Hace exactamente un año la vida de la profesora de inglés Elisa Loncón Antileo cambió para siempre. Se transformó en la presidenta de la Convención Constitucional y abrió el discurso inaugural en su lengua. Habló de los pueblos originarios, de las diversidades y de las mujeres. “Estamos instalando una manera de ser plural”, dijo. Pero detrás de la política, hay una mujer que soñó con ver el mar, que soñó con un mundo distinto para ella y su familia, y que soñó con hablar por otros. Aquí una parte de su historia y del proceso de cómo construyó al personaje que lideró el órgano que redactó lo que podría ser la futura Constitución de Chile.

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Elisa Loncon tenía diez años cuando vio por primera vez el mar. No olvida ese día, porque cambió para siempre su existencia. En su pueblo natal, Traiguén, casi nadie conocía la playa y lo que le contaba su papá es que, a partir de la cosmovisión mapuche,la mar es un ser con vida”.

Él mismo inscribió a la niña en un programa municipal de verano, su mamá vendió algunas verduras en la feria y le compró un traje de baño grande. Después, con tijeras, lo adecuó al cuerpo de su hija y la mandaron a la aventura. 

A Elisa se le iluminaron los ojos apenas vio el agua y sintió la brisa marina. Se estremeció. “¿Cómo puede existir esto? ¿Por qué no lo conocía antes?”, pensó Loncon cuando vio la inmensidad del Pacifíco. Impactada, se prometió a ella misma que toda su familia iba a conocer la playa. Volvió a la casa con arena y agua en botellas de plástico como un regalo para sus parientes. Hoy, cuando recuerda ese episodio, lo cuenta con ternura y dice que esa infinitud del océano le abrió la mente y le hizo pensar en que no existían los límites.

Por eso, a diferencia de muchas de las compañeras en su comunidad, Elisa dejó el campo para irse a la ciudad, convertirse en profesora de inglés, doctor en lingüística y  viajar por el mundo. “Vi cómo muchas de las mujeres de mi edad tenían hijos tempranamente y yo tenía una visión negativa de eso, sabía que de tomar esa decisión se iba a estancar todo lo que yo soñaba para el futuro”, dice.

Hace un año exactamente, vestida con su ropajes mapuche, dio inicio a uno de los procesos históricos más importantes que ha vivido Chile en las últimas décadas y a un experimento político-social que tiene a todos los ojos puestos en nuestro país. 

Loncon abrió la ceremonia de la Convención con un discurso en el que nombró a las mujeres, las diversidades y a los pueblos originarios. Lo que vino después, en sus propias palabras, fue un remolino: “Ha sido intenso, ha significado dormir menos, preocuparte menos de ti, de tu alrededor, cuando estaba en la presidencia empezaba a trabajar a las 5 de mañana y me iba a las once de la noche. A veces dormía tres horas

¿Qué sintió cuando la reconocieron como una de las personas más influyentes del mundo según la revista TIME?

Una vez que fui elegida como presidenta la agenda personal se movió completamente, no había tiempo para pensar en cómo sentirse, sino en cómo sacamos esto adelante, cómo lo instalamos, cómo resuelve sus problemas. Todos los días giraban en función de eso. Todo lo particular desapareció”.

¿Y cómo se relaja?

“Me gusta mucho leer. A veces veo una película: he visto dos últimamente, la de Almodóvar, Madres paralelas, bastante rupturista encontré. También me junto con mis amigas, con mi familia, mi sobrina, mis hermanas, no soy un robot.

“(Lo más difícil) los tratos racistas eran para llorar. Me amenazaron de muerte”, cuenta la ex presidenta de la primera parte de la Convención Constituyente. La profesora de inglés y doctora en lingüística se convirtió en una de las 100 personas más influyentes según revista TIME.

En sus discursos pocas veces se le ve sonreír. Más bien tiene un gesto duro y los da con una voz potente, más rígida, pero fuera del ex Congreso, es una mujer que prefiere contar sus glorias que sus penas, es amante de los gatos, divorciada, runner y, tal como esa niña que vio el mar, sigue siendo sensible.

“El rol de haber sido presidenta implicó asumir el carácter de una presidenta. Me trataron de todo y yo no me permití nunca llorar en público o enojarme en público. Intenté ser sobria. Lo más posible. Ni siquiera cuando fui nombrada, que la gente lloró y se emocionó al ver una mujer indígena liderando una cosa importante, yo no”.

¿Por qué?

“Porque sabía que estaba siendo mirada y que cualquier debilidad mía iban a tomarla para darme más duro. Fue estratégico hacer mi personaje. Yo inventé una forma de ser. Armé a la presidenta de la convención”.

¿Qué fue lo más difícil?

“Los tratos racistas eran para llorar. Me amenazaron de muerte”.

A un año de eso, ¿se considera hoy una persona feliz?

Sí, soy una mujer feliz. Aunque no he podido ir al campo de mi origen, porque no tengo auto, y cuesta llegar, y entre el trabajo y la pandemia ha sido imposible, me traje unos árboles de membrillo del campo y los puse en la tierra. Dieron fruto y todos los días saco uno para comérmelo. Mis papás ya murieron, pero cuando estoy en la casa comiendo membrillo me siento con ellos. No estoy abandonada. Además sueño mucho y siempre me anuncian algo”.

¿Ha tenido buenos sueños?

No. Tuve pesadillas. Antes tenía protección, una escolta que me acompañaba todos los días, por las amenazas de muerte que recibí cuando llegué a la presidencia. Tuve 9 meses de protección y ya no. No sé si ahora que se terminó eso me da inseguridad, pero una figura fantasmal me miraba en una de las pesadillas (se detiene a pensar) Eso debe ser. Las preocupaciones del día se acentúan en la noche”.

¿Ese fantasma no será la vieja Constitución?

“Quizás (se ríe) No quiero pensarlo. Cuando yo duermo, todos los lugares vitales los dejo libres para no tener pesadillas. Yo creo que me quedé dormida con las muñecas cruzadas. Uno aprende a conocer su cuerpo”.

Nacida en Traiguén, Loncon ha dado la vuelta al mundo: pasando por importantes universidades de Canadá, México y Holanda.

¿Existen las disidencias sexuales y de género en la cosmovisión mapuche?

“Existen y son agentes importantes. En el mundo mapuche lo importante es ser persona y ser persona es responder a un código ético que va más allá del género. Hay que ser solidario con tu gente y la naturaleza”.

¿Cómo se ve la homosexualidad, por ejemplo?

“Se acepta que existan personas distintas, se asume que todos los que estamos acá somos necesarios para la convivencia de la sociedad y la naturaleza, tienen otra sensibilidad, otros aprendizajes, que no tienen una persona no-homosexual. En nuestro pueblo no se condena. Importa más que cuide al otro, a sí mismo y a la naturaleza. Aunque fuimos arrasados por el patriarcado, y nuestros hombres asumieron la conducta de los capataces de fundo, un patrón de convivencia social, pero nuestra cultura es horizontal. La naturaleza está conformada por seres femeninos y masculinos, que tienen derecho a ser y estar, eso está fuerte dentro del pensamiento mapuche”.

“Yo quiero que todos los niños y niñas vean que las posibilidades, así como cuando uno ve el mar, son infinitas”, dice Elisa.

La expresidenta de la convención dice que los mapuche nunca están solos. Que llegan a este mundo para hacer algo, para cumplir una tarea y que, cuando no lo hacen, se enferman. Loncon narra que de alguna manera, ella sabía que estaba destinada a hablar por el resto, recuerda cuando era una estudiante universitaria y escuchaba música en inglés. Ponía a Led Zeppelin o los Beatles en una radio a cassette para aprender el idioma y poder comunicarse con el mundo entero. “Yo quería poder hablar y entender a todos los pueblos”, dice. 

Hoy se pasea entre periodistas que esperan afuera de la Convención. Sin la vestimenta con la que la vimos en ceremonias y usando mascarilla, como cualquier civil, pasa desapercibida. Suspira y mira el salón del pleno, este apabullante espacio de cielos altos decorados con los emblemas nacionales. “Por primera vez, en este edificio, estuvimos las regiones, las mujeres y los pueblos. Escribimos un relato para todos y todas”.

También recuerda que la promesa que se hizo de niña la cumplió: “con mis primeros sueldos de profesora compré una carpa y cada verano me llevaba a un familiar distinto a la playa para que conocieran el mar. Primero mi mamá y mi papá, después a una tía, y después a mis hermanos. Pero todos pudieron ver lo mismo que yo vi”, recuerda. “Cuando yo era niña pensaba que el mundo estaba entre mi hogar y un árbol grande que veía desde la casa. Yo quiero que todos los niños y niñas vean que las posibilidades, así como cuando uno ve el mar, son infinitas”.