¿Qué hacemos las feministas con el porno? ¿Qué hace el feminismo con una industria que educa sobre la sexualidad y que programa las formas de practicar el sexo? ¿Qué hace el feminismo con imágenes que conforman un deseo masculino? ¿Qué hace la economía con la comercialización del sexo?

Este texto fue escrito y leído por Cristeva Cabello en la presentación del libro Atrincheradas en la carne. Lecturas en torno a las prácticas postpornográficas de Lucía Egaña (Editorial Bellaterra, 2017), el lunes 27 de agosto en la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) en Santiago de Chile y está disponible en la Revista Virtual de Arte y Política de la CUDS.

Me recuerdo doblada, arrodillada, en una casa de una comuna del sector Oriente. Una cámara dilatada con su lente frente a mi. Grabando, acción y tuve que ingresar un dildo color rosado en mi entrepierna, un dildo donde se asomaba la región de Atacama, el Cabo de Hornos, Bío-Bío y Aysén, ay, comenzaban a penetrar todas estas regiones mis cavidades anales. Recuerdo el invierno, la escena, mi culo ardiente sin depilar, mi abrigo de ropa americana, el block, la sincera creencia que otro porno es posible, yo aullando silenciosamente por un dildo, siendo actriz postporno, entraba y salía un dildo con forma de este país, largo y angosto. Esta orilla de país como diría la poeta Berenguer. Era una parodia y nosotras unas actrices porno muy amateur. Nunca pude ver esas imágenes, nunca supe si era buena actriz porno.

Finalmente nunca se exhibieron esas imágenes porque la otra actriz era una de las exponentes del postporno en Argentina, en esa época, Leonor Silvestri, quien finalmente se opuso a que activistas de disidencia sexual exhibieran públicamente esas imágenes porque se había sentido violentada durante el procesos. No recuerdo bien las razones, pero prohibió que su culo se proyectará en pantallas públicas. Leonor Silvestre fue parte de aquellas activistas mesiánicas que comenzaron a actuar como policías queer en el sur, fue una escenificación individualista del postporno, de quienes creían encarnar la totalidad de un ética radical donde la agencia sexual pornográfica parecía el punto de desafío a todo conservadurismo, una especie de porno-anarquía. Porque no basta con meterse un objeto por el ano para decirse postporno, no basta hacer el amor con las plantas para evidenciar una ética radical de la sexualidad, no basta con exhibir tu sexo para eregirte en un héroe de una política radical que también aterrizó en el sur. Esta ha sido una de mis experiencias críticas con el postporno, un lenguaje que ha generado distancias por la rentabilidad que fantasmagóricamente parece producir en las prácticas artísticas.

El postporno se trata a de hacer público el sexo, una sexualidad no reproductiva. Irina “la loca” Gallardo siempre me afirma que sus mejores compañeros son los dildos, especialmente aquellos que trajo de Holanda, ese negro que utiliza en sus performances en fiestas donde el desnudo sexo-político genera resistencia cultural. Esta misma actriz dice que los hombres se aterran con sus performances y es así que en la intimidad y en lo público sus mejores compañeros son los dildos y bigotes, eso dice una de las compañeras de escena de Hija de Perra[1].

El trabajo de investigación activista de Lucía Egaña presenta un acabado y minucioso recorrido por lo que fue el surgimiento, éxtasis orgásmico, diálogos críticos a la teoría queer y cenizas que dejó el postporno. Podríamos pensar el postporno como una respuesta a la teoría a través del devenir manada, devenir perra y devenir nefando. Son debates políticos, estéticos y sociales los que planteó el momento del feminismo post-porno. Una corriente que continúa más o menos atenuada en distintos contextos: Las Femen en Europa o la Yeguada Latinoamericana en la ciudad de Santiago durante las manifestaciones feministas de 2018. El uso de la performance pública del sexo y el desnudo es parte de la herramienta política que el feminismo continúa desarrollando.

Mi Sexualidad es una Construcción Artística, es un documental dirigido por Lucía Egaña, artista, escritora y transfeminista chilena residente en Barcelona. Ha estudiado Bellas Artes, Estética, Documental y es doctora en Comunicación Audiovisual.

A nivel local una interrogación muy constante que hace el libro es comprender comprensivamente y éticamente a sus compañeras de activismo, comprender a estas guerrilleras del porno, trans, no binarias, performers, inmigrantes, colonizadas que se revuelcan y hacen carne una revolución sexual, afectiva, como sus cuerpos hacían carne de poéticas escritas friccionadas entre una mezcla de Monique Wittig y las guerrilleras, y también el ciber feminismo de Donna Haraway, pasando por la fármaco pornografía y las performances norteamericanas y los debates pro sexo que nos hacen mirar la revolución sexual desde el interior de una vulva de una actriz porno. Todos estos entramados y enamoramientos permiten entender y descifrar el ensayo de Lucía Egaña. Quien también es tarotista, artista ciborg, feminista abortista y doctora en porno. Su escritura permite imaginar las fronteras políticas de las disidencias sexuales, sus posibilidades y reversos, a partir de las diversas narraciones y memorias de una escena de colectivos Post-Op, marranos, punk, bolleros, pornoterroristas, con eyaculaciones femeninas que experimentaron corporalmente las resistencias del feminismo y sus fronteras. Un feminismo autista, pantojista y transfeminista en palabras de Itzar Ziga, una de sus tantas exponentes.

Porque este feminismo postporno –es lo que se entiende al leer este libro- emerge, entre muchas causas, en respuesta al cierre conservador del feminismo en España durante encuentros públicos el año 2009 en la ciudad de Granada. Y sí, la misma testarudez conservadora de ciertos feminismos también explican el surgimiento de micro-revoluciones de un feminismo que ha derivado del postporno al eco-sex de la mano de la gurú Annie Sprinkle, quien fuera protagonista de importantes políticas de porno, que se encuentra disponible en el documental Goodbye Gauley Mountain: An Ecosexual Love Story (2014).

Se trataba de hacer un porno doméstico, otras veces mostrar el porno como un agente de intrusión en la política. El porno está en la política y la política ordena que imágenes ver y cuáles no. ¿Donde están las mujeres que colectivizan un orgasmo?, ¿esas activistas feministas pro-sexo que podían mostrar los fluidos de sus cuerpos públicamente? Una de las acciones que más me conmueve durante la lectura de este libro, por su simpleza y radicalidad, es la “Paja Colectiva” realizada en la ciudad de Valencia el año 2009. La acción consistió en una masturbación colectiva de mujeres activistas en un campus universitario, lo que generó un caos al interior de la universidad. “El postporno es una salida pública de sexualidades que normalmente no se ven”, explica el colectivo Quimera Rosa en una entrevista realizada por la autora del libro, que se nutre del testimonio de primera fuente por parte de sus compañeras de activismo.

No podemos olvidar en toda la emergencia del movimiento postporno en Barcelona el lugar protagónico que tuvo la teoría queer, el Manifiesto contrasexual de Paul (Beatriz) Preciado, las trabajadoras sexuales y las artistas feministas que proviniendo de la industria del porno o no, comenzaron a realizar obras con la materialidad de sus propias corporalidades. La arremetida intelectual de Paul Preciado puso en relación las teorías de la políticas del cuerpo, un saber marica tortillero y el post marxismo a través de una teoría encarnada, una invitación a construir vidas disidentes a la normas sexuales, donde la analidad es parte de una consigna revolucionaria. Era imaginarse una dictadura marica trans bollera.

Es admirable la estrategia que logra Lucía con esta investigación, ya que hace memoria de un movimiento disidente sexual localizado en la ciudad de Barcelona, la ciudad cosmopolita y vanguardista que cobijó a unos grupos de agitación sexual que se formó entre okupas, museos y arquitecturas abandonas. Ciudad que cobija a los maricas-trans-tortilleras migrantes en una ciudad donde no vivían sus madres ni familiares. Esta escena feminista sucede previo a las agitaciones del feminismo masivo de los últimos años (en torno a consignas como NiUnaMenos o MeToo) desde donde se posibilita la experimentación colectiva con el cuerpo, al margen de la industria pornográfica, al margen del feminismo, pero con un deseo de rebeldía a través de la carne y la escritura. Un feminismo que requiere reinventar el lenguaje y sus imágenes sobre el sexo.
Lucía recoge las experiencias de sus compañeras con quienes creaban y con quienes el uso de tecnologías económicas eran muy importantes para la invención de este otro feminismo. La transmisión en vivo, la creación de materiales audiovisuales que inevitablemente devenían en manifiestos contra-pornográficos, la emergencia de una máquina digital que abría sus canales a través de los cuerpos. Al mismo tiempo el postporno fue una posibilidad de expresión de las disidencias sexuales que no estaban interesadas en tranzar un quehacer creativo y lúdico de la política sexual en España.
El libro recoge toda una auto crítica respecto al lugar colonial del postporno. Como parte del ejercicio autocrítico constante que realiza Lucía Egaña se detiene a analizar los trazos coloniales de ese momento postporno. Lucía revisa en uno de sus ensayos el lugar de los migrantes, pero también sobre el efecto postporno en otras latitudes y regiones, cuestionandose el protagonismo que tuvo España en este proceso. También critica el uso colonialista de la categoría queer: por su “aparente transparencia de lo blanco el espacio de lo queer, con su potencia desestabilizadora de las categorías, puede llegar a concebir la inexistencia de la razas (…) confirmando y reproduciendo una histórica exclusión colonial” (pág. 187). Esto va de la mano con sus propios cuestionamientos como una chilena residente en España, una migrante que pudo mirar con ojos atentos la emergencia de un feminismo pro sexo y pro porno en España, su mirada extranjera le permite narrar con vital cotidianeidad los archivos de este movimiento. Una mirada muy consciente y sensible de las condiciones de precariedad en que se encuentran artistas, activistas y escritoras de la escena postporno. Lucía Egaña fistea la academia realizando una investigación sobre una escena minoritaria del porno y el feminismo. Una que recordará las experiencias de liberación sexual que practicaban los anarquistas hace cien años atrás, anarquismo que promovía el amor libre, la poligamia y la promiscuidad sexual como observa Laura Fernández en su libro Amor y anarquismo. Experiencias pioneras que pensaron y ejercieron la libertad sexual (siglo XXI editores).

Porque dentro del cierre conservador sobre el sexo, el postporno fue un movimiento que cruzo fronteras. No está demás mencionar que activistas maricas-trans-tortilleras en Ecuador, México, Argentina y Chile, entre otros países, también participaron de un momento de escenificación post-porno, donde la pornificación de lo público se hizo necesaria.

Me sorprendió que Lucía Egaña no hace el ejercicio de describir la estética de las producciones postporno, no opta por hacer un análisis semiótico de los vídeos, no hay un archivo de obras analizadas sobre el porno al final del libro, lo que podría hacer cualquier análisis de especialista con una mirada más implicada en la historia que en el activismo. Por eso esta investigación es distinta porque realiza un énfasis en una perspectiva feminista y una metodología encarnada, opta por trazar una memoria afectiva y situada de un momento político donde su autora participó con su empatía, con sus fluidos y sus pasiones intelectuales y carnales.

Lucía Egaña hace un trazado histórico y político que se fija en el entramado de poderes, en el entrecruzamiento de la política, que no se fija sólo en valor de la obra postporno, ni menos le otorga protagonismo a una activista o creadora por sobre otra, no responsabiliza ni autoriza a una persona sobre la creación postporno, sino que da cuenta de la complejidad, espontaneidad y precariedad de una escena de feminismo que mezcló cuerpos y deseos y que hizo suyo el debate sobre qué cuerpos deben ser objeto de deseo visual.

¿Qué hacemos las feministas con el porno? ¿Qué hace el feminismo con una industria que educa sobre la sexualidad y que programa las formas de practicar el sexo? ¿Qué hace el feminismo con imágenes que conforman un deseo masculino? ¿Qué hace la economía con la comercialización del sexo?

Por un lado el porno es el dispositivo principal de educación sexual de estudiantes que no tienen acceso a información segura e integral sobre sexualidad, niñas y niños que imaginan y aprenden la sexualidad a través de las imágenes y los deseos establecidos por el porno, que miran y creen que son verosímiles las imágenes de cabezas de hombres ingresando a una vulva. Por otra parte los hombres de negocio -los emprendedores- son los consumidores principales de sitios de espectáculos donde se comercializa el cuerpo de la mujer. ¿Que hacemos como feministas con el porno? ¿Cómo gozamos las feministas con el porno? ¿Podemos disfrutar las feministas con el porno?

El hombre históricamente ha tenido el poder de representar y trazar los desnudos, son sus sentidos y sus instintos los que detentan el derecho a hacer pornografía. Pienso en los estudiantes que en las salas de clases insisten en dibujar penes o asomaos, como les dicen, pornografías escolares que florecían como callampas graffiteras sobre las bancas, sobre los muros, en los cuadernos, en la pizarra, en una sala de liceo público desbordada de trazados pornográficos que son propios de un imaginario pornográfico que pertenece a los hombres desde su infancia. En el liceo solía tomar asiento en sillas de madera con un pico dibujado en su superficie. Esta es la hazaña del postporno en el feminismo, cuando son las otras cuerpas no masculinas las que dicen que podemos hacer porno. Es ese imaginario pornográfico de dominación masculina el que hay que torcer y que transformó el postporno que recoge en su memoria Lucía Egaña Rojas.


[1] A quien el día 25 de agosto se le homenajeó en el cuarto aniversario desde su muerte por VIH/Sida. Hija de Perra es una estas travestis que ocupan un tiempo donde todavía no existían el reconocimiento de las géneros no-binarios. Y sí es muy interesante pensar a esta sujeta como parte ese movimiento que abordó el imaginario pornográfico. Sus vídeos clips son muy paródicos respecto a la violencia sexual, de algún modo Hija de Perra se entrometía con osadía y humor a las formas de humillación contra la mujer: siendo objeto del cumshot, siendo abusada sexualmente por delincuentes, siendo bruja celebradora de las enfermedades de transmisión sexual, siendo una mujer que se asume a sí misma como una perra. Pero el porno de la Perra seguía siendo algo plástico, artificial, paródico, demasiado provincial. El semen no era semen sino yogurt, en cambio en el postporno europeo los códigos sexuales tendían a la parodia documental. En general el postporno existe como género mucho más documental de las representaciones de los sexos, un porno más cercano a las estéticas del porno amateur y el archivo documental.