Radiografía al sistema de educación chileno ¿Por qué profesionales muy bien preparados y exitosos someten a sus hijos de tres o cuatro años al calvario de ser cosechados o desechados en los procesos de selección de algunos colegios?

Una sociedad se mide por cómo trata a los más débiles. Esa frase da vueltas en la cabeza cuando se lee el artículo de Paula sobre la selección en los colegios. La nota muestra el estrés que viven padres, madres y niños de entre tres y cuatro años, que buscan quedar en los “mejores” establecimientos. Es tanta la presión por conseguir un cupo que algunos emprendedores han visto la oportunidad de negocio y se dedican a prepararlos.

Coaching lo llama la revista; e ilustra la nota con fotos de niñas sonrientes. Pero lo que cuenta la periodista Greta di Girólamo es simplemente abuso de poder; abuso y sufrimiento al que las familias se someten, porque quedar seleccionado en estas instituciones es un paso clave para pertenecer a la elite.

El argumento de que estos padres buscan educación de calidad no tiene asidero. Si realmente quisieran eso, el mercado se los proveería muy fácilmente, pues los que quedan fuera de estos “mejores” colegios son profesionales de buen nivel económico y pueden costear los profesores e instalaciones necesarios.

La verdad es que el sistema educativo chileno, ni cuando atiende a la elite ni cuando maltrata a los guetos, tiene la calidad educativa como su prioridad.

En el área pública, los que mejor lo saben son quienes, siguiendo a Milton Friedman, sostuvieron durante décadas que si las escuelas públicas competían por los alumnos (a través de los voucher) elevarían su calidad, para no perder clientes. Al menos desde 2010, con la investigación de Contreras, Sepúlveda y Bustos (When Schools Are the Ones that Choose: The Effects of Screening in Chile) sabemos que la intensa competencia por calidad que prometía este modelo de voucher, simplemente no ocurre.

En vez de competir por ser mejores, los establecimientos públicos hicieron lo mismo que los subvencionados y los privados: compitieron por deshacerse de los alumnos más difíciles y quedarse con los que tenían mayor capital cultural y social.

Similar fenómeno observaron en 2016 Canales, Bellei y Orellana (¿Por qué elegir una escuela particular subvencionada? Sectores medios emergentes y elección de escuela en un sistema de Mercado). Al estudiar cómo eligen escuela las familias del sistema particular subvencionado los investigadores anotan que la segregación es el factor central. Tan importante, que “la excelencia académica resulta crecientemente irrelevante para oferentes y demandantes”, dice el estudio.

¿Por qué las familias chilenas eligen así? ¿Por qué somos tan radicalmente clasistas?

Seth Zimmerman (Making Top Managers: The Role of Elite Universities and Elite Peers) expuso en 2013 que más del 50% de los cargos más altos en las empresas chilenas los ocupan ex alumnos de nueve colegios de elite, en los que no estudia ni el 0.5% de los estudiantes chilenos. Es posible creer que eso se debe a que en esos colegios se ofrece mejor educación, pero vale la pena considerar también la evidencia que aporta el estudio de Javier Núñez y Roberto Gutiérrez de 2004: al menos en el plano de los salarios, el origen social manda.

El estudio dice que lo que hoy llamamos zorrón, es decir, un alumno “de mediocre desempeño académico proveniente de una comuna y colegio de origen socioeconómico alto y dotado de una ascendencia de origen socioeconómico superior” tendrá, sólo por virtud de su origen “un ingreso estadísticamente mayor que un estudiante de alto rendimiento académico proveniente de una comuna pobre y colegio público, sin ascendencia vinculada al estrato socioeconómico alto”.

Al zorrón no solo le irá siempre mejor que al “alumno pobre y brillante”, sino también mejor que “a una amplia variedad de estudiantes de excelencia formados en ambientes socioeconómicos promedio.” El estudio concluye lo que las familias intuyen: “El origen socioeconómico es relativamente más importante que el desempeño académico en la determinación de salarios en el mercado laboral”.

Cuando el éxito no depende de las habilidades y conocimientos, sino de las redes que se forman en el colegio, la elección económicamente racional es destinar recursos a codearse, no a saber. El clasismo parece entonces una respuesta de los distintos grupos sociales a lo concentradas que están las oportunidades de trabajo, las posibilidades de desarrollo y la riqueza.

Si lo piensa como una pirámide, la función del clasismo queda más clara: cada grupo tiene arriba un muro que le impide llegar a las mejores condiciones de vida de las clases superiores; y abajo, otro muro, que lo protege del asedio de los menos afortunados. Cuando alguien sube un escalón, al otro lado no lo reciben con champaña, pues, como es una pirámide, a medida que se sube hay menos espacio. Como decía sin anestesia Emmanuelle Barozet, velar por los hijos propios significa, en Chile, “privar de oportunidades al niño que está más abajo”.

Así se entiende mejor, por ejemplo, el rechazo de sectores de clase media y media baja a la Ley de Inclusión. Sin posibilidades económicas ni sociales de llegar a los colegios particulares, desde los 90 una gran porción de las clases medias chilenas se parapetó en los particulares subvencionados (para una discusión de qué es la clase media, lea a Emmanuelle Barozet).

La Ley de Inclusión, sin embargo, impidió a estos establecimientos cobrar. Es decir, derribó el muro que defendía a la clase media de los más pobres. Por supuesto, para estos últimos la ley es buena pues sus hijos podrán acceder ahora a mejores redes. Pero la mesocracia sabe que sus redes se van a perjudicar pues un pobre lo es, en buena medida, porque no tiene contactos. Durante la discusión de la ley se habló en términos muy brutales contra la llegada de familias de “malas costumbres” y flojas, si los particulares subvencionados no podían seleccionar. No es sólo asunto de crueldad o egoísmo. Es supervivencia, pues la clase media cubre con pitutos y contactos su precariedad económica.

Pero el hecho de que en todas las fronteras sociales se haga sufrir a familias y niños con diversos mecanismos clasistas, no quiere decir que todos los grupos se beneficien de este sistema por igual. La evidencia está en que se podría ganar fácilmente el apoyo de la clase media para la ley de inclusión si se le abriera el paso al siguiente nivel de la pirámide, es decir, si se le diera acceso a los colegios privados de la clase media alta (por ejemplo, ofreciéndoles vouchers y prohibiéndoles a los privados rechazarlos). Pero eso, romper el muro que protege la reproducción de las siguientes capas, es amenazar el mecanismo de reproducción entre iguales que tiene la elite. Y eso ya fue una causa del Golpe de Estado.

Lo inconfesable de la historia que se cuenta en Paula es que el sufrimiento de las familias profesionales que postulan al colegio de elite, es el impuesto que la elite cobra para que los que se mezclen con ella tengan las redes más exclusivas posibles. No deja de ser intrigante, sin embargo, que este grupo de profesionales muy bien preparados y exitosos se someta (y someta a sus hijos de tres años) al calvario de ser cosechados o desechados en estos procesos de selección.

Es algo que debiera estudiarse.

Mientras, ofrezco una hipótesis:

En Chile la concentración económica ha llegado a tal punto que incluso las familias de clase media alta no pueden pensar en construir vidas económicas y personales fuera de la órbita del 0,01% más rico. Aunque tienen conocimientos abundantes y accesos a gran cantidad de recursos, en realidad están tan lejos de los súper ricos que controlan la economía (Ben Ross Schneider habla de Chile como un ejemplo de Capitalismo Jerárquico), que no se atreven a pensar en desafiarlos llevando adelante sus propios negocios, como es esperable en una economía competitiva.

Así, la clase media alta profesional, la que se forma en las mejores universidades, ve su futuro como empleado de confianza de los más ricos, como gerentes, asesores, consultores, abogados, periodistas de RRPP y lobistas, todos colgando de las grandes corporaciones y sus filiales.

El politólogo Jeffrey Winters llama a este grupo la industria de la defensa de la riqueza: “las abejas trabajadoras de las clases medias y medias altas, muy bien remuneradas, que piensan no solo en cómo hacer más ricos a sus empleadores, sino en cómo imponer políticamente las ideas que los benefician”.

La paradoja es que mientras más exitosa es esta industria en su tarea, más fuerte se hacen los súper ricos y más dependientes de ellos se vuelven estos profesionales.

Mi hipótesis es también que estos niveles de selección y clasismo empeorarán porque la industria de profesionales está sobrepoblada. Aunque hay datos de que la cantidad de ricos ha crecido, las clases medias altas dependen de fortunas verdaderamente grandes y no es claro que estas se multipliquen con la velocidad necesaria.

Para decirlo en simple, un país donde el 60% de la producción es materias primas, tiene una cantidad bastante estable de grandes empresas, pues hacer un negocio en este sector requiere una enorme inversión. Como consecuencia, la necesidad de gerentes, ingenieros comerciales, o asesores tributarios es bastante limitada. Ben Ross Schneider dice, de hecho, que uno de los grandes problemas de nuestra economía es que es mala para generar buenos empleos.

Es probable que la sobrepoblación de profesionales de clase media alta lleve a una creciente competencia entre los que viven de servir al 0,01%, y que muchas familias de profesionales que han luchado duro por ascender reciban como respuesta que ellos y sus hijos no son lo suficientemente buenos para servir a la elite. En esas circunstancias, las redes y las amistades forjadas en la infancia se volverán aún más relevantes.

Tanto si el clasismo empeora como si no, lo cierto es que hoy estos crueles procesos de selección son tan centrales que ni aún en una época en la que los abusos del patriarcado se cuestionan y se exige buen trato hacia la infancia, parece posible pensar en ponerles fin.

* Juan Andrés es co-autor de Empresarios Zombis, la mayor elusión tributaria de la elite chilena, que tiene como apéndice el blog Paraisos Tributarios

Lee también: entrevista a Rodrigo Rivera, vocero CONFECH.