por Paola Molina (Confesiones de una soltera)

Mi familia es lo que se conoce como “facha pobre”.

No estoy de acuerdo con ese término pero es para que me entiendan lo que seguiré contando. Mis tías y mis madres – me crié con puras mujeres- son de aquellas que dicen que no importa quién salga presidente total mañana igual tiene que levantarse a tshraajar. Yo les debatía esas frases con argumentos aprendidos de lecturas universitarias y reconozco que perdía la paciencia y me daba rabia que fueran tan despolitizadas. Porque eso creía yo, que eran despolitizadas, que no cachaban nada, que eran ignorantes desde mi incipiente iluminación académica.

Una vez para mi tesis, entrevisté a mi mamá y le pregunté ¿Qué es para ti ser mujer? y ella respondió ser mujer es lo más lindo que hay y luego otra tía respondió ser mujer es como que te dijera yo, una esta especial, una cosa bonita que una tiene.  Y entremedio de mi risa fui al baño y escuché que mi mamá dijo las tonteras que pregunta la Paola.

Y me seguí riendo mientras me lavaba las manos.

Tiempo después mi mamá se enfermó. A sus 68 años le fue descubierto un cáncer terminal. Ella seguía trabajando como cuidadora de enfermos, la jubilación, el ocio y el descanso son privilegios cuando tienes un trabajo precarizado. Aparte del dolor de ver a mi mamá enferma, se me hizo demasiado obvio que mis preguntas existenciales, mis lecturas filosóficas, mis horas buscando contenido en internet o bibliotecas y mi autoexploración los podía tener porque había una persona que se había postergado para que yo solo tuviera que preocuparme de sacarme buenas notas y pasar los ramos.

Con la guatita llena es posible preocuparse de lo abstracto, o dicho de otra forma, porque tuve las necesidades básicas cubiertas es que terminé leyendo. Mis tías / mis madres, habían usado su tiempo todos estos años en satisfacer necesidades ajenas y seguramente el ser mujer a ellas no les dio nada, al contrario, hizo que todo fuera cuesta arriba: la precarización laboral, la maternidad soltera y la relación con sus cuerpos fueron tensiones cotidianas.

Quizás lo único que les dio este mundo binario que clasifica por genitalidad fue publicidad romántica y chocolates.

Para ellas entonces, La mujer es algo bonito y fin. ¿Qué le importaba a esas señoras quién sale presidente o presidenta si ninguna de sus necesidades estaban en una Constitución para ser resguardadas? Mi familia al final de cuentas no es despolitizada, sino decepcionada.

A medida que iba leyendo el libro “Por una Constitución Feminista”, compilado por Sofía Esther Brito, se me venían puras situaciones tan íntimas que parece chiste que tengan relación con algo tan grande e institucional como una Constitución. Cuando mi amiga Dominique en tercero básico me dijo que si me agarraba el poto me iba a embarazar y estuve dos días asustada pensando que estaba embarazada por haberme tocado el trasero en la ducha… de seguro estaba Pinochet y Guzmán cagados de la risa mirado como la falta de educación sexual integral convertía el absurdo en información.

Pienso en mi mamá sin contrato toda su vida por estar en un trabajo feminizado, pienso en mis afectos, de haberla querido menos porque por su trabajo la veía solo los fines de semana en una sociedad post dictadura donde solo el padre ausente está permitido. Y como en todo esto está metida la política, lo macro, las estructuras que hoy se van cayendo y con eso también se van sanando emociones.

Pienso en vivir de allegada donde otra mujer, mi otra madre, mi tía, que tenía un almacén y hacía de su casa su oficina pero, como bien dicen las arquitectas feministas, las casas no están pensadas para el trabajo de mujeres desde sus hogares y eso explica entonces las casas sin antejardín porque lo han convertido en El Almacén. Pienso en las ancianas del pasaje, que eran asistidas por la buena voluntad de las otras vecinas dueñas de casa que iban a dejarle comida todos los días. Pienso también en mi vecino que recibía un correazo de vez en cuando por disfrazarse de La Xuxa cuando tenía siete años. En esa espalda marcada también se asoman 17 años de dictadura y una posterior crianza a cargo de adultos traumados, nunca sanados.

Pienso en una Constitución feminista y se me viene la imagen del jumper o falda escolar de las niñas, que en realidad son dispositivos de comportamiento, ahí están ellas, caminando por el costado de la cancha como dama antigua tomada del brazo de la mejor amiga, mientras los hombres atraviesan la cancha jugando a la pelota con sus pantalones ágiles.

Pienso en las grandes autoras y activistas que desde el siglo XX han configurado procesos que nos están permitiendo fantasear hoy con una Constitución Feminista, pero en especial pienso en las mujeres invisibles, las que no salen a marchar porque están muy ocupadas o porque de qué sirve marchar.

Deseo de corazón que entren en la Constitución todas las Calilas y Mojo-jojos. Creo que la Constitución es un proceso para un futuro más digno, pero también es una forma de pedirles perdón a las subjetividades, a las ciudadanías, a las identidades en tiempo presente. Por eso tiene que ser feminista, para comenzar a sanar.

*Por una Constitución Feminista, de Sofía Esther Brito (compiladora) fue editado por Libros del Pez Espiral