La última película de Sofia Coppola demuestra que si bien donde hubo fuego cenizas quedan, pero a veces están frías y no logran prender nuevamente.
“The Beguiled” (1971) era una obra artesanal consciente de su nata de sabor pulp. Y como tal cumplía cabalmente con sus postulados de emociones al borde de un ataque de nervios, de unos clímax colmados de truculencia y de resoluciones efectistas (y efectivas).
Hoy, cuarenta y seis años después, es Sofía Coppola quien rediseña en “El seductor” un estilizado cover con énfasis por reducir todos los focos de fuego incómodo. El resultado es desequilibrado y deja un afán post créditos por hacer el remake un meta-remake; uno que incluya la malicia y el morbo del relato estelarizado por Clint Eastwood y Geraldine Page en este mismo empaque suntuoso.
No es otra guerra más en el frente. Así lo va entendiendo John Mc Burney (Colin Farrel), una vez que es asilado en la exclusiva escuela para señoritas de Miss Martha (Nicole Kidman), quien de la mano de Edwina (Kirsten Dunst), -una profesora a cargo- curan y sostienen al malogrado opositor político. Esto mientras espantan de su cuerpo a las alumnas internas en la casona sureña. Se trata de cinco mujeres en desarrollo ofreciendo sus rezos y miradas por la pronta recuperación del visitante.
Será un semestre revelador en el internado de Miss Martha. Porque a medida que el soldado caído va mostrando mejorías, el despertar sexual de las internas detona heridas más privadas. Amputaciones mentales que podrían dar pie a un vendaval de temores y celos desembocando en una sucesión de puñaladas por la espalda. Pero son chicas educadas para mantener las pasiones amordazadas a cualquier precio. Llevando –indirectamente- la sororidad a niveles políticamente no tan correctos.
Todo sea por no revelar jamás las zonas más turbias de estas futuras damas de sociedad, deben justificar el dinero invertido en su (mala) educación a como de lugar.
Es probable que Don Siegel, la firma detrás de clásicos de medianoche como “La invasión de los usurpadores de cuerpos”, “Harry El Sucio”, “El molino negro” o “Fuga de Alcatraz”, estuviera más capacitado para descifrar las intenciones de la novela de Thomas Cullinan.
Pero donde Coppola agrega refinamiento y una mirada desde el lado de las anfitrionas, Siegel perdía en estética pero ganaba en perversión ubicándose fiel con su héroe en apuros. Un quid pro quo decisivo para devolver todo al punto de partida, o a un lugar donde las intenciones no estaban deslavadas y la libido no parecía sacada de una revista de catequesis.
Es una bomba de pulsaciones y sudoraciones que la propia directora optó por desactivar desde el inicio. Y lo que podría ser una revolución narrativa, es un camino sin norte, cubierto por la neblina matinal comparsa del internado. Podrían haber sido siete hembras catalizadas en su apetito por el soldado del frente enemigo. Pero no. Solo quedan siete mujeres, unas más adolescentes que otras asustadas por haber encendido un fósforo. Ni siquiera por un amago de incendio, apenas por un fósforo que se consume con estilo como su única y gran atracción.
Sin riesgos de por medio, no se hace necesario pedir ayuda. El potencial siniestro fue apagado por la extrema prudencia de Sofía Coppola, quedando todo reducido a una pira de cenizas en frío.