Actualmente existen 127 conflictos socioambientales a lo largo de nuestro país, y en Coquimbo, la activista Lucía Ossandón enfrenta uno de los más mediáticos del último tiempo: evitar a todas costa que se concrete la instalación de Dominga. ¿Qué la moviliza? No sólo el amor por la tierra, ni la responsabilidad que tiene con su familia, sino el peso de su sangre. Ossandon pertenece a la comunidad Changa y está cuidando el territorio de sus ancestros: por ellos, por los que están hoy y por los que vendrán. Esta es su historia y sus reflexiones. 

Foto por Maickol Barrera

En 2020, Lucía Ossandón (43), cuenta que una vez iniciada la pandemia, los ejecutivos de Minera Dominga decidieron entregar a la población conexión a internet y computadores a los niños de la comuna de La Higuera, donde pretenden emplazar el proyecto. Sin embargo, esta acción venía con una condición dice. El gerente de Asuntos Corporativos de Andes Iron, Francisco Villalón, habría comunicado que “todos los niños podrían acceder a este beneficio, menos los hijos de Lucía”

Lucía es dirigenta de la Comunidad Indígena Changa Juana Vergara. Y efectivamente, es una de las principales enemigas de este proyecto que pretende emplazarse en el lugar que la vio crecer. Ella es parte del 85% de los chilenos que está en contra del proyecto minero Dominga y del 84% que cree que La Higuera debe declararse santuario marino, según la encuesta “Chile: urgencias medioambientales para 2022” de Greenpeace.

Dominga es un megaproyecto minero y portuario que amenaza con construir sus instalaciones en la mitad de la zona del Archipiélago de Humboldt, donde conviven cientos de especies únicas. El despliegue de actividades destruiría el lugar donde habita el 80% de la población de pingüinos de Humboldt, junto a colonias completas de delfines, chungungos e incluso ballenas.

De vuelta a la historia de Ossandón, cuando el actuar del gerente de Dominga y el computador que no se le entregó a su hijo podría ser considerado acto de amedrentamiento, para ella es solo un episodio más en esta larga lucha como activista. Dice que no le tiene miedo a nada y lo hace notar, con una voz fuerte y golpeada, segura de su postura al respecto dice: “No me he sentido nunca amenazada, al contrario, creo que ellos nos temen un poquito. Y prefiero mil veces pasar necesidades, que depender de Minera Dominga”.

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Punta de Choros ha sido el hogar de Lucía desde siempre, y el hecho de estar fuera durante ocho años fue el que la hizo volver a luchar con más fuerza a defender su territorio. Entre 1997 y 2005 se fue a vivir a Quintero, en la Región de Valparaíso. Allá dice haber visto la realidad de un pueblo devastado por la contaminación. “Playas contaminadas, mar contaminado. Su arena, que debiese ser blanca, es negra por el carbón, entonces la contaminación que había allá lo transformó en un lugar perdido, muerto, gracias a estas empresas contaminantes”.

Lucía no quería que este panorama se repitiera en Punta de Choros, por lo que se divorció y volvió decidida a oponerse al proyecto de la Termoeléctrica Barrancones, en ese entonces. Dice que el estar sin una pareja al lado es lo que le dio la posibilidad de hacer lo que a le gusta. “Me siento libre de poder seguir defendiendo mi tierra sin pedirle permiso a nadie”.

La bisabuela de Lucía, fue una de las fundadoras del pueblo de Punta de Choros y pertenece al pueblo Chango, uno de los pueblos originarios costeros que habitaron principalmente en la zona comprendida entre Camaná y el río Elqui. Dice que lo de aguerrida y valiente lo sacó de sus antepasados y que está segura de que ellos la siguen protegiendo a ella y a su pueblo. Orgullosa de sus orígenes, Lucía inició la tramitación del reconocimiento, por parte del Estado, de la comunidad a la que pertenece y que hoy está conformada por más de cien personas. Lo que le da un peso mayor al momento de oponerse a proyectos de este tipo. 

Confiesa que lo que más le duele es ver a su pueblo dividido y le indigna como las empresas pueden “comprar la conciencia de la gente y decirles tantas barbaridades y mentiras”. Motivo por el que incluso ha perdido a personas que en algún momento fueron cercanas y hoy se han convertido en completos enemigos.

Mientras Dominga sigue en el proceso de conciliación en la Corte Suprema, hasta el próximo 13 de abril, donde será la cita final, Lucía continúa su lucha para impedir que esto se concrete y al mismo tiempo intenta combinar su trabajo como asistente de profesor y cuidar de cinco de sus hijos, quienes están orgullosos de la labor de su madre y tienen claro lo que esto significa para la comunidad, ya que heredaron el amor por la naturaleza y el lugar donde viven.

La esperanza es lo que los mantiene en pie y dice que tiene puesta la ilusión de un Chile mejor en el nuevo Gobierno. “Nunca antes me habían caído lágrimas, ni me había sentido con tanta emoción de que nos representara un presidente joven, que tiene amor por la naturaleza. Tengo fé de que con él podemos hacer muchas cosas, podemos firmar un compromiso de ambas partes con el gobierno, que no solo piensen en generar lucas, sino que en Chile hay lugares que se tienen que preservar. Y con la nueva Constitución podremos escribir con nuestro puño y letra lo que queremos para Chile y con él vamos a tener una nueva esperanza”.