Sencillos actos rutinarios que nos producen rabia o ganas de luchar denotan nuestras ganas de igualar la cancha.

Amal Clooney, abogada experta en Derecho Internacional, se refirió ante la Conferencia de Mujeres en Texas, donde además de comentar sobre la presidencia de Trump y la acción de Estado Islámico, a los actos que las mujeres deberíamos hacer para combatir la desigualdad de género. Ella los definió esta estrategia como “actos cotidianos de feminismo”.

A propósito de su intervención, no pudimos sino preguntarnos cuáles son esas actitudes y movimientos que, a diario, nos ponen en evidencia como luchadoras involuntarias contra la desigualdad, pese a que a muchas mujeres no les gusta el término “feminista”, por asociarlo erróneamente a una forma de pensar que minimiza al hombre en lugar de buscar igualar en deberes y derechos a todas las personas.


Comienzas a pegarle codazos o a buscar con la mirada a un hombre que intenta darle un agarrón a una mujer.

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No te puedes explicar por qué, solo lo encuentras asqueroso y te pones en el lugar de quien está ahí, batallando contra el machito que aprovecha la aglomeración para pasar inadvertido. Que quieras defender a esa mujer acorralada te hace una incipiente feminista.


Te revienta que los hombres se desentiendan con el uso del condón y te pregunten “si tú te cuidas”

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Qué es más terrible que tus parejas sexuales asuman que tú tienes la responsabilidad única de prevenir embarazos (aló, ¿infecciones de transmisión sexual?), siendo que tanto hombre como mujer pueden (y deben) protegerse a través de la anticoncepción y los métodos de barrera.


Arder en rabia cuando, en Educación Física, los hombres jugaban fútbol o básquetbol y las mujeres, vóleibol o atletismo, sin posibilidad de juego mixto.

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Y todos los prejuicios asociados a que a una mujer le guste jugar a la pelota. Si la única opción cuando eras más joven era la gimnasia rítmica o un deporte que no te interesaba, es porque hay quienes creen que el fútbol no es para mujeres. Que te indigne quiere decir que ya estás cuestionando el porqué de esta disposición.


Cuando les pides a tus amigas que te avisen cuando llegan a su casa

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No podemos fiarnos ni de los taxis, y no nos quedamos tranquilas hasta que te aparece en un mensaje el “llegué bien”. No solo es amor y cariño hacia tus amigas, es comprender que enfrentamos más riesgos que el robo de nuestras pertenencia.


Cuando tu mamá te pide que pongas las mesa, sirvas los platos de tus hermanos hombres y que además termines levantándola igual

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Cuando te preguntan por tu proyección familiar y si quieres embarazarte pronto en una entrevista de trabajo

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“¿Les parece si hablamos de mi carrera profesional o de mi aporte a la empresa?”. Cada vez que hemos tenido que mentir o adaptar la idea que tenemos de futuro de acuerdo a la convenciencia del lugar al que estamos postulando, nos hierve la cabeza y nos ataca la convicción de que si fuera un hombre el que estuviera sentado aquí, no le preguntarían nada de esto.


Te dan ganas de hablar más fuerte si alguien se espanta porque estás hablando de la menstruación

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Como si no fuese algo absolutamente normal, constante e inevitable. La cara de asco que ponen algunos hombres cuando leen cosas como ésta nos dan rabia, porque nos generan inseguridad y miedo cuando estamos en nuestro periodo menstrual. Aparte de ser incómodo tener que sangrar todos los meses, no nos sumen una carga social que no nos corresponde.