Girlboss, recién estrenada en Netflix, falla épicamente en hacerle justicia a la historia de la creadora de Nasty Gal. Ni el desfile de estrellas ni lo apasionante de la historia real logran esconder que esta serie no es más que un blanqueamiento de imagen de la joven empresaria.

Es extraño ver fallar así un producto de Netflix. Con una buena difusión y altas expectativas, Girlboss, se había posicionado dentro de los estrenos más esperados de abril. La adaptación para televisión del libro del mismo título cuenta la desventuras y éxitos de la fundadora del imperio online de moda Nasty Gal.

Pero Sophia Amoruso no se merecía una serie así.

Quizá sea porque es complejo pensar que el 2006, el año donde transcurre la primera temporada, calce bien como parte del movimiento de la nostalgia. Esa cercanía de tiempo ha sido mejor resuelta en una serie como Fargo. Pero Fargo no busca evocar nostalgia por medio de redes sociales recién difuntas. Se sabe, no hay nada tan pasado de moda, como lo que recién pasó de moda.

Ver como Sophia, la protagonista, interpretada por la incombustible Britt Robertson (Tomorrowland, Under the Dome), pasa un capítulo completo cuestionándose si poner a su mejor amiga en los “mejor 8” de MySpace es una buena estrategia de marketing es incomible.

Por más que el peso de la serie recaiga en el poder de la actriz principal y en una que otra aparición ocasional de RuPaul como el vecino de Sophia y a Dean Norris (Hank en Breaking Bad) como su papá, la trama es insufrible. Tratar con la moda y los negocios ya tiene un estigma suficientemente alto que otros productos audiovisuales han logrado sorteado de mejor manera: The Devil Wears Prada, con una Meryl Streep como la malvada editora de moda Miranda Presley y a Anne Hathaway como la no-tan-inocente Andy Sachs; Zoolander, una parodia de culto al modelaje masculino, y Sex and the City, donde la ropa y los zapatos son otro personaje más de la serie de HBO sobre la vida de cuatro mujeres mayores de 40 en Nueva York. Tampoco olvidemos a la tierna The Intern, donde Robert de Niro hace la práctica en una ondera start-up de moda de Anne Hathaway.

Existe una frivolidad en cómo está construido el mundo de Girlboss que ni siquiera una ciudad como San Francisco, de por sí contradictoria por intentar mantener una vida de barrio en oposición a las cientos de start ups que nacen cada día en sus calles, puede hacer brillar. Sophia cree que la vida adulta significa entregar tu alma a la muerte, pero al empezar su carrera en eBay solo se la entregó al dinero. Hay una escena en que la protagonista y su blando prospecto amoroso Shane (Johnny Simmons) están teniendo sexo en una cama llena de dólares, pero ninguno de los dos entiende realmente el valor de ese dinero y el poder que les otorga. Si Tony Montana viera esto estaría decepcionado.

Ni siquiera el vernos reflejados por primera vez como generación millennial en una serie de época es suficiente para perdonar que esta historia es un blanqueamiento de la propia vida de Amoruso, que sirvió como productora ejecutiva junto a Charlize Theron. En el libro, que fue lanzado en 2014 y se convirtió en un éxito de ventas, la magnate cuenta su historia de mala suerte previa a crear Nasty Gal, en donde pasó desde tener un par de trabajos fuera de lo común a robar en tiendas y comer de basureros. Esa alma de punketa desaparece, porque la serie no se hace cargo de la personalidad de su creadora y termina construyendo un monstruo sin alma, obsesionado por la plata y el reconocimiento.

Quizás ésta sea la verdad y no la memoria que escribió la fundadora de Nasty Gal, y después de todo, las acusaciones de mal ambiente laboral de la empresa tengan fundamentos y el hecho de que la empresa se haya declarado en quiebra en noviembre de 2016 sean parte de la personalidad dinamita de Sophia Amoruso, que pareciera condenada a ir quemando naves a su paso, inclusive esta serie.

Girlboss, una serie para los que quieren sus Blackberrys de vuelta.

https://www.youtube.com/watch?v=g-U2G280kmI