La La Land, el musical multinominado al Oscar de Ryan Gosling y Emma Stone te hará llorar, pero se sabe que las lágrimas son las palabras del alma.

la la land

Me gustan los musicales. La vida me ha dado el privilegio de pisar Broadway más de una vez y cada vez que me he sentado en esas graderías de un teatro repleto de gente me he sentido parte de un mundo lleno de melodías, bailes y muchas luces. Es un sentimiento sobrecogedor que te hace parte de un espectáculo que es más grande que tu. La música le hace eso a tu cerebro, le trae recuerdos de momentos tan malos como buenos, de memorias que simplemente te hacen llorar. Primero nos lo hizo Disney con sus números musicales animados, quizás los primeros recuerdos de música y movimiento que tienen nuestros cerebros, y algunos después descubrimos la comedia musical mediante el teatro y el cine. Tampoco, bajo ningún caso me considero una teórica del género, pero si me ha removido más de un par de células o sino, nunca me hubiera vuelto adicta a Grease.

La La Land, dirigida por Damien Chazelle y protagonizada por Ryan Gosling y Emma Stone, abre inesperadamente con un número musical en un taco en Los Angeles. Desconocidos comienzan a cantar sobre sus vidas y sobre sus sueños. La película podrá ser una historia de amor pero es sobre todo una de esperanzas de cómo conseguir lo que quieres. No te dejes engañar por la premisa del amor verdadero en pantalla, porque probablemente, como me pasó a mi, vas a salir con el corazón roto.

Entre medio del embotellamiento, Mia (Roberts) se encuentra ensayando para una audición y Sebastian (Gosling) le toca la bocina para que avance. En la misma tradición de Pretty Woman y Gone With The Wind, el primer encuentro nunca es el más significativo. Comienza a trazar la historia de dos personas que por cosas de la geolocalización y el mundo moderno se empiezan a topar en varios lugares, cada vez más seguidos, algo así como una especie de Harry Meets Sally contemporáneo con número musicales.

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Emma Stone y Ryan Gosling lo dejaron todo la pantalla. Bailaron, cantaron y actuaron con la misma emoción de su primera película juntos, “Crazy Stupid Love” (2011), pero con la intensidad que da la maduración. Quién lo hizo mejor queda para cada uno que fuimos a ver la película, pero cada uno tiene lo suyo en los momentos que estuvieron en pantalla. Stone con una voz increíble que no le conocíamos y Gosling con sus pasos de baile profesionales (recordemos que era del Mickey Mouse Club), mira un video increíble acá encandilaron desde el primer número músical que tuvo que interpretar cada uno.

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Ella es una aspirante a actriz que lleva seis años tratando de lograrlo en Hollywood y él es un músico adicto al jazz que no logra conseguir su meta de abrir un club exclusivo para el género musical que va en franca decadencia. Las historias de amor entre dos amantes que se cruzan no son nada nuevo, pero nunca pasarán de moda. Así es como se empiezan a topar en más y más lugares, hasta finalmente llegar a un momento en que la tensión entre ambos se hace insostenible y tienen que estar juntos.

El amor se transforma en un espejismo para ambos, quienes comienzan a vivir sus vidas en función a sobrevivir e intentar cumplir los deseos del éxito de alguna forma. Ahora la frustración dirige la relación y el resentimiento termina ganando los argumentos por ambos. La esperanza de lograrlo en una ciudad tan grande como Los Angeles, tan llena de actores como de músicos, se esfuma tan rápido como la confianza en las relaciones humanas cuando algo comienza a fallar.

Sería cruel de mi parte contar el final de La La Land en esta reseña, pero por alguna razón todo el mundo la llama la Titanic del 2016. No sólo por los Globos de Oro que ya se llevó en la pasada entrega o por el récord de 14 nominaciones a los Oscar. Sentada en mi butaca no podía parar de pensar que el lagrimón que me estaba pegando, en el momento en que Emma Stone cantaba “Audition (The Fools Who Dream)” y durante el montaje final de “Epilogue”, era quizá muy parecido a las chiquillas que fueron a ver como Jack se sacrificaba por Rose. Yo, que me reía de una de las películas más exitosas de la historia por su premisa ultra mamona, me vi atrapada en mi propio juego emocional de estar llorando con el musical del momento.

Claramente, no me arrepiento.