Christopher Nolan con Dunkerque nos pone frente a una historia de supervivencia, una que sabe convertirse en un thriller estremecedor, estamos hablando de suspenso de primera clase que instala un juego de espejos aturdidor.

Dunkerque

Por Fernando Delgado

Es 1940, es la Segunda Guerra Mundial y las costas francesas de Dunkerque estallan en una aleación de pólvora, arena, sangre y sal marina. Es la última película de Christopher Nolan y también es uno de sus trabajos más claros en torno al psicoanálisis audiovisual y de sus obsesiones con la memoria, el tiempo y los paralelos. Es una propuesta de autor, para nada del gusto masivo. Aun así y con calificación TE, esta estudiada bomba de relojería que te explota en las manos y te tiene intentando apagar las llamas con desesperación, ha marcado en Chile el mejor fin de semana de apertura de una película dirigida por Nolan desde la trilogía de Batman, El origen o Interestelar.

Una semana, un día y una hora. No es necesario revelar más claves que las expuestas desde los primeros minutos de la película. Serán esos tres tiempos más los espacios del muelle, el mar y el aire. Así de concreto y apartado de cualquier edulcorante. No es mucho lo que se puede relatar de Dunkerque más allá de lo señalado por la historia universal; los aliados ingleses y franceses están acorralados y con la psiquis aniquilada ante el avance del ejército alemán. En ese borde marino, el paisaje se unifica al igual que en El origen e Interestelar. Agua, tierra y aire convergiendo hacia un mismo punto.

Uno en el cual, el paisaje humano y geográfico entrega variables que van desde el espectáculo asfixiante hasta la alegoría moral; nadie quiere morir, al menos no en una crónica de terrores anunciados como una guerra. Aferrarse a la vida se vuelve algo político, y volver a casa en un derecho humano básico.

Aquí se dialoga poco y se siente y (re) siente mucho. Y como no con el memorable score compuesto por Hans Zimmer. Para que quede claro, Zimmer es a Dunkirk, lo que Bernard Herrmann fue a Psicosis, y lo que John Williams es a Star Wars. Si apagamos la pantalla y sólo nos dedicáramos a escuchar lo incidental, el efecto superaría por lejos a una experiencia en IMAX o 4DX. Dunkerque es una película para ver y tal vez por sobre todo para escuchar.

Es cine bélico, es obvio. Aunque da para sospechar. Estamos ante una historia de supervivencia, una que sabe convertirse en un thriller estremecedor, es suspenso de primera clase que instala un juego de espejos aturdidor. Siendo los reflejos de las propias sombras de personajes y espectadores las que se proyectan en sus superficies agitadas; en el aire borrascoso, en la tierra quemada, y en el agua turbulenta. Similar a un polígono donde el número de sus lados se hace visceral, ensordecedor y emocionante.

Es la geometría cinematográfica según Nolan, un área reflectante de sueños y nociones temporales amalgamados con los de la ficción/no ficción presentada.

Fundido a negro, créditos finales. Ahora la historia y los espectadores, somos uno solo. Estamos en casa.