La entrevista a la politóloga Claudia Heiss partió al revés. Ella hizo las primeras preguntas

¿Leíste el libro?, me dijo (refiriéndose a su último libro).

Por suerte lo había leído, sino me hubiera trabado entero y todo se hubiera ido al carajo, pero bueno, lo leí. Le dije que sí.

La segunda también la hizo ella y me apretó más ¿Qué parte te pareció más fome? Y decirle a la Jefa de Carrera de Ciencias Políticas en la Universidad de Chile que una parte del libro más vendido de esa semana estaba fome era medio barsa, pero tenía que responder. Le dije la verdad: creía que enumerar los sucesos del estallido se hacía repetitivo habiéndolo vivido hace tan poco, pero que cuando se leyera el libro en un tiempo más sería la parte más entretenida.

Claudia representó a Revolución Democrática, del Frente Amplio en la mesa técnica que se conformó luego del acuerdo por la nueva Constitución. Desde su expertiz escribió el libro ¿Por qué necesitamos una nueva Constitución? Un ensayo de 130 páginas que abarca desde la elaboración de la Constitución de 1980 hasta el estallido social del 2019. Es crítica de la forma –cómo y cuando se hizo la Constitución- y también del fondo –el contenido que plasma las ideas centrales del neoliberalismo-.

 

Por su conocimiento y trabajo en la materia decidimos hacer esta entrevista que tuvo desde el ensayo de una Operación Deyse en mitad de la grabación en la facultad de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile, hasta el coronavirus que nos hizo postergar varias semana la publicación. Pero sobre todo hoy, que se reflejan algunos de los más evidentes problemas de salud en nuestro país con servicios acorde a tu capacidad de pago, es que se hace necesario no abandonar la discusión constitucional.

¿Cuándo se dieron cuenta en el Congreso que la constitución los tenía amarrados?

Yo creo que este no ha sido un problema muy sentido en los partidos políticos, salvo algunos, esto no ha sido un tema central. La izquierda en general estaba más preocupada de los temas sociales puntuales, de la reforma laboral, de la reforma tributaria, pero en el sistema político ha habido solo pequeñas voces dentro de la oposición y también algunas de la derecha democrática que han puesto sus miradas en la constitución. La verdad es que sin el estallido social, no estaríamos hablando de nueva Constitución.

Eso lo evidenció el proyecto de reforma a la Constitución de Bachelet, donde la verdad no la pescaron mucho. La derecha criticó que se estaba gastando la plata en una cosa sin importancia y la realidad es que fue una cosa bastante modesta. Lo de Bachelet pegó más en la gente que en el sistema político porque comparado con otros sistemas de consulta constitucional hubo muchísima gente que participó, fueron mas de 200.000 personas que querían hablar. El movimiento constituyente se venía dando hace bastante tiempo porque las instituciones políticas le quedaron chicas a la sociedad chilena hace mucho rato.

En el proceso que inició Bachelet se hacían cabildos para dar insumos luego a los expertos para que hicieran la constitución, hoy después del estallido eso es impensado…

Ese proceso no tuvo ni siquiera mucho apoyo de los propios partidos que estaban con Bachelet. Tenían una fase de expresión política a través de los cabildos, pero luego la redacción, aunque pasó por un proceso de sistematización que se intentó hacer de buena fe, fue redactado por abogados del Ministerio del Interior y enviado al congreso la última semana de gobierno, absolutamente testimonial. La vinculación entre ese proyecto de Constitución y las bases ciudadanas era débil. Y además, si prosperaba ese proyecto y el congreso lo discutía, no había ningún mecanismo que obligara a los parlamentarios a considerar lo que se dijo en el proceso de los cabildos.

Esto es una lección para el proceso constituyente actual, que habla de la necesidad de que la participación ciudadana no sea solamente en los tres proceso electorales que contempla la reforma al capítulo XV, o sea, no basta con el plebiscito de entrada, elegir a los constitucionales y el plebiscito de salida. La gente tiene que poder participar en lo que se ha llamado “la cocina” del diseño de las instituciones. Tiene que haber apertura para el que quiera participar, pero también apertura en escuchar, porque por lo general cuando los parlamentarios llevan expositores a las comisiones del congreso, su incidencia es mínima. Sería muy ciego del sistema político no incorporar a la gente.

¿Se habla de Constitución neoliberal, subsidiaria y un montón de conceptos que no aparecen literalmente en el papel, ¿no se dieron cuenta de lo que no estaba escrito? O ¿transaron todo con tal de recuperar la democracia?

Esa es la crítica que se le hace a la concertación, uno puede decir por qué no hicieron una Constitución al tiro, como Brasil, que tenían una dictadura y luego dijeron bueno, ahora tendremos otro régimen político. Yo creo que es un poco injusto aplicarle esa vara a toda la Concertación. Ahí hay una diversidad de ideas políticas y el sector de izquierda de lo que era la Concertación hasta hoy es muy crítico del modelo, pero hay otros que se acomodaron en el sistema. En la transición primaron las ideas más conservadoras, la desmovilización de la ciudadanía, pero también es cierto que existía un peligro de regresión autoritaria real. Más que juzgar el año 1990 hay que hacerlo sobre los 30 años. ¿Por qué cuando Ricardo Lagos llegó al poder no hubo una presión más radical por generar un Estado de bienestar, por ampliar la cobertura social, por ampliar el rol del Estado y reducir el principio de subsidiariedad? Cuando no había peligro de regresión autoritaria uno puedo pensar que hubo un cierto olvido de los principios que motivaron la recuperación de la democracia.

¿Qué es lo más problemático de nuestra actual Constitución?

La intuición es pensar en cosas materiales, en la desigualdad que genera esta Constitución. Yo creo que lo más grave es la obstrucción al proceso político, y yo creo que la desigualdad económica y la profundización del modelo neoliberal vienen de lo poco democrática que es, viene de la falta de canales de transmisión de la voluntad ciudadana a las políticas públicas. Si no estuvieran, lo que Atria llama las trampas, que son los quórums, el rol del TC y las leyes orgánicas, podríamos avanzar mucho más en las demandas sociales.

En el libro hablas de una Constitución neutralizadora, Atria también lo hace en La Constitución Tramposa, ¿de qué se trata?

Lo que la gente quiere queda neutralizado por el sistema político. La gente quiere que el Sernac pueda sancionar a las empresas, pero el sistema político neutraliza esa voluntad porque le mete el Tribunal Constitucional por el otro lado diciendo que solo los tribunales de justicia pueden tener funciones sancionatorias. La gente quiere aprobar la titularidad sindical y viene el Tribunal Constitucional y le dice que eso va en contra del rol del trabajo en la Constitución. Entonces, tenemos un sistema político que esta hecho para frenar demandas mayoritarias y eso ha dañado enormemente la democracia chilena y la fe de la gente en el sistema político. Por eso la gente dejó de ir a votar. La crisis de los partidos se debe, en parte, a esta constitución tramposa. Las cosas no cambiaron y la gente se aburrió.

¿En que se equivoca Lagos cuando en el 2005 dice “Chile cuenta con una nueva Constitución”?

La reforma de Lagos efectivamente fue muy importante, es un error minimizarla porque efectivamente sacó a los militares del rol político central que tenían en la Constitución. Hasta el 2005 el presidente no podía remover de su cargo a los Comandantes en Jefe, eso va en contra de los principios democráticos más fundamentales. Pero como moneda de cambio de eso se aumentaron las facultades tutelares del Tribunal Constitucional. Entonces, a mi juicio, lo que pasó fue que se pasó de la tutela militar a la tutela del Tribunal Constitucional, que es súper cuestionado y que se compone de una manera absolutamente binominal. Se creó prácticamente una tercera Cámara.

Mencionas en el libro que el acuerdo Por la paz y la nueva Constitución fue un “toma y daca” de la clase política donde los sectores de derecha se atribuyeron la potestad de dar la Constitución y los de oposición la paz. ¿Qué te parece el acuerdo?

El acuerdo fue totalmente forzado por la ciudadanía, forzado por la movilización y la desestabilización del país. Es un logro de la gente. En ningún caso fue el sistema político el que permitió esto. Se han perdido más de 400 ojos, hay decenas de personas muertas, violaciones a los derechos humanos. Entonces, no ha sido sin costo todo este proceso y el costo lo ha pagado la gente y no los políticos.

Pero el acuerdo es una luz de esperanza porque únicamente la rabia contra este sistema no conduce al cambio, lo que si lo hace es comenzar a cambiar las instituciones, y en eso tenemos que participar todos.

Existe una cierta captura de la movilización y vemos como en cada paso que se avanza existe una letra chica, ¿cuando se puede bajar la guardia?

Es súper importante mantener la vigilancia durante el proceso constituyente. No solamente estar contentos con que se vote el plebiscito y la elección de los convencionales, sino que una vez que esté constituida la convención, es fundamental que las organizaciones de la sociedad civil estén atentas a lo que se está discutiendo en este órgano. Que sea un debate constitucional participativo y abierto a la ciudadanía para que lo que salga de ahí sea algo representativo.

¿Cuáles son los problemas que podría tener la nueva Constitución?

La Constitución debe ser plural. Un problema que han tenido procesos constituyentes como por ejemplo en Venezuela, es cuando la oposición se restó, es cuando un grupo logra cooptar toda la asamblea. Yo creo que lo más importante es que está sea una Constitución que establezca reglas del juego equitativas para todos los sectores políticos y que permita hacer un gobierno de derecha o hacer un gobierno de izquierda en el futuro, pero que al mismo tiempo permita establecer ciertas garantías mínimas como son los derechos sociales y no consagre cosas como el modelo de Pinochet consagró y que jamás se hubieran puesto ahí democráticamente, como la propiedad privada de las aguas. Lo más importante de la Constitución es la legitimidad y esta significa que no sea una Constitución con un programa político específico, sino que sea percibida por la mayoría de la ciudadanía como reglas del juego equitativas que le permiten la competencia política a los diversos sectores. Como la Constitución alemana por ejemplo, que establece un Estado de bienestar, un Estado fuerte, pero nadie podría decir que es antidemocrática o un programa de izquierda. Yo creo que es eso a lo que debiéramos aspirar.