En el último año han aumentado en un 30% los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), y mientras los medios de comunicación nos han vendido la imagen de estos pacientes extremadamente delgados, la sociedad invisibiliza aquellas personas con corporalidades gordas que también pueden sufrir este tipo de trastornos.
María José García (20) mantiene como uno de sus primeros recuerdos de la infancia la gestación de un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) que, por el hecho de tener un cuerpo con sobrepeso, se le invisibilizó.
Recién a sus 15 años obtuvo su primer diagnóstico: bulimia nerviosa. Esta enfermedad la había acompañado toda su vida. Su primer recuerdo incluso fue para su cumpleaños número 5.
“Cote, pide un deseo”, dijo su madre mientras sostenía la torta “Yo quiero ser flaca, yo quiero ser flaca, yo quiero ser flaca”– pensó Cote segundos antes de soplar su vela.
“Era una niña, no tenía que preocuparme por eso. Nadie debería”, menciona mientras recuerda que su familia, la sociedad y la medicina fueron la cuna de lo que ella llama “la cultura de la dieta y la idolatría de la delgadez”.
La joven creció con un discurso transgeneracional, en donde se explica gran parte de la insatisfacción corporal por su historia familiar. El “fat talk” –comentarios en los cuales se normaliza degradar el cuerpo– era parte de las conversaciones que frecuentaba tanto con su familia paterna como materna. “De hecho tengo varias primas que tuvieron trastornos alimentarios, tías y hasta un primo”, comenta.
Los bikinis no eran una opción. A sus 10 años, María José tenía claro, casi como una ley, qué no debía usar. Ella ya sabía lo que pesaba no tener un cuerpo delgado ante los ojos de su familia, sin embargo, el golpe de realidad que se daría al enfrentarse al resto de personas fue mucho más duro.
A los 13 años, en octavo básico, una profesora le dijo: “usted debería empezar a cerrar la boca”. María José quiso preguntarle a su profesora a qué se refería.
– “Está muy gordita, debería dejar la comida”
Después de eso empezaron los apodos a escondidas, las risas y comentarios de compañeros hacia su cuerpo. Pero sin duda, el desenlace más complejo que tuvo tal situación fue uno que la mantuvo ahí hasta los 17: sus recurrentes visitas a blogs de internet que promueven los TCA como estilo de vida y no como enfermedad. Básicamente su única fuente de información al respecto eran estos sitios webs.
“Fue muy angustiante. En esa época no se hablaba tanto de estos temas”, comenta Cote sobre su adolescencia en donde nadie sospechaba que tenía un trastorno de la conducta alimentaria. “Daba vergüenza decir que tenías un trastorno alimentario y que te lo negaran por no estar delgada. Yo nunca he tenido un cuerpo delgado”, dice.
American Academy of Pediatrics define como uno de los factores de riesgo más importantes dentro de los TCA la insatisfacción con la imagen corporal, lo cual va en respuesta de influencias externas –como la publicidad, estereotipos, comentarios de familiares y/o amigos–. De hecho, estudios de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia, arrojaron que 6 de cada 10 chicas creen que serían más felices si estuvieran más delgadas, en donde alrededor del 30% de ellas presenta conductas patológicas.
“Recuerdo que la primera vez que fui al nutricionista fue porque estaban todos preocupados de que me veía gordita”, relata Cote. “Cuando ya estaba en primero medio volví a la nutricionista, hice la dieta y bajé mucho. Ahí me di cuenta de que todos halagaban mi pérdida de peso”. Ese fue el comienzo de su pesadilla.
Según la última edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales (DSM-V), los TCA se definen como “trastornos alimentarios y de la ingestión de alimentos, en lo que se establecen patrones de alimentación que se asocian a consecuencias médicas, psicológicas, sociales y funcionales significativas”.
Los más conocidos son la anorexia nerviosa–restricción de la ingesta, miedo intenso a ganar peso y no dimensionar la gravedad del cuadro– y la bulimia nerviosa –episodios de atracón y después métodos compensatorios–. También está el trastorno de atracón –episodios de atracón sin métodos compensatorios– y trastorno de evitación y restricción –se evitan la ingesta de alimentos, pero no por miedo a ganar peso o alteraciones en la imagen corporal, sino que por factores de trauma, angustia o textura de la comida–, siendo ambas consideradas como nuevas clasificaciones dentro del DSM-V.
Estereotipos: el espejo que se creó para los TCA
Catalina Mena, nutricionista de la Universidad de Valparaíso, aclara que en primer lugar “un TCA lo puede tener cualquier persona, cualquier cuerpo. Muchas veces se desconoce eso” –refiriéndose al estereotipo de que la persona con cuerpo grande no tiene riesgo de padecer uno de estos diagnósticos– y, que en segundo lugar “nuestra sociedad gordofóbica celebra mucho la baja de peso, lo cual es un factor de riesgo, un estímulo que potencia el peligro de desarrollar el TCA”.
María Jesús Godoy, psicóloga feminista especializada en TCA, hace hincapié en la cualidad multifactorial de estos, los cuales se manifiestan de diversas maneras. Ella menciona que se produce el siguiente fenómeno: “las personas con cuerpos gordos reportan restringirse más o tienen mayor tendencia a utilizar métodos poco sanos para perder peso que una persona con normo peso”. Las causas están directamente relacionadas con la gordofobia internalizada, es decir, “cuando la persona internaliza la opresión sistemática hacia los cuerpos gordos”. Recalca que en ningún caso esto es culpa de quien vive la opresión.
Godoy explica que los TCA están vinculados con restricción y, por consiguiente, con un estigma por peso. Este concepto se utiliza para explicar la existencia de creencias y actitudes negativas hacia las personas con pesos más altos de lo socialmente esperado, perfilándolas en ciertas conductas y personalidad, dejándolas fuera de los diagnósticos por cómo lucen. Por ejemplo “Se ha graficado mucho que la anorexia es para personas en los huesos y no siempre es así, hay muchas otras realidades”, enfatiza la psicóloga. Entonces, asumir que las personas con cuerpo gordo procesan sus emociones a través del comer o que son poco saludables caben dentro de este concepto.
Los efectos del estigma por peso, expone la psicóloga, son múltiples. Sin embargo, la baja autoestima y la peor relación con la comida son uno de los más complejos si no se tratan a tiempo con ayuda de un equipo multidisciplinar.
Este fue el caso de la venezolana Bárbara “Babi” Sanoja (26), quien, como víctima de esta corriente de estereotipos, comenzó a desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria desde muy temprana edad.
La joven reside en Chile hace ya más de 10 años y hoy es reconocida por su perfil como influencer – con más de 22 mil seguidores–, en donde trata temas como el amor propio y el body neutrality en su cuenta de Instagram. “A mí lo que me inspira no es la chica que habla de cuánto ama su cuerpo, sino aquella que lo muestra con presencia, sin que fuese algo que le agobie o avergüence”, relata Babi manifestando que “no quiero que mi felicidad tenga que ver con cómo luzco”.
Su TCA comenzó en plena pubertad, cuando su cuerpo estaba cambiando y recibía comentarios al respecto. “Que asco tener celulitis y estrías”, comentaban sus compañeras de curso mientras se miraban las piernas en el baño del colegio
“Siempre me han avalado que yo haga dietas, nunca desde la salud, siempre desde lo físico”, cuenta. “Crecí con eso”.
Bárbara nunca tuvo un diagnóstico médico.
El sesgo en el diagnóstico médico
María Jesús Godoy plantea “lo común que es escuchar que el inicio de un TCA es originado en la misma consulta de profesionales del área médica, salud mental y nutrición”. En primer lugar, que el profesional asuma el estado de salud y enfermedad según el peso. “Evaluar de esta forma es reduccionista”, dice. También que se fomente la baja de peso a través de dietas restrictivas y métodos compensatorios, la visión de que la comida siempre será un problema, ver el peso sólo como algo de voluntad y los comentarios sobre la apariencia.
“Recuerdo que una vez fui al dentista y me dijo su rol como profesional de la salud era decirme que tenía que bajar de peso”, añade Cote remarcando lo descolocada que quedó al recibir un comentario de su cuerpo cuando solo fue a verse los dientes. Además, la cantidad de veces que fue a la nutricionista el llamado era a “no comer porque vas a engordar”, gestando un miedo a la comida que cada vez se hizo más incontrolable.
Por su parte, Catalina mantiene cercanía con sus pacientes, por lo que suelen recurrir a ella en calidad de apoyo: “Hay un montón de mamás que me han hablado en busca de ayuda porque la pediatra le dijo a su hija que era una cerdita, una ballena, que estaba gorda y que a la próxima no iba entrar por la puerta. Y ahora la niña no quiere comer”.
“Mi bandera de lucha es confiar en que como profesionales de salud y sociedad podemos transformarnos y dejar de ser una cuna de trastornos de conducta alimentaria”, comparte Catalina. “Aprendamos de nuestros pacientes, honremos sus historias”.
En cuanto a quienes padecen un TCA, un 16% no ha sido diagnosticado, y más del 30% no recibe el tratamiento que necesita, según los datos de Ita Salud Mental, red de centros especializados en el tratamiento de la salud mental. En Chile, aproximadamente un 50% abandona el tratamiento, debido a que no puede seguir costeándolo y a la falta de políticas y cobertura por parte del Gobierno, que, por cierto, corresponde a un 0%. Cabe mencionar que el trastorno puede durar como mínimo 2 años si no se trata.
Así fue como después de años de un diagnóstico en desamparo, Cote se vio envuelta en un cuerpo con kilos de más en el contexto de una pandemia que agudizó sus atracones nocturnos.
Su familia le propuso realizarse una “manga gástrica”. La idea la fue convenciendo mientras más escuchaba a sus tíos, primos, quienes también se habían operado. Acompañada de un equipo multidisciplinario, en octubre del 2020 le retiraron el 80% del estómago. María José perdió 37 kilos.
Si bien ya no le pueden dar atracones porque su estómago no tiene la capacidad, “Sigue el trastorno en la cabeza, siempre me hará ruido”.
La nutricionista explica que es un patrón común en cirugía bariátrica, ya que “Hay cifras altas de personas con sobrepeso que tienen TCA por este intento fallido de bajar de peso y las fluctuaciones que nacen en torno a la desesperación de no subir”.
A esto, añade Mena, se le suman factores como la frustración por el tamaño del estómago, la ansiedad, los cambios en la alimentación y la presión por el dinero gastado y que se retorne al peso anterior.
Hoy, el haber tomado esta decisión fue de gran ayuda para Cote. Ella declara haberle cambiado la vida. Sin embargo, es consciente de que si hubiese tenido el apoyo y escucha multidisciplinar desde niña, las cosas habrían sido muy distintas para ella.
Además, declara que su paso por la carrera de psicología –en la que ya va terminando su tercer año– ha sido de gran ayuda para instruirse y tomar consciencia de lo que estaba viviendo. Incluso, ese conocimiento la llevó a abrir una cuenta en Instagram (@psiconutriamor), en donde se presenta como una sobreviviente de TCA con la misión de psico educar y visibilizar historias como la suya: “Lo empecé a contar y me di cuenta de que mucha gente a mi alrededor también lo estaba viviendo. De hecho, una de mis mejores amigas también y nunca lo habíamos hablado”.
En 2 años más, una vez titulada, Cote será parte del sistema de salud. En parte, esta decisión fue la consecuencia del sesgo que vivió y de las ganas de querer cambiar el panorama para quienes atraviesan por una situación similar. “Yo quiero hacer psico nutrición sí o sí y dedicarme al área de los trastornos alimentarios, porque siento que como lo viví y quizás todavía lo vivo, mi experiencia puede ser un aporte”.
María José sabe que esto no ha terminado: “Te operan el estómago, pero no la mente”.