La pandemia del coronavirus, ha visibilizado el fenómeno moderno de dominación: la población. Precisamente, constata el hecho innegable que la mantención de la vida es una cuestión política. Michel Foucault ya había establecido que en la modernidad, con los innovadores dispositivos disciplinarios y de seguridad, la población sería un nuevo sujeto político, como un nuevo sujeto colectivo absolutamente ajeno al pensamiento jurídico y político de los siglos pasados, la población emerge en su complejidad.

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El objeto del Estado es la población, es decir, es el blanco al cual direcciona sus mecanismos para obtener de ella un determinado efecto en cuanto sujeto vivo, dado que se le pide que se conduzca de acuerdo con una cierta pretensión. Como concluye Foucault, la población viene a englobar aquella antigua idea de pueblo, pero de una modalidad en que los fenómenos se escalonan con respecto a ella y se propician ciertos niveles en el cual es preciso conservar y otro, por el contrario, no mantener, o se deben mantener de otra manera.

Lo particular es que, en el fondo, la nueva tecnología de poder se trata sobre un nuevo cuerpo: un cuerpo múltiple, un cuerpo de muchas cabezas, que si bien no es infinito es innumerable; en la cual ya hemos comentado que se enmarca sobre la problematización política y biológica.

Por lo tanto, el coronavirus saca el velo a las formas modernas jurídicas y económicas de control, da un gran paso de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control.

La población se encuentra codificada en un péndulo constante de producción, ya sea por las formas tradicionales, es decir, el ejercicio “normal” y “cotidiano” de producir valor a través de la forma jurídica del contrato de trabajo, en la cual se manifiesta por el desplazamiento regular de la población en el territorio determinado hacia una oficina, fabrica, o centro comercial, que uno podría caracterizar como “sociedades disciplinarias”; y por otro lado, están las formas remotas de producción, en las que Gilles Deleuze había asociado a las “sociedades de control”, en la que las ciudades avanzan hacia formas líquidas de vivir y producir, es decir, se dejan atrás los moldes de encierro y nos abrimos a un campo de modulaciones, estrategias, publicidad, comodidad e inmediatez tecnológica que conllevan a delinear la subjetividad.

En las “sociedades de control”, las poblaciones se desplazan en la virtualidad produciendo valor, haciendo transacciones, comprando por internet a lo largo del mundo, es un constante proceso de apropiación tecnológica. Por ende, resulta mucho más plausible las formas innovadoras de ir a las escuelas sin asistir al aula de clases, de trabajar en la empresa desde el comedor de la casa, de hacer las compras con tan sola un app, de pagar las deudas sin ir al banco, y así un numero de experiencias cotidianas que han sido desplazadas al interior del hogar.

El coronavirus constata la bisagra más temible, el virus que ha resultado más infeccioso, el traspaso invisible e inconsciente de una “normalidad” disciplinaria a una “normalidad” del control. No hay nada nuevo bajo el sol, tan solo la experiencia destilada de un control solapado en la población.

El régimen principal de la producción moderna sigue viviendo y adaptándose rápidamente a volver a ser eficiente, será una cuestión de tiempo que las apps institucionales de trabajo, educativas y de consumo se hagan a un más perfectibles y más eficientes para la mantención del régimen de control de producción de capital. El régimen de la empresa es totalmente identificable y potenciable con los nuevos tratamientos del dinero, productos y trabajadores.

No obstante, esto no quiere decir que el trazado esté determinado y que no haya posibilidad de pensar algo distinto, como bien dice Slavoj Zizek, el coronavirus ha hecho un golpe al capitalismo, las transiciones no son dialécticas ni progresivas, son contingentes, lo cual significa que están abiertas. Si bien podría ser “la técnica del corazón explosivo” que nos permita pensar un fin del mundo capitalista, es también la posibilidad de una continuidad de las formas de dominación.

Es por eso qué el coronavirus manifiesta dos cosas que son opuestas pero que pueden ser lo mismo: o una fuga radical a las formas modernas de producción a través de pensar un mundo distinto, o solamente una profundización de las sociedades de control a través de la tecnologización de la economía, la salud y la vida; o nos fugamos o saltamos al abismo.