Un hombre murió a manos de civiles por robar un celular y el 76% de la población apoya las agresiones públicas a delincuentes.

Siempre he considerado las detenciones ciudadanas como un llamado de atención urgente a mirarnos como sociedad y realizar una introspección sobre qué tan correcto puede ser elogiar y premiar la violencia.

Conversando con mi círculo de amigos más cercano, aquellos que conozco al nivel de tutear a sus papás, supuse que encontraría apoyo ante el rechazo que generan en mí estas prácticas pero me equivoqué: todos ellos se muestran a favor de hacer mierda a un tipo, humillarlo, torturarlo y divulgar su sufrimiento por Whatsapp con comentarios que los hacen sentir parte de una liga de la justicia que llegó para realizar el trabajo que los carabineros “no hacen”.

Uno de mis amigos fue más allá y me increpó argumentando que todos los humanistas somos sensibles, comunachos y que por culpa del periodismo se le da un carácter humano a una persona que simplemente no tiene arreglo y debe estar tras las rejas toda su vida apartada de los ciudadanos trabajadores y decentes.

Con alcohol en el cuerpo y escupiéndome saliva, el mismo tipo arrojó la frase predilecta de aquellos que se muestran a favor de hacer justicia por sus manos: ¡¡¡¡¿SEGUIRÍAS PENSANDO LO MISMO SI ESE DELINCUENTE ASALTA A TU MAMÁ?!!!

Probablemente no. Pero el hecho de que un hombre muriera a manos de personas comunes y corrientes el fin de semana pasado por robar un celular, me genera ruido sobre el país en el que vivimos.  

La situación es tal que la investigación del Centro de Estudios de Conflictos y Cohesión arrojó como resultado que el 76% de los chilenos se muestra a favor y justifica la agresión colectiva contra los delincuentes según datos publicados por La Tercera el día de hoy.

El estudio desarrollado en un rango de 10 años, es el único donde la sociedad se muestra de acuerdo en algo: ya sean personas de izquierda o derecha, de clase alta, media o baja, todas justifican  golpizas de este calibre:

Según el doctor en Sociología, Carlos Livacic Rojas, la razón de que este tipo de prácticas  se llevan a cabo es simple y lejos de crear un ambiente de compañerismo entre la ciudadanía cansada de la delincuencia, genera mayor desconfianza en el día a día y frente a las situaciones cotidianas.

“La gente se da cuenta que los organismos que están para ampararlos no responden y deciden hacer justicia con sus propias manos. Sin embargo, este tipo de justicia llega a ser desproporcionada. Una persona violentada no dimensiona la violencia que puede causar de vuelta” afirma.

“En una ciudad como Santiago donde viven 65 personas por kilómetro cuadrado, las detenciones ciudadanas crean una actitud de desconfianza que genera un impacto negativo en nuestra sociedad”, agrega.

Otro punto importante, es que dentro del marco jurídico las detenciones públicas son ilegales según el artículo 129 del código procesal penal y completamente poco éticas según nos explica el abogado Sebastián Cavallo.

“Entiendo la rabia de las personas frente a la delincuencia. Entiendo que es fácil hablar de derechos humanos desde una posición cómoda, así como también entiendo la rabia de la gente asaltada y su entorno” asegura sobre la aceptación de estas prácticas entre una sociedad que se siente cada día más victimizada.

“Llenos de juicios, nos apresuramos en ponernos sobre una posición superior a los delincuentes, y desde esa falsa torre de marfil juzgamos su conducta, al tiempo que grabamos como entre 5 lo patean, y lo subimos a Youtube. Me cuesta dilucidar cómo estamos siendo mejores que ellos. Me cuesta ver cómo estamos dando el ejemplo en nada” añade.

Es fácil juntarnos en grupo y actuar como héroes frente a un individuo en lugar de atacar a legisladores y políticos cuyas prácticas de reinserción social son técnicamente nulas y claramente incompetentes. Como país deberíamos exigir el fin de la desigualdad, verdadera causa de la delincuencia, en lugar de tomar a un tipo, hacerlo pedazos a golpes, y de paso grabar cómo su dignidad e integridad se van a la mierda tomándolo como la representación de todo aquello que nos enfurece.