Coronel es una comuna en la región del Biobío estancada entre empresas termoeléctricas que tienen a la gente viviendo entre residuos tóxicos que las tiene a todas enfermas.

Por Camila Mellado, periodista cultural

Un concepto muy de moda en la cultura contemporánea es el de apropiación cultural. Motivo de polémicas y conflictos legales internacionales, el concepto hace referencia a un fenómeno simple y ampliamente documentado: la adopción de elementos, tradiciones, memoria, arte y otros pertenecientes a una cultura minoritaria u oprimida, por parte de una cultura dominante. No se trata solamente de la imitación, el sincretismo o la fusión de culturas que se produce naturalmente con la migración u otros fenómenos territoriales, si no que reviste condiciones colonialistas.

La apropiación cultural implica resignificación y por tanto, distorsión de los símbolos generados por la cultura apropiada, sin la autorización ni el acuerdo con los miembros de esta cultura.

En otras oportunidades implica además el rédito o la ganancia económica por parte del apropiador en torno a los elementos apropiados. Así vemos a grandes marcas de ropa internacionales copiando diseños indígenas de la amazonía o bordados tradicionales, omitiendo completamente su contexto, historia y forma de uso ceremonial, para convertirlos en simples prendas de moda que miembros de la cultura dominante pueden usar sin pagar el costo social que implica pertenecer a un grupo oprimido.

Hoy, lamentablemente, tenemos la oportunidad de ver un ejemplo de esta forma de robo de memorias en Coronel. En las murallas que separan a Bocamina II de los vecinos de Lo Rojas la termoeléctrica pretenden pintar el que según ellos será el mural más grande de Latinoamérica. Para esto utilizan imágenes patrimoniales de Coronel y sus vecinos, de sus oficios o sus formas de vida, sin siquiera mediar una investigación seria de la comunidad y su trabajo para hacerlo. De esta manera construyen un discurso desde la otredad, desde afuera, desde la superioridad económica, sobre lo que ellos consideran y piensan que somos, y pretenden plasmarlo como imaginario de Coronel.

En este supuesto mural, vemos a la termoeléctrica contándonos nuestra historia, como a través de un espejo distorsionado. Vemos a una trasnacional contándonos la historia de nuestro pueblo, la historia de los vecinos de Coronel que viven día a día con las consecuencias de vivir en el mismo barrio que una empresa contaminante, como es la termoeléctrica, los que además tienen que tolerar que sea esta misma empresa, sin permiso de nadie, quien los defina y explique su memoria e historia a través de esta intervención, que además alcanza proporciones jamás vistas en la zona, y como pretende la empresa, jamás vistas en el continente. Yo me pregunto, ¿era tan difícil trabajar con las comunidades en el diseño del mural?, más allá, ¿es una trasnacional como ENEL, la indicada para llevar a cabo este tipo de proyectos, para articular este tipo de relatos?.

Por último, aunque no menor, cabe reflexionar sobre las proporciones y el tamaño que ocupa la termoeléctrica, ubicada a metros de escuelas y barrios patrimonales, para que un mural pintado en una de sus paredes, se convierta en el más grande de Latinoamérica.


Esta columna de opinión fue publicada originalmente en Coronel Sur.