Por suerte no me habló.
La semana pasada el alcalde Las Condes, Joaquín Lavín, anunció la entrada en vigencia de una de sus nuevas y ya famosas ideas: drones con altoparlantes para entregar advertencias personalizadas a quienes estén realizando actividades prohibidas en espacios públicos, sumándose así a la lista de Ideas de Lavín, de las cuales podemos destacar sus playas en el centro de Santiago o los aviones para hacer llover en Las Condes. Entre las nuevas, ha sido motivo de discusiones el proyecto que busca sacar de la comuna las personas que se dedican a limpiar los parabrisas de los autos.
https://twitter.com/LavinJoaquin/status/853289617361178624?ref_src=twsrc%5Etfw&ref_url=http%3A%2F%2Fwww.latercera.com%2Fnoticia%2Flavin-anuncia-inicio-patrullaje-drones-parlantes-las-condes-desde-este-lunes%2F
Rápidamente la noticia de los drones patrulla comenzó a dar vueltas por las redes sociales a partir del Tweet en donde el alcalde dio conocer de forma muy didáctica cómo funcionaban. La noticia llegó a ser publicada por portales argentinos e incluso en medios de Rusia. Se trata de la Brigada de Vigilancia Aero Municipal, conformada por seis funcionarios certificados por la Dirección General de Aeronautica Civil para operar a los drones que además de ser parlantes tienen incorporado un paracaídas en caso de algún desperfecto.
Drones centinelas: Chile combatirá la inseguridad con innovador sistema de vigilancia (VIDEO) https://t.co/2zn6HXHAbs pic.twitter.com/KguggXe7vH
— RT en Español (@ActualidadRT) April 17, 2017
Se acababa el fin de semana santo, que para muchos siempre es de todo menos santo, y unos amigos me visitaron para finiquitar el fin de semana largo. Estábamos en la terraza cuando a lo lejos vimos unos puntos rojos que flotaban a unos cuantos edificios de distancia. “Miren, los drones de Lavín”, dijo uno.
Nos quedamos hipnotizados un rato mirando como flotaban, porque sí, parecían flotar en vez de volar. Un objeto plagado de hélices suspendido en el aire buscando algo, avanzando, rondando. Haciendo algo. En un momento proyectó una luz fuerte como de esas escena de películas cuando se escapa alguien de la cárcel y un foco gigante persigue al prófugo mientras suenan la sirenas.
Paralelo a su vuelo sonó una ambulancia, también una sirena policial. No sé si habrá tenido que ver con lo que eventualmente el dron buscaba, pero esa mezcla de ruidos de emergencia, la cordillera a lo lejos, y una ciudad próxima a dormir con las luces clásicas de una metrópolis que se niega a dejar de crecer, solo consiguió en mí apreciar ese dron y escuchar su ruido como si fuera un personaje de 1984. Más aún cuando mis amigos ya se habían ido y figuraba solo en la terraza junto al dron que me hizo una visita bastante cercana al piso 17.
No sé cuanta será la efectividad de los drones sobre Las Condes en cuanto a la seguridad. Son como las cámaras de televigilancia, las cuales todos sabemos, no previenen el delito, sino que solo lo graban.
No me sentí necesariamente más seguro, pero si más observado. Pensé que ahora fuese acuchillado o asaltado contaré con un vídeo del dron en el que podré ver una y otra vez el delito ya cometido.
Creo que, tal vez, la prevención del delito es otra cosa, que los drones solo son una suerte de diclofenaco social para hacer creer a las personas que están seguras solo por ser observadas. Por algunos segundos puede que nos sintamos parte de un futuro distópico como los que salen en Black Mirror.