La verdad de las cosas es que no los podemos juzgar, muchos habrían/mos hecho lo mismo.

Dos jóvenes caminan tranquilos, preocupados de sus asuntos, bajo el cálido sol de Ovalle, cuarta región, Chile. Son las 15:30 de la tarde y aplanan el pavimento de la calle Manuel Magallanes cuando el destino pone en su camino: Dos cajas de pisco. Tres packs de cerveza (18 latas).

Y una oportunidad.

Porque por otro lado, el conductor del camión distribuidor se había bajado y dejado su refrescante mercancía ahí. Como si viviera en Canadá. O en Australia. Y no. Muy no.

Los muchachos agarraron el botín y se alejaron probablemente con una sonrisa que cruzaba sus caras de oreja a oreja. Seguro iban haciendo planes de cuándo y dónde echar garganta abajo todo ese alcohol. Pararon un taxi colectivo para alejarse más rápido.

Mientras cargaban el auto, el conductor se había percatado del hurto, avisó a la policía, y como unos sherlock holmes los oficiales cayeron sobre Matías García García, comerciante, y Manuel Fernández, temporero.

Matías García pudo recuperar su libertad de inmediato, pero Manuel. Tenía una condena anterior y una multa impaga por el mismo hecho, de 1 UTM, algo así como 45 mil pesos chilenos. Como no los tenía, fue condenado a cumplir 16 horas de servicio comunitario. Y a esperar el juicio.

El 5 de septiembre los dos serán juzgados por hurto simple y arriesgan penas desde 540 días de cárcel reclusión y una multa de 5 UTM. Todo por unas piscolas y unas cervezas.