Estudiantes nos contaron el drama de ser gay en la Universidad de los Andes

En la Universidad de los Andes los gays no reciben golpes ni insultos. Por el contrario, es probable que les regalen una sonrisa y les ofrezcan ayuda…para “salir de su condición”. Las miradas y el silencio son armas en esta universidad perteneciente al Opus Dei, donde se puede ser gay, pero es mejor no parecerlo.

De callar no te arrepentirás nunca: de hablar, muchas veces.
Josemaría Escrivá de Balaguer

Por Valentina Millán y Sebastián Palma

Creada en 1989, la Universidad de los Andes es una institución privada ubicada en San Carlos de Apoquindo, uno de los barrios más exclusivos de la Región Metropolitana de Chile. Según consigna la página web, fue fundada “gracias al esfuerzo de un puñado de profesionales que soñaron con crear una Universidad en la cual estudiaran buenos alumnos, inspirados en las enseñanzas de San Josemaría, fundador del Opus Dei, cuya premisa es que todos podemos llegar a ser santos a través del trabajo bien hecho”. Es el lugar donde se proyectan las ideas del Opus Dei a las nuevas generaciones y donde “la obra” va acentuando su influencia en los futuros profesionales del país. La universidad es financiada con el aporte de los miembros supernumerarios y numerarios.

Jaime Castro tiene 22 años y vive en una pensión para estudiantes en Las Condes. Es el mayor de tres hermanos en una familia que, según sus palabras, es “increíblemente conservadora y elitista”. Su mamá lo echó de la casa hace unos meses, después de años de peleas luego de que él decidiera asumir su homosexualidad. Es alto, rubio, histriónico y alegre, pero su extrovertida personalidad le ha traído problemas durante toda la vida: sufrió de bullying en varios colegios, de los que tenía que cambiarse continuamente.

Jaime siempre supo que era gay, pero su círculo familiar, conservador y perteneciente a los Legionarios de Cristo y al movimiento Schoenstatt, no le permitía asumirlo abiertamente.

A pesar de querer estudiar teatro, entró en 2014 a la Universidad de los Andes a estudiar Publicidad obligado por su madre. “Me metí por presión porque mi mamá quería que me acercara a la religión, a la cosa de los valores, quería que me rodeara de gente cuica porque ella también lo es”, reclama.

Jaime salió del clóset al finalizar el primer semestre de su carrera, y la relación con su madre se vio totalmente quebrada. “Ella no me escuchaba, me sentía sin apoyo y un día tuve una crisis de angustia. Yo estaba llorando en mi pieza y mi mamá inventó no sé qué cuento y llegaron los Carabineros a buscarme a la casa para internarme ”. Estuvo una semana en la Clínica Católica de San Carlos hasta que los psiquiatras le dijeron a su madre que Jaime no tenía razones para estar ahí.

Nunca había tenido problemas con sus compañeros de universidad. Por el contrario, admite que la gente era amable, quizás demasiado. Hoy mira con desconfianza el trato que tenían hacia él. “Juegan mucho con ese discurso de inclusión. Dicen ‘nosotros te queremos’, pero también dicen ‘ay, pobrecito’, te dramatizan mucho, te ocupan como material de drama y tú lo único que quieres es que no sea tema”, se desahoga.

El maltrato más evidente era sentirse denigrado e ignorado por los demás. “Era visto como un bicho raro. Al final, yo no hablaba con nadie y no duraba más de cinco minutos en una conversación. Nadie me respondía cuando hablaba y nunca se daban cuenta cuando me iba. Me daban la espalda como si estuviera muerto”, recuerda.

Admite que jamás nadie le hizo algún comentario homofóbico ni fue violentado de manera directa, pero nunca se sintió incluido ni tratado como un igual. “A mí nunca me dijeron nada, porque me tratan como a un niño especial. En la Universidad de los Andes ven a la homosexualidad como un tipo de discapacidad, un problema o incluso una patología”.

Jaime congeló sus estudios en la universidad a finales del año pasado, y pretende entrar a estudiar actuación. “Me sentía como un pelícano en la jaula de un canario, así que era mejor salir de ahí”.


Los homosexuales son incapaces de ser felices

El Opus Dei es conocido por ser una de las congregaciones católicas más cerradas y dogmáticas. La obediencia, la castidad y la pureza son los valores más importantes, reflejándose en una moral sexual exagerada.

El acto sexual solo debe existir con fines de procreación. El amor, entonces, solo puede existir entre un hombre y una mujer, porque el amor de Dios se representa en la fecundación. Para el Opus Dei, la homosexualidad representa un desorden, un comportamiento “intrínsecamente malo desde el punto de vista moral”. Según la página web de la obra en Chile, “los actos homosexuales son contrarios a la ley natural” porque “cierran el acto sexual al don de la vida” y por lo mismo “no puede recibir aprobación en ningún caso”.

En una columna disponible en la página web de la universidad llamada “La Iglesia defiende la dignidad de las personas con tendencia homosexual”, el capellán Sebastián Urruticoechea deja claro que las personas homosexuales deben ser “acogidas con respeto, compasión y delicadeza” y que es deber de un buen creyente apoyar a los homosexuales a vivir su condición de manera casta. La Iglesia busca que “todos los hombres sean felices y que lleguen al cielo”, pero para lograr esto, los homosexuales deben renunciar a sus “inclinaciones” y a todo acto “inmoral”.

Para Jaime, esta falsa aceptación hacia la homosexualidad constituye una discriminación. “No te aceptan, solamente fingen. Saben que están discriminando porque no te ven como un igual, pero para no sentirse tan mal hacen ese tipo de actuación”, asegura.


Una silla de tres patas

Por obligación, todos los alumnos de la universidad tienen al menos tres ramos de doctrina católica. Según la vicerrectora María José Lecaros, “la teología es una disciplina científica igual que la química, la idea es plantearle a los chiquillos que es fundamental que la conozcan”. Es en este ramo donde los alumnos gay denuncian escuchar comentarios homofóbicos de parte de los profesores.

Fernando Barrios cursa cuarto año de Historia, y recuerda que en una clase de Teología II, la profesora Desenka Kuzmanic dijo “yo no tengo nada en contra de los homosexuales, pero es como si a esta silla -dijo levantando una- le faltara una pata”. El joven admite que se sintió violentado por el poco apoyo y que nadie dijera nada, porque “parecía ser un tema en el que estaban todos de acuerdo. Existe una complicidad entre el alumno promedio de la universidad y los profesores”, asegura.

Sin embargo, no solo en las cátedras de Teología los profesores han hecho comparaciones que algunos alumnos consideran discriminatorias. Es común escuchar a profesores discriminando mediante eufemismos y metáforas. “Nunca dicen las cosas por su nombre. Hay profesores que ridiculizan al matrimonio homosexual comparándolo con relaciones absurdas, como una zanahoria casándose con una mesa. Recuerdo que una vez el profesor Alejandro Romero, de Derecho Procesal*, dijo que las personas que creen en el matrimonio igualitario se pueden comparar con las que creen que la tierra es cuadrada”, relata otro estudiante de derecho que prefiere mantener su identidad bajo reserva.

*Nota de la redacción: Alejandro Romero en realidad es también Decano de la Facultad de Derecho. Acá sale opinando que si se aprueba el proyecto Ley de Aborto los niños con sindrome de down serán exterminados.


El silencio es el mejor aliado

Alberto está ad portas a titularse en Pedagogía y hace pocos meses asumió su homosexualidad. “Supe que era gay cuando tenía ocho y recién a los 25 pude aceptarlo y comenzar a quererme. No me gustaba lo que era”, reconoce.

Su círculo social es conservador. Estudió en el Colegio Apoquindo, uno de los favoritos de la élite para educar a sus hijos, y sus más cercanas amigas en la universidad son supernumerarias del Opus Dei. “Cuando les conté que era gay me dijeron que me aceptaban, pero que no me podían ver con un hombre. Incluso una de ellas vino a saludarme un día antes de mi cumpleaños porque no me quería ver con mi pareja”, cuenta.

Asegura que no se ha sentido discriminado por sus compañeros en la universidad, pero reconoce que no hablaría con sus profesores sobre su orientación sexual porque no lo aceptarían.

Alberto tiene promedio 6,2 y es uno de los alumnos más destacados de su carrera. Realizó su práctica profesional en un prestigioso colegio perteneciente al Opus Dei gracias a la recomendación de uno de sus profesores, y su buen desempeño le valió el ofrecimiento de trabajar ahí, con un sueldo muy superior a la media. Pero tuvo que rechazar la oferta. “El día que rechacé la pega salí con lágrimas en los ojos. Me hubiese encantado quedarme, pero sabía que mi sexualidad iba a ser un tema, que los papás se iban a enterar al día siguiente porque el círculo social es muy chico”, recuerda.

A Alberto le costó exteriorizar su condición por miedo a quedarse solo y ser rechazado por sus cercanos. Pero descubrió que el problema no era ser homosexual, sino que era hacerlo público. “Un amigo que salió del colegio donde me ofrecieron trabajo se sigue juntando con sus profesores. Un día uno de ellos fue a comer a su casa y mi amigo le contó que yo era gay. El profesor le preguntó si yo estaba muy asumido y le dijo que sí, a lo que el profesor respondió: ‘Qué pena, nos hubiese encantado seguir trabajando con él, pero como lo tiene muy abierto al mundo es imposible‘”.

Alberto narra este episodio con total naturalidad, y con una sonrisa en su rostro repite las mismas palabras que el profesor le dijo a su amigo: “El silencio es muy buen aliado en algunos casos”.


Un clóset vigilado

Varios alumnos aseguran que aunque la institución no discrimina de manera directa ni han sido víctimas o testigos de violencia a raíz de su condición sexual, no se sienten en confianza para vivir libremente su homosexualidad. Fernando y el resto de los entrevistados para este reportaje aseguran que es normal encontrar a alumnos en fiestas y en aplicaciones como Tinder y Grindr. Sin embargo, la gran mayoría de ellos sigue en el clóset.

Fernando cuenta que hay algunos compañeros que se niegan tanto a asumir su condición, que son capaces de tener polola para no ser identificados. “Estuve con un chico que no sale del clóset porque estudia derecho, que debe ser el ambiente más hostil para los gays en toda la universidad. Ahora está pololeando con una mujer porque está aspirando a cargos políticos, y por eso asumió un rol heterosexual que no le corresponde, solo para cumplir con los estándares que la universidad pide. Jamás podría tener una carrera política en la universidad si asumiera su homosexualidad”, asegura.

Uno de los principales miedos de los alumnos es tener represalias académicas y laborales, como es el caso de Alberto, que tuvo que rechazar un puesto como profesor en uno de los colegios emblemáticos del Opus Dei debido al miedo de que los padres de sus alumnos se enteraran de su condición. “Probablemente pensarían que un homosexual es un degenerado, ergo mis hijos van a ser abusados. Una reflexión muy a la rápida y absurda. Lo otro es que piensan es ‘no me parece la homosexualidad, y no quiero que mis hijos tengan un referente como tú’. Una pena, pero nada que hacer, sobre todo si académicamente eres distinguido y tienes los pergaminos para hacer bien la pega”, admite Alberto.

También pensó en aceptar el trabajo y “entrar de nuevo al clóset”, tal como había hecho durante años, pero no lo hizo para poder estar tranquilo con alguien por primera vez en su vida.

Pero a pesar de las visión del Opus Dei hacia la homosexualidad, Alberto defiende a sus profesores más conservadores y a su círculo, y resalta que es gente muy preparada. “Es gente muy trancada, quizás, que les cuesta mucho aceptar los cambios. Ellos tienen ‘su verdad’ y si conversas con uno, te va a dar vuelta con argumentos. Son cabezas brillantes, preparados como nadie”.

Jaime, también educado en un círculo conservador, concuerda con que el problema del Opus Dei radica en su negación al cambio. “Es gente que teme asumir que está equivocada. Además de la plata y la religión, son muy orgullosos, y el equivocarse para ellos es como si los mataras”.

Pero a pesar de todo, Jaime no los culpa por su pensamiento. “Yo no diría que son malas personas. Yo diría que su ideología, su crianza y todas esas cosas los han vuelto personas erróneas. No es que sean malos, es que están equivocados”, asegura.

* Todos los nombres fueron cambiados para proteger la identidad de los entrevistados. 

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