Que la postura que busca la igualdad de género baje del Olimpo teórico y la superioridad moral es lo mejor que nos puede pasar.

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No se trata de echarle la culpa exclusiva a una marca que decide regalar poleras, se trata de analizar por qué lo hacen y desde dónde lo hacen. No me digan que Ripley es feminista si sigue intentando que todas las mujeres que compren en sus tiendas sean idealmente talla 38; si en toda su historia han exhibido comerciales donde pontifican ser “de los cinco continentes” y no tienen a ningún niño mapuche o gordo, por ejemplo. Las contradicciones suman y siguen, además de centrar su entrega de poleras al local más cercano al sector acomodado de la ciudad.

Lo que sí alegra respecto del intento ridículo de Ripley por mercantilizar un movimiento social más que necesario, es que no estamos dormidos. Fueron diversos los medios que repudiaron la acción, trayendo a la memoria el ataque lesbofóbico en la sucursal del Costanera Center. “Aquí no hay ropa para ustedes”, dijo el guardia del lugar a la pareja de mujeres. Les tengo malas noticias, estimados altos mandos de Ripley: no les vamos a prestar ropa.

Del mismo modo en que condeno el tratar de acaparar la atención de una causa que va en ayuda de la mitad de la población mundial, también es importante que no nos creamos dueños de la verdad. El tener mayor acceso a libros o clases nos vuelve privilegiados, pero no somos las únicas personas que pueden calificar como feministas. Más que cualquier lectura densa o complicada de entender, el feminismo es acción; es una actitud y una forma de pararse ante la vida. Si a alguien le falta sustento teórico al respecto: ¿no es mejor tratar de ayudar, conversar con él o ella y conocerlo en profundidad, en lugar de derribar su imagen ante la opinión pública?

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Esto a propósito de la carta abierta a Tomasa Del Real, quien no se considera feminista, pero al ser reggaetonera en un país que nos mata, nos segrega y nos quita espacios, que salga al escenario, con un cuerpo no aceptado por el canon Ripley, y al expresarse desde un género musical acaparado por los hombres es valorable y revolucionario. No sé si tengo el coraje de definirla como una persona poco comprometida por la causa, en especial si la periodista no contactó a la artista, se basó en las declaraciones que ante otro medio y transformó un post con alto alcance a una vendetta en prosa. En un país con una industria musical nutrida de talentos pero hundida en términos de recursos, ¿de verdad vamos a pedirle a Tomasa que se dedique a vender discos? No tiene por qué existir una manera estándar de militar.

Al respecto de este oportunismo macabro, es tiempo de quitarse la venda de los ojos. Aunque puede ser que más de alguna mujer comience a interesarse por el feminismo a propósito de esta campaña de visibilización de marca, es importante separar las cosas. Cuando miles de mujeres marchen hoy desde Plaza Italia para luchar por la eliminación de todos los tipos de violencia de género, la plana mayor de la empresa (compuesta por 20 hombres y, sorpresa, 2 mujeres) se sobará las manos mientras ve cómo un enorme grupo de compradores promocionan sus tiendas ad portas del mes donde más dinero se gasta en retail.

Nuestra enemiga no es una cantante de reggaeton, no nos engañemos. Know your enemy.