver atrás probablemente no lo volvería a elegir. Siento que pese a que es una escuela muy potente en el sentido crítico y de pensar, está también muy obsoleta. Está bien, el foco de esa carrera es la parte crítica, no la parte creativa, pero sentí el peso del canon arriba tuyo que era asfixiante y estuve muchos años sin escribir”, explicó.

“El perro que es un animal que está muy pendiente de ti. El perro tiene eso muy lindo de lealtad a toda prueba y el perro nunca te va a juzgar, siempre te va querer, la puedes cagar y eso, aunque triste por un lado, es muy lindo”.

Volvió a escribir cuando postuló a unos talleres gratuitos de escritura con Pablo Simonetti. Ahí soltó su mano y conoció mucha gente que también estaba escribiendo. Eran personas que se tomaban la escritura como un oficio, no como un hobby, y a ellos mismos les agradeció en el libro por su ayuda: “Yo no creo mucho en los egos, porque creo que lo importante es el texto, no tú o lo que piensas de ti mismo. Esas batallas no sé si le hacen tan bien, aunque están en todos los oficios. Desprenderse de eso es sano y te ayuda a crecer“.

Así, “El final del sendero” comenzó a escribirse en 2012 (que era una historia diferente a la que está en el papel) y que pasó por varios procesos, tomó forma finalmente en 2018. El suceso final, que impulsó a Carolina a sentarse a escribir, fue un asalto en 2014, muy similar al que ocurre en su novela. ” Me asaltaron mientras hacía deporte en el Cerro Carbón con un amigo. No fue tan terrible, pero cuando me pasó necesitaba escribir esa experiencia.  Fue muy fuerte para mi que otra persona tuviera el control, porque me apuntaron con una pistola, me obligaron a ponerme de guata en el piso, entonces yo no sabía. Son esos momentos de inseguridad, de que no sabes que va a pasar contigo, que fueron muy fuertes, los que te dan las ganas de escribir sobre eso“, agregó.

“Encuentro que fue muy reparador poder hablar del asalto, de empoderarme de esto que me pasó, que si bien pienso que la saqué barata, es duro que te pase eso. Es fuerte y común, porque la persona que me asaltó a mi es conocido ladrón en el Carbón y en el Manquehue. Probablemente lleve 20 años asaltando bajo el mismo modus operandi y nadie hace nada, entonces por mi lado había una frustración muy grande por eso. Fue bien terapéutico”.

– ¿Qué referentes femeninos admiras de la cultura y artes en Chile?

Los cuentos de María Luisa Bombal, desde la literatura clásica, me marcaron mucho de adolescente. Otro referente es Alejandra Costamagna, que tiene una precisión muy linda con el lenguaje, la verdad es que cada palabra está ahí como con pinza. Claudia Apablaza, porque no solo es una gran escritora, ha hecho mucho por visibilizar la literatura emergente y la literatura de mujeres y los temas femeninos en la literatura y eso lo encuentro que es una labor que suma para todos. Todas las mujeres que fueron pioneras en su área son una inspiración. Todas las mujeres de los países oprimidos que no han tenido ningún atado con salir a defender lo suyo. El mundo está lleno de mujeres bacanas, lleno de ejemplos de mujeres inspiradoras.

– ¿Algún consejo para alguien que quiera comenzar a escribir?

Yo creo que cuando la gente dice que esto es 10% talento y 90% transpiración, es real. Lo más difícil de escribir es sentarse a escribir, porque es una pega que se hace solo, es una pega que generalmente se hace después del trabajo remunerado, porque son pocos los escritores que pueden vivir solamente de escribir. Entonces, es una pega que puede parecer ingrata porque en el fondo le quitas el tiempo a la familia, al ocio, a la familia, al sueño. Pero en el fondo si quieres escribir, si quieres publicar, tienes que sentarte a hacerlo porque no hay otra manera. La cuestión no se va a escribir sola, nadie va a venir con una varita mágica o un editor mágico que te va a arreglar todo porque tienes que hacerlo tú. Es el hábito.