Pareciera que en tiempos de modernidad la inexplicabilidad de los hechos toma un protagonismo del que nadie se quiere hacer cargo, del que a nadie le interesa tocar, del que se prefiere atacar el contexto como escenario suficiente para dejar atrás, olvidar o renunciar al tópico en cuestión.

Durante la mañana de este miércoles los matinales de aquellos canales muy bien desgranados por la humorista Chiqui Aguayo la segunda noche del Festival de Viña, le otorgaban el éxito, la dejaban disfrutar del momento pese a las críticas sobre el lenguaje, el modismo, el manejo –siendo estos los puntos más cuestionados durante los espacios matutinos, en especial del canal host del evento.

Andrés Caniulef dice “este es un humor que no ofende a nadie” antes de presentar la segunda parte de la rutina, acción típica del reciclaje televisivo. Pero en la segunda parte de su stand up comedy Aguadyo recita esta frase de su guion  “… yo tengo puras amigas ricas, puras amigas minas, y yo digo: eso algún día me va a servir a mí por ejemplo cuando venga un violador yo voy a ser la última”

… yo tengo puras amigas ricas, puras amigas minas, y yo digo: eso algún día me va a servir a mí por ejemplo cuando venga un violador yo voy a ser la última

Cuando Hannah Arendt introdujo el término “banalidad del mal” en su libro Eichmann en Jerusalén  (1963) que para efectos puntuales, registra una expresión para narrar de alguna manera de aquello lo que había sido testigo: la falta de reflexión ante la consecuencia de los actos.

La potencia del discurso da como resultado una construcción del sentido de la realidad, la actitud y la aptitud en una postal moderna y líquida. Esa sensación del transformar a través de las palabras medidas en acciones y cantidad argumentativa que deja, sin duda, la incógnita de aquella calidad que necesitamos para direccionar la idea política que esconde, muchas veces que se sabe que esconde, el tener una mujer en un escenario en tiempos donde el cuerpo sigue mantenido el protagonismo.

Digo que lo sigue manteniendo ya que la omisión no existe y es al feminismo a quien debemos agradecerle esta no-omisión de la importancia del cuerpo como pieza fundamental performatica del discurso.

¿Qué discurso se dijo?

Esto no se trata de la cara avergonzada del periodista Humberto Sichel o de cómo la prensa no sabe tratar las reacciones cuando son hombres con alcanzados o de cómo no se atreven a escribir claramente pene. Tampoco se trata de cómo está bien y se levanta el colectivismo solidario del club de hombres cuando el tema es lo grande del pene.

22 de FEBRERO del 2017/Viña del Mar
Daniela Aguayo ,durante la segunda noche de la 58º del Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar 2017, realizado en la Quinta Vergara.
FOTO: FRANCISCO LONGA/AGENCIAUNO

 

No se trata del humor de Natalia Valdebenito, de la manía de decir que se dejó o no la vara alta, que no se puede comparar o de que Aguayo es ordinaria, de lo que opinan las redes sociales o las veces en las que dijo groserías.

Se trata de espacios de poder, de mujeres empoderadas, del frenar la producción masculina y comenzar a potenciar la perspectiva de la sujeta que potencialmente es combustible de una crítica superflua, vacía y de reproducción fácil.

Se trata de ponernos en riesgo y agradecer el compañerismo. Sin embargo se trata, también, de escucharnos.

La banalidad está en todos los rincones del entretenimiento. El  Festival de Viña parece ser una banalidad si se le mira desde el glamour al que aspira.

La banalidad está en todos los rincones del entretenimiento. El  Festival de Viña parece ser una banalidad si se le mira desde el glamour al que aspira. La gala, los backstage, el comentario sin opinión o la opinión irrelevante, la pregunta que está de más, el habitar televisivo que se encarga de estar en un aquí y que al mismo tiempo se esfuerza por pertenecer a otro espacio, por dar una esencia que permea el ejercicio de la sobreexplotación de un recurso del que se estruja en la sociedad del espectáculo: la intimidad.

Vargas Llosa explicaba la paradoja de la democratización de la cultura en este punto de la historia como un “facilismo formal” y de cómo esto y “la superficialidad de los contenidos de los productos culturales se justificaban en razón del propósito cívico de llegar al mayor número de usuarios”

La industria cultural es una escuela. Se quiera o no ésta realidad no se puede omitir, lo que no quiere no decir que sea pulcra o perfecta. Todo lo contrario, es un escenario que limita las subjetividades y que refuerza estereotipos mientras al mismo tiempo celebra la ruptura de los mismos, como la queja de la ordinariez versus el aplauso y permanencia de Morandé con Compañía in business . La mujer objeto versus la elección de la reina del Festival de Viña o sin ir más lejos la animadora compañía versus “el” animador.

Ya lo veíamos en Kika del galardonado Almóvodar cuando nos reíamos de una mujer que había sido violada mientras dormía. La periodista encargada de entrevistarla en la obra de ficción le reprochaba “que la hayan violado no justifica que sea usted un borde”.

Cuando a la Bella Durmiente el príncipe la besa mientras duerme sin importar lo que significa ese beso para ella ¿Qué presenciamos? ¿Qué es más importante ahí?

Algunos/as festejan el hecho de que tengamos  Chiqui Aguayo, una mujer que se siente cercana a un pueblo cansado, aburrido de lo mismo, que ya no puede soportar un hecho de corrupción más –pero que sin embargo lo aguanta.

Que tengamos a una humorista que no se aleja de un cuerpo en cuestión del que se nos censura de ver. La hemos visto trabajando en paneles de mujeres que comentan la actualidad, con rutinas, con experiencia, con un bagaje que le permitió ser “la mujer” encargada del humor en un festival de rumor en abundancia.

¿Se pueden hacer bromas con la violación? Claro que sí. Sarah Silverman nos ha dado cátedra de cómo sí se puede hacer humor con la violación. “Quién se va a quejar con los chistes sobre la violación ¿las víctimas de la violación? Ni siquiera denuncian a sus violadores” dice en una de sus rutinas.

Sin embargo cuando nos enfrentamos a estas humoradas sobre el filoso encuentro con un tema tan sensible pareciera que las subjetividades florecen otros aspectos que incondicionalmente se aprueban de manera más sencilla cuando el chiste en cuestión se trata de que te vayan a violar última porque eres más fea, mientras al resto de tus amigas se las violarán primero.

No es el punto si criticamos lo mismo o no, no es la idea que colonicemos nuestras opiniones, es el preguntarnos mutuamente hasta qué evolución y hasta dónde queremos que nos llegue el feminismo, es el cuestionarnos la importancia del cuerpo sobre el discurso y viceversa.

No es el punto si criticamos lo mismo o no, no es la idea que colonicemos nuestras opiniones, es el preguntarnos mutuamente hasta qué evolución y hasta dónde queremos que nos llegue el feminismo, es el cuestionarnos la importancia del cuerpo sobre el discurso y viceversa. El origen de la necesidad histórica del hablar, del lenguaje y de la palabra, del pensar qué se habla, del renunciar a la heterotopía y la banalización del recurso que nos oprime porque la costumbre nos impide repensar lo que se dice.

Dónde encontrar una voz que dé vida a una realidad que no se despegue del reclamo, que no frene el objetivo colectivo, la demanda popular o el espíritu crítico de una sociedad que se comienza a dar la mano para frenar esta violencia, que tal como dijo alguna vez el activista feminista y disidente sexual Lucha Venegas “la violencia es parte del folclore en Chile”

Pero ¿Dónde? ¿En lo banal? ¿En la vanguardia posmoderna? ¿En el espacio underground de la producción de conocimiento?

Que el folclore no permita que la violencia y el maltrato continúe emergiendo en un camino pisado por la repetición continúa de acciones fuertemente interiorizadas y aceptadas como “Lo natural”, “Lo que está bien”

Serás parte de las víctimas, pero la última. Las violarán a todas por lindas. La belleza y el ser cuerpo de deseo, aquella meta estética de la perfección, entonces, aumentan el riesgo de la violación y no la erradicación de la conducta en sí –conducta violenta, por cierto. Carece entonces este pequeño desfase en la rutina de la Chiqui Aguayo de la sororidad de la que se nos menciona momentos después al ser galardonada con los dos premios más importantes que pueden recibir los artistas invitados al festival, los gana con su rutina, una rutina que contenía este chiste sobre el abuso de poder.

Pero ¿qué importa más? ¿Fue una rutina feminista? ¿Qué tan importante es que sea feminista? ¿Queremos que sea feminista? ¿Puede una feminista banalizar una violación sabiendo y teniendo en cuenta hechos concretos, estadísticas, y un sinfín de evidencia clara que incita a un replanteamiento de las conductas patriarcales de las que estamos acostumbrados a vivir y que han levantado movimientos nacionales e internacionales como el “Ni Una Menos”?

Puede o no ser una carta en el humor que permita remontarnos al ejercicio clásico y necesario de democratización del humor, a lo implícito de lo político en la risa como mecanismo de defensa en el actuar y de lo cotidiano que también se entiende al compartir una risa, pero el ejercicio de escucharnos y leernos también viene de la mano del reestructúranos desde este feminismo que nos sirve como un punto de encuentro entre las voces que no siempre pueden alzarse –pero que deberían.

Desde esta idea entonces se arma un discurso banal sobre un hecho de violencia histórica que cada año suprime la vida de miles de mujeres en todo el mundo. Mujeres silenciadas que son violadas primeras, segundas o últimas por feas, por lindas, por ser mujeres.

Más cuidado con lo pronunciado en la masividad de este escenario para potenciar a que más voces que no pueden hablar lo hagan con libertad y desde el saber que no se las van a violar ni primero ni últimas.

Porque entonces nos quedamos con una risa un tanto amarga en este aquí. Una risa trágica en este enfrentamiento del que estamos siendo espectadores: la panacea postfeminista.


Por Marcial Parraguez. Activista feminista y disidente sexual.