Sus imágenes dieron vuelta al mundo y aparecieron en importantes diarios extranjeros como The Guardian o El Clarín. Familias completas, con niños, mujeres y personas de la tercera y cuarta edad entrando a Chile de manera irregular, en precarias condiciones, mientras Colchane ardía y los vecinos locales se oponían a su llegada. Estas son algunas de las postales que el fotógrafo Diego Reyes captó a través de su lente y que hoy nos revela en primera persona con sus luces y sombras.
Fotos por Diego Reyes.
Según datos de la Fiscalía los homicidios en la región de Tarapacá aumentaron un 183% en 2021, además del tráfico de drogas en 42%, el tráfico de migrantes en 501% y los robos con violencia e intimidación en 18%. Los pobladores locales lo asocian directamente a los cerca de 400 extranjeros que diariamente ingresan al país por la comuna de Colchane y que se han instalado en las ciudades de la zona.
Y aunque la crisis migratoria no es nueva, ni en Chile, ni en el resto de Latinoamérica, hechos concretos como la muerte del camionero Byron Castillo -por ejemplo-, han encendido las alarmas en los vecinos que miran con desconfianza la llegada de los afuerinos, quienes incluso se organizan para impedir su entrada al país.
Por otro lado, hasta ahora las autoridades han registrado 23 muertos en el paso fronterizo de Colchane. Todos migrantes, generalmente despojados de su equipaje y que intentaron pasar al país de manera irregular. Y mientras la crisis arde, el Ministro del Interior Rodrigo Delgado, habló de los trabajos de “mantención” de una zanja pre existente en tierra cuyo propósito sería imposibilitar la trata y el contrabando de personas que vienen de afuera.
Diego Reyes (33) es fotógrafo desde hace más de 12 años. Y si bien ha estado presente inmortalizando marchas desde el 2011 en la capital de Chile, este compromiso con lo documental se acentuó primero con el estallido social, y ahora con la crisis migrante. “Sentí la necesidad de arrancar del estallido y las protestas de cada viernes en Santiago, e irme al norte a documentar lo que estaba pasando con la situación migratoria y compartirlo con el resto del mundo”, cuenta Diego.
Por eso, junto a un grupo de fotógrafos, Reyes y el equipo llegaron el 30 de enero a Iquique y de inmediato comenzaron a retratar parte de la marcha anti inmigración, que a estas alturas ya es una costumbre en la ciudad. Personas desfilando por las calles, escoltados por Carabineros y por otro lado, migrantes arrancando del conflicto para cuidar lo poco y nada que tienen, según el fotógrafo.
Diego cuenta que los extranjeros cuidan que sus pertenencias no sean quemadas o queden al fondo del mar. “No tienen opción. Están alejados de la mano de Dios, de la mano del Gobierno, de la mano de quién sea”, sentencia Reyes. “El mismo día que llegamos, los migrantes que estaban en la playa se fueron, pero había uno que no alcanzó a moverse, los chilenos lo encontraron, le pegaron y le tiraron las cosas al mar”. Fue personal de Carabineros quienes hicieron una pared humana para poder detener las agresiones.
Las marchas, según cuenta el artista, eran desconcertantes. Los ciudadanos usan los mismos símbolos que se popularizaron durante el estallido: las banderas mapuche, las banderas de Chile que en lugar de los colores patrios son negras, los cacerolazos e incluso gente cantando la canción de Los Prisioneros ‘¿Por qué no se van?’, pero en contra de los migrantes.
El campamento Lobito, en medio de dunas y arena, alberga a cerca de 200 extranjeros irregulares -80 de ellos niños- que se han auto denunciado. Y que, sin servicios básicos formales, han podido hacer de este conjunto de carpas su hogar durante sus días en Chile.
Una de las voluntarias de este campamento ubicado 22 km. al sur de Iquique, le contó al fotógrafo que al interior de estos han podido ver la presencia de armas, cuchillos e incluso abusos físicos y sexuales, y que sin embargo, muchas personas de las que allí habitaban, opinaban que eso era mucho mejor que estar en la calle y arriesgarse a que les quemasen todo. La situación es tan urgente, que los migrantes le piden a los comunicadores alimento o dinero a cambio de sus historias o fotos. “Nosotros no hicimos trueque por las fotos, pero es algo que pasa allá porque al desesperación es brutal”, cuenta Reyes.
El camino a Colchane es genuinamente precioso, la aridez del desierto pasa a ser completamente verde, con humedales y animales pastando. “Se veía como una pintura. Todos (grupo de fotógrafos) quedamos locos”, hace un silencio breve y continúa, “¿Cómo explicar que era todo tan hermoso y tan terrible a la vez?”.
Los 3.700 metros de altura se hacían notar en el cuerpo y aparecían síntomas como el mareo y dolor de cabeza. Sin embargo, el golpe de realidad no tardó en devolver al fotógrafo al presente. “Yo no lo creía cuando llegué, pero se ve mucha gente transitando por fuera de la aduana. Siempre pensé que era inflado por la televisión, pero no”.
Hombres, mujeres, ancianos, familias enteras, otras a medio armar, con bolsos gigantes y sus niños a cuestas, atravesando la zanja que marca la línea entre Chile y Bolivia. “Me impactó la cantidad de personas y de niños. Los ves con la cara roja, media partida, insolados, cruzando el humedal con chalas. Es muy crudo”.
En la noche la situación no cambiaba mucho, y pese al frío altiplánico de las 3 de la madrugada, la foto era la misma: mucha gente pasando por todos lados.
Estando allá y pudiendo presenciar en primera persona la crisis, Diego sentía la necesidad de mostrar al mundo el desastre humanitario y con cámara en mano comenzó a capturar la realidad de los caminantes en el altiplano. Y así fue. La agencia AFP compró su trabajo y las postales hoy han aparecido en medios como The Guardian, El Clarín y diversos sitios internacionales.
En las conversaciones triviales que tuvo con las personas que escapan de sus lugares de nacimiento, Reyes logró darse cuenta de que las historias de migración son diversas, pero con un factor común. Algunos vienen viajando hace años , otros sólo se demoran un par de días. Unos logran llegar con todas su cosas, otros lo pierden todo en el camino. Unos llegan directo en bus, otros cruzan caminando, pero todas apuestan por Chile. “Tienen una visión muy buena del país, que no sé quién se las vendió. Claro, allá su sueldo era de dos o tres dólares mensuales, y si acá les pagan 300 lucas, por supuesto que lo ven conveniente, les sirve para mandar a su familia, pero para vivir acá es muy difícil y no se dan cuenta hasta que llegan aquí”, relata.