La semana pasada el corpóreo del Parque Metropolitano se hizo viral y en redes sociales los comentarios sobre la subcultura furry explotaron. Hablamos con el creador de ese disfraz, uno de los chilenos más destacados en su rubro. Y más allá del erotismo al que se vinculan estas figuras antropomórficas, nos adentramos en conocer el mundo de los furros: una comunidad unida, pero que está estigmatizada por los fetiches.
Elliot Wang usa la mitad de su pieza como un taller de confección y costura en San José de Maipo, Chile. Allí entre esponjas, telas peludas y diseños ha creado corpóreos para instituciones grandes como universidades, compañías de servicios, equipos de fútbol y su última creación, una que se hizo viral, Felixa Catus, la gata Colo Colo del Parque Metropolitano de Santiago. (Spoiler: está haciendo también un cóndor hembra que pronto verá la luz).
Ha exportado su trabajo a distintas partes del mundo como Argentina, Estados Unidos y Noruega, por nombrar algunas. Y esta labor, que aprendió primero de la mano de su abuela, hoy le permite dedicarse a fabricar personajes antropomórficos a tiempo completo y vivir de eso. “Soy uno de los pocos fursuit makers en Chile”, explica.
“Un fursuit (traje) es caro. Sólo con tela nacional una cabeza puede estar entre los 350 a 380 mil pesos. Cuando la piel es exportada el valor pasa los 500 mil”, cuenta Elliot. Y la verdad es que él trabaja mayoritariamente con pieles exportadas, sobre todo de Estados Unidos, un lugar donde el desarrollo de estos implementos va adelantado años luz.
Elliot no sólo diseña estos corpóreos institucionales, también confecciona trajes particulares. Y ahí es donde aparece un concepto, para muchos nuevo -y para otros no tanto-: la subcultura furra, una comunidad interesada en los animales con características humanoides que convive en foros de internet y juntas de cosplay, pero que para su mala fortuna ha sido estigmatizada por los fetiches.
Basta con hacer una búsqueda rápida para encontrar miles de imágenes de caricaturas furry en poses sugerentes -aunque hay otras más tiernas-, e incluso existe una categoría popular en el porno y el bondage donde personas disfrazadas con cabezas peludas, mitones y hasta genitales confeccionados en un taller tienen relaciones sexuales.
Entrando en la piel del fetiche
El furry fandom es una subcultura que nace entre la década de los 70’s y los 80’s en Estados Unidos, y se basa en darle vida a animales antropomórficos. “Hay distintos tipos de raza dentro del furry fandom: están los caninos, felinos, grandes felinos, los sergal, que son mezclas de varios animales, los ángeles dragones que han estado de moda últimamente. la gente libera su creatividad aquí”, explica Elliot.
“Ahora, no es una exigencia tener un fursuit, más bien lo que te une al mundo furry es tener una fursona, que es un personaje que creas, le das historia, le pones edad, peso, talla, lo que le gusta; es muy didáctico. La gran mayoría que crea fursonas no las manda a hacer en trajes eso sí. Algunos sólo viven en el papel”, agrega.
Y sí, Elliot tiene su fursona: se trata de Anikun, un Shiba Inu muy parecido a él. Su personaje posee una mancha de nacimiento en la espalda como símbolo de los dos hijos que tiene en la vida real, y una alteración en el hocico que lo hace diferente al resto, lo que él también usa como una metáfora de su identidad trans y disidente. Para Elliot, Anikun es diseñador, pero también es bombero como él en sus tiempos libres. “Eso sí, en casa de herrero, cuchillo de palo: no tengo un traje de mi fursona. Pero llevo una bitácora donde escribo lo que le pasa”, cuenta.
Elliot hace hincapié en un estigma que enfrenta su comunidad y que muchas veces los opaca. “El prejuicio sobre el erotismo furro nació por un capítulo de CSI que habla sobre el fetichismo dentro de los furries, pero a un nivel burdo. El capítulo tiene corpóreos mal hechos, que son muy exprés y sin detalle, teniendo sexo en medio de la nada. Los personajes llegan y quedan todos espantados”, explica Wang, quien además cuenta que aunque efectivamente las fursonas tienen un lado sexual desarrollado en el imaginario, donde algunos incluso encuentran placer dentro de sus propios trajes, en la comunidad son muy estrictos con no dejar entrar menores de edad y cuidar a los y las niñas de ambientes peligrosos.
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Wang aclara que las personas que encargan sus trajes para uso sexual, no los llevarían puesto en una convención, donde hay niños y niñas presentes, sino que en ambientes íntimos. “Por lo general tienen dos trajes. Hay un margen de respeto grande”, reconoce.
Elliot llama a normalizar esta subcultura que frecuentemente es mirada como el bicho más raro dentro de las tribus urbanas. “Siempre hemos tenido estímulos con respecto a esto. partiendo de una empresa enorme como Disney, que siempre ha tenido animales antropomórficos o que tienen características humanas, desde Mickey, el Rey León hasta Zootopia. Tenemos este estímulo constante”.
En la comunidad también hay quienes plasman sus fantasías a través de la ilustración: “Hay algunos que les gusta el vore que es cuando devoran a otra fursona y dibujan cuando, después de tragársela, se les infla la panza. También hay quienes tienen fetiches de patas, que es el más común. Están los baby fur, que tienen fetiche con pañales y ropa de guagua, y se cuenta dentro del bondage”, dice.
“Ahora mismo estoy trabajando en el mursuit (traje hecho para poder ser usado en la sexualidad) de un cliente: él me pidió una cabeza, mitones, cierres en partes específicas del cuerpo como la entrepierna, atrás y a la altura del pecho. Me estoy abriendo un nicho ahí, no tengo problemas con ese tipo de fetiches, para mí es trabajo y no voy a discriminar, ni juzgar. Mi fin en esto es traer a la vida lo que las personas desean”, dice Elliot.