Desde sus inicios, cuando todo era ganado y café, el poder político siempre ha estado por debajo del económico. Investigamos sobre el impeachment que destituyó a Dilma Rousseff.
Era el año 1889 y el entonces Emperador Pedro II (en el cuadro de abajo) fue sacado del poder de Brasil por medio de un golpe de Estado, que terminó con el régimen monárquico en el país más grande de Sudamérica. De eso han pasado más de 200 años y hoy, nuevamente, la nación de las súperteleseries, el jogo bonito y la samba sacó de la cúspide a la mandamás del Poder Ejecutivo.
Dilma Rousseff, de 68 años, posee una larga trayectoria política. Partió su militancia como guerrillera contra el gobierno militar. En 1970 cayó presa y fue torturada. Luego continuó su activismo político y fue una figura clave en el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, primer presidente del Partido dos Trabalhadores (PT). Él mismo la designó como su sucesora y la apoyó como candidata a la Presidencia el año 2011.
La primera presidenta de Brasil, fue removida de su cargo por 61 votos contra 20 por cargos de manipulación del presupuesto fiscal (se le acusa de tomar préstamos de bancos estatales sin consultar al parlamento para tapar agujeros en las cuentas públicas) para sacar al país de la crisis económica en que ha caído desde su primer período (entre 2011 y 2014) y por excesivos gastos en mejores pensiones y cortar los impuestos de ciertas industrias, lo que elevó el déficit fiscal del PIB de un 2% (en 2010) al 10% (en 2015).
Es el fin de una de las muchas eras de Brasil, que por 13 años fue gobernado por la izquierda del Partido de los Trabajadores.
La democracia en Brasil es tan efímera como las olas que revientan a la orilla de Ipanema, y el impeachment es la última estocada a la confianza del pueblo brasileño en sus líderes políticos, en donde ningún color se salva de estar en el spotlight del escándalo. De los 513 diputados que están en el cargo en el Congreso de Brasil, 299 están siendo investigados por diferentes causas judiciales; 21 de ellos por el “Lava Jato”, el escándalo de corrupción más grande de la nación, en el que se lavaron más de 10 millones de reales de la estatal Petrobras y que también manchó y hundió a Rousseff.
Ahora queda en el cargo Michel Temer, el presidente interino que alguna vez fue mano derecha y vicepresidente de Dilma, quien se mantendrá en el poder hasta 2018 – si la política y el pueblo se lo permiten -. Su figura es tan poco querida y polarizante como la de Rousseff, y ya ha sido criticado por no tener en su gabinete a mujeres o descendientes afrobrasileños (51% de los brasileños según señala el New York Times en base al último censo). Es más: él mismo fue investigado por financiamiento ilegal de campaña electoral.
Cuando se mezcla la política con la economía en Brasil, o en cualquier lado, es cuando se produce la corrupción y el terremoto social. ¿Es ese el problema de Brasil? Desde sus cimientos, no han sabido armonizar política y economía. Cuando en la llamada “Vieja República”, el país estaba dominado por los grupos oligárquicos agrarios, en un período político que fue bautizado como “Café com leite”: Sao Paulo, dominado por la industria del café, y Minas Gerais, con el ganado y la leche, se pinponeaban el poder.
Actualmente, ambos estados siguen siendo los más dominantes del país.
Después de esto, y desde 1985 Brasil ha entrado y salido de dictaduras a frágiles democracias. Rousseff es la segunda Presidente en ser destituida por medio del impeachment; en 1992, Fernando Collor de Mello renunció (antes de que el Senado lo sacara tras un escándalo de corrupción).
Querer la estabilidad en Brasil es como tratar de domar a los dragones de Game of Thrones. El país más grande de sudamérica es, valga la redundancia, muy grande, muy desigual, muy rico y, por ende, muy corrupto. Y siempre será así mientras haya interesados en mantener el poder económico desde la tribuna de la política.
Este lunes, en lo que ahora se puede leer como su discurso de despedida, Rousseff calificó al impeachment como un “golpe contra la democracia”: “Como todos, tengo defectos. Pero entre mis defectos no están la deslealtad y la cobardía. No traiciono los compromisos que asumo. No lucho por mi mandato por vanidad o apego al poder, lucho por la democracia y por el bienestar del pueblo”, aseguró.
Hoy, tras la destitución de Rousseff, hubo dos manifestaciones entre los senadores: sus acusadores aplaudían, y los petistas (representantes del partido de los trabajadores) y sus aliados gritaban: “¡Golpistas! ¡Golpistas!”.
“Esta historia no termina así. Estoy segura de que la interrupción de este proceso por el golpe de Estado no es definitiva. Volveremos. Para continuar nuestro viaje hacia un Brasil donde el pueblo es soberano”, escribió Rousseff. Puedes leer su declaración completa acá.