Con un envejecimiento poblacional al alza en Chile, aumenta también un fenómeno conocido como la cultura del descarte, esa que desecha a las personas mayores de la sociedad. POUSTA conversó con tres mujeres que trabajaron como cuidadoras en residencias geriátricas, quienes relataron cómo este grupo etario es olvidado en el país. Estas son sus historias.

Fotos por Valentina Pérez (@valetinabird en Instagram)

La población en Chile está envejeciendo. De acuerdo al último Censo del 2017, hay 2.850.171 personas mayores, lo que corresponde al 16,2% del total de habitantes. De ellos, un 14,2% tiene algún grado de dependencia. Y este proceso de envejecimiento poblacional se acelerará y aumentará más. Según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), se estima que para el 2050 podrían haber 5 millones de personas mayores en Chile, lo que sería un 28% de la población total.

Y con estas cifras como punto de partida, es preocupante contrastarlas con los otros números: para 2020 las denuncias por violencia contra adultos mayores aumentaron en un 34% y los casos de abandono en un 100%. Según SENAMA, se denunciaron alrededor de 428 casos de abandono social y 5.771 situaciones de maltrato y vulneración de derechos en todo el país.

“A las personas mayores que ya no son productivas, sobre todo económicamente, las empezamos a dejar un poquito de lado”, Max Donoso, director de Gestión de Hogares en Fundación Las Rosas.

Max Donoso, director de Gestión de Hogares de Fundación Las Rosas señaló a POUSTA que actualmente existe lo que se llama la cultura del descarte. “A las personas mayores que ya no son productivas, sobre todo económicamente, las empezamos a dejar un poquito de lado. Eso se hace más evidente cuando también empiezan a perder sus capacidades funcionales y cognitivas”, explica.

Karen (40) ha sido cuidadora de personas mayores en Venezuela, Colombia, Perú y Chile. De todos los residentes que ha visto, a quien más recuerda con nostalgia es a Alicia, una mujer de 78 años que conoció al interior de una casa geriátrica en Quillota, en la región de Valparaíso. A pesar del paso del tiempo, dice que aún escucha su voz suave y las historias que la ex profesora de literatura le contaba mientras Karen trabajaba. “Era una mujer muy letrada y preparada, con un léxico impresionante. Ella me marcó y la llevo en mi corazón siempre”, dice la cuidadora.

Según SENAMA, se denunciaron alrededor de 428 casos de abandono social y 5.771 situaciones de maltrato y vulneración de derechos en todo el país.

Alicia había sido diagnosticada con un alzheimer prematuro y fue trasladada hasta esa casa de reposo por el único hijo que tenía. Poco después, él vendió el departamento de su madre, se fue a vivir a Canadá y no volvió a visitarla en la residencia. 

Desde entonces que Alicia no recibía visitas ni llamadas. “Teníamos que ponerle zapatos de otras abuelitas o ropa que ya no usaban. Yo veía todo eso y me preguntaba cómo un hijo puede abandonar a una madre de esa manera, porque aparte de su demencia, ella estaba sumida en una depresión. No merecía eso”, cuenta Karen.

Aunque no todos los adultos mayores que son recluidos en residencias están en un estado de abandono por parte de sus cercanos, suele ocurrir más seguido de lo que se podría esperar. A eso se suma el trato de algunos hogares hacia este grupo de la población, que no siempre es el adecuado ni el óptimo.

Actualmente no hay cifras exactas ni oficiales sobre cuántos hogares para personas mayores existen en total en Chile. Solo en el Servicio Nacional de Adulto Mayor (SENAMA), se registran 12 Establecimientos de Larga Estadía (ELEAM) en los que hay 630 personas mayores institucionalizadas, sin embargo, a lo largo de todo el país hay cientos de otras residencias que ofrecen sus servicios de cuidado de manera particular.

Expertos hablan sobre la cultura del descarte, un conjunto de acciones instalado en nuestra sociedad donde se desechan a las personas mayores por su edad.

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Victoria (53) es técnico en enfermería y desde hace diez años que comenzó a ejercer como cuidadora en residencias pagadas para personas mayores de la Región Metropolitana, pasando por comunas como Puente Alto, Independencia, Ñuñoa y Vitacura, pero hoy trabaja como cuidadora geriátrica a domicilio a través de un programa municipal de Las Condes.

Cuando trabajó en una residencia de Independencia, Victoria veía con frecuencia a una adulta mayor de 80 años que estaba postrada y que no podía hablar, solo balbuceaba. “Nunca la atendían”, dice Victoria, quien no siempre se ubicaba en el sector donde estaba la habitación de esa mujer. “Estaba muy flaquita, abandonada y de mal olor porque como ella no hablaba ni tocaba el timbre, otras cuidadoras la dejaban para el último. A veces le daban una pastilla por sonda y eso sería todo”, rememora.

Poco después, la señora falleció y apareció su hermana en la residencia. “Nunca la fue a ver, solamente tuvo que ir sí o sí porque había muerto su hermana”, explica la cuidadora.

Max Donoso también reflexiona sobre el descuido familiar que existe hacia las personas mayores en Chile, sea en los recintos pagados o los no pagados, estos últimos como los de la Fundación Las Rosas. Para él, hay dos factores que se tienen que tener en cuenta cuando se ven personas mayores dejadas de lado por sus familias.

“Antes de hacer un juicio sobre esas personas, hay que pensar en qué contexto les cuesta hacer visitas. Si vas a ver a tu mamá que está con un deterioro cognitivo importante y después ella no te reconoce.. Esa es una razón para no ir más, pero quiero decir que también es un dolor para las familias que hay que saber abordar y vivir. Probablemente una de las formas más fáciles de sobrellevarlo es escapar de ahí”, dice Donoso.

El otro factor significativo en esto, según el director de Gestión de Hogares, es que hay que considerar que algunas personas mayores arrastran historias de vida que no son inocuas.“Si bien hay adultos mayores que tienen historias positivas muchas veces también arrastran historias negativas, en las que han tenido episodios de dolor con sus hijos, nietos o hermanos. Por eso, lo que nosotros buscamos es propiciar que las personas al final de sus vidas puedan ir reconciliándose con su historia personal”, apunta Donoso.

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A diferencia de las otras cuidadoras, la venezolana Yanet (37) es profesora de profesión, pero al migrar a Chile, en marzo del 2021, encontró un trabajo como cuidadora en casas de reposo en San Bernardo.

Allí conoció a Manuel, un adulto mayor que sufría de un cáncer avanzado y que por ello tenía una lesión cutánea grande en su espalda. “Era una herida gigante, como un hueco”, recuerda Yanet. 

Ella ya llevaba un par de meses trabajando en esa casa de reposo hasta que, un día, una compañera de Yanet presentó los síntomas de Covid-19. Esa cuidadora no quería dejar de trabajar, por lo que continuó con sus turnos con normalidad pese al riesgo de contagiar a los adultos mayores. “Después empezaron a enfermarse uno a uno los residentes”, cuenta Yanet.

Un día de esa misma semana, Manuel se levantó de su cama durante la madrugada. “¡Se cayó Manuel!”, gritó asustada la cocinera de la residencia. Sus gritos se oyeron por toda la casa. “Lo encontramos en el piso y estaba muy mal, tenía la herida de atrás botando sangre. Esa cuidadora (que tenía síntomas) lo tomó y lo bañó como a las 5 de la mañana, con agua fría”, narra Yanet.

Un par de horas después, la dueña de la casa de reposo le pidió a Yanet que fuera a limpiar a Manuel porque después de la caída “su herida quedó con mal olor”, cuenta. Pero para ese momento, la cuidadora relata que Manuel ya había fallecido. 

“Tuve que limpiar su herida estando fallecido. Me sentía culpable, ese trauma me duró mucho tiempo”, explica con pesar Yanet. No supo si Manuel falleció de Covid-19, por la gravedad de su herida en la espalda o ambas cosas, porque en la residencia no dijeron cuál fue su causa de muerte. Dice que ese momento le produjo un estrés postraumático que duró meses, por lo que decidió renunciar a ese trabajo.

Estas tres cuidadoras coinciden en lo mismo: en Chile se abandona a las personas mayores. Al ser recluidos en estas casas de reposo, muchos de ellos son desechados por sus familias porque no vuelven a visitarlos por meses, e incluso en algunos casos, hasta que fallecen.

El costo de ser cuidadora geriátrica

Además de ser testigo del relego que viven algunas personas mayores en hogares, quienes han ejercido como cuidadoras formales cuentan que se suman otros factores significativos que no son sencillos de lidiar: el desgaste físico y emocional diario que implica este trabajo.

Según los testimonios de estas mujeres, la rutina laboral de una cuidadora puede consistir en dos turnos: empieza a las 8 de la mañana y termina a las 8 de la tarde, o al revés, que es el turno de noche. La mayoría de las residencias pagadas exigen a sus trabajadoras turnos de 12 horas, donde el monto diario que se paga alcanza los 20 mil pesos. 

En un día común, una cuidadora tiene que despertar a los residentes en cada una de sus habitaciones, asearlos, mudarlos, servirles las comidas diarias como el almuerzo, el desayuno y la once; trasladarlos hacia los comedores y a sus dormitorios. Por la tarde, tienen que dejar a todas las personas mayores en sus camas preparados para dormir. Y durante la noche una cuidadora se encarga de verificar que todos los residentes estén en buen estado, mudarlos y estar atenta por si uno de ellos toca el timbre en caso de alguna necesidad.

“Una se estropea físicamente también por el hecho de hacer esfuerzos, aunque digan que uno haga ciertas técnicas es lo mismo, porque no es solamente un adulto mayor, son 8 o más por cada cuidadora”, cuenta Victoria.

En eso Karen coincide. “Si a un abuelo postrado no sabes cómo moverlo para mudarlo, hasta te puedes lesionar la espalda y el cuello. Entonces te llevas a tu casa no solamente el dolor y el cansancio, sino que la preocupación de tu salud”.

Al hablar de los efectos que le ha traído desempeñarse como cuidadora, Karen toma una pausa larga. Respira con profundidad y dice: “Es agotador, te angustias y te cansas emocionalmente (..) Llega el momento que te vas a tu casa, te acuestas y sigues pensando en las personas que viven ahí, si les dieron el remedio o los mudaron. No te puedes desconectar de verdad, en mi caso me cuesta hacerlo”.

Parte de los síntomas psicológicos de los que habla Karen se relacionan con el llamado síndrome del burnout, que según la Organización Mundial de la Salud (OMS) es una enfermedad que se produce por el “estrés crónico en el lugar de trabajo que no se ha manejado con éxito”.

Claudia Miranda, psicóloga y directora del Instituto Milenio para la Investigación del Cuidado, expresó a POUSTA que hay circunstancias particulares en las residencias que inciden en la aparición de este padecimiento. Entre ellos, “la sobrecarga de horas, la cantidad de personas que cuidar, no estar muy involucrados en las decisiones que se toman, el conciliar la relación de tu trabajo con tu vida privada y también el hecho de que existe un contacto directo con la enfermedad, el dolor y el duelo”, dice Claudia.

“El síndrome de burnout es acumulable y se da de manera progresiva. La exposición durante un tiempo prolongado a todas esas causas o algunas de ellas, puede producir el ‘estar quemado’”, agrega la especialista en personas mayores.

Otra consecuencia del desgaste emocional en esta labor puede ser el síndrome del cuidador, que según Miranda generalmente se da en aquellos que cumplen el rol de cuidador informal pero también puede suceder en cuidadores formales. “Es el estrés que genera la labor de cuidar y el ocuparte durante casi las 24 horas del día, si es que no las 24 horas del día, en el cuidado de la otra persona. También tiene que ver con un vínculo que puede ser emocional del que está cuidando con el que cuida”. En ese síndrome aparecen síntomas como culpa, rabia, tristeza e incluso ansiedad, dice la especialista. 

En ese sentido, también pesa en una cuidadora el hecho de que no siempre existe un trato digno hacia las personas mayores. En palabras de Victoria, las casas de reposo ven como una producción a este grupo de la sociedad: “Es como una fábrica. Al final es plata para ellos pero no ven el desgaste de la cuidadora, entonces todo eso es un círculo”.

Karen, quien al igual que Victoria prefirió dejar las casas de reposo para dedicarse a ser cuidadora en casas particulares, sueña con que se tome consciencia de la importancia que este grupo tiene en la sociedad, además de que sensibilice sobre el cuidado con dignidad que requieren al final de sus vidas. 

“No es justo que los que han dado tanto por una familia, por un país, porque son ellos lo que años atrás forjaron y sacaron adelante el trabajo en distintos rubros, hayan sido olvidados como si nada”, afirma la cuidadora.

Claudia Miranda va en una línea similar: el éxito de la sociedad actual se traduce en producir, entonces se deja de valorar lo que es el envejecimiento en sí. “No lo veo solo como un cambio a nivel individual, aquí tendría que ver con un cambio a nivel social y eso significa cambiar la percepción negativa de la vejez”, apunta.

“Si tú no vas a seguir siendo cuidador qué pasa con la soledad, la pena y la depresión de la persona que está en ese Establecimiento de Larga Estadía, qué pasa con la familia que tiene esa desconexión emocional. Cuando existe este abandono no es una situación que se pueda negar, al contrario. La soledad subjetiva que pueden experimentar las personas mayores es un hecho y pasa porque aquí culturalmente las personas mayores no son respetadas como deberían”, recalca la especialista.