Este miércoles se estrenó en Netflix, Nadie sabe que estoy aquí, la ópera prima del director chileno, Gaspar Antillo y que al actor Jorge García (“Lost” y “Hawaii Five-0”) como protagonista.
El film cuenta la historia de Memo (Jorge García), quien fue un artista infantil en la industria musical latina de principios de los 90.
Décadas después, vive recluido en el sur de Chile junto a su tío Braulio (Luis Gnecco) y apenas se comunica con el mundo exterior. La inesperada aparición de Marta, una mujer que cambia su mundo para siempre, lo obliga a enfrentar el oscuro incidente que destruyó su vida.
La película que cuenta con la producción de los hermanos Pablo y Juan de Dios Larraín (Fábula) y la musicalización de Carlos Cabezas, ya fue galardonada en el Festival de Cine de Tribeca, donde Gaspar Antillas obtuvo el reconocimiento como Mejor director en Nuevas Narrativas.
Pousta conversó con Luis Gnecco sobre su participación en Nadie sabe que estoy aquí, su experiencia de trabajo junto a Jorge García y su reflexión sobre el mensaje que entrega la cinta.
¿Cómo fue interpretar el personaje de Braulio en la película?
Fue una buena experiencia por la relación con Gaspar, que es muy entusiasta, muy embalado, muy puntilloso. Tiene mucha energía para dirigir, lo que es muy novedoso. Además, conocía muy bien el personaje. Como director te da mucho feedback respecto a lo que estás haciendo, entonces, era muy claro, muy tranquilizador, en todo momento. Nunca me quedé con dudas.
Con Jorge, a pesar de que él estaba muy metido en su personaje, hablábamos. Se dio una relación muy fácil porque él es un tipo muy amable. La relación entre el tío y el sobrino se dio muy fácil. La energía fluyó rápidamente entre nosotros. Muchas veces eso no sucede tan rápido. Sobre todo para él, que venía a un lugar desconocido. Él había estado en Chile hace muchos años atrás. Estaba un poco tímido al principio, pero todo avanzó bien debido a que el director hacía que la relación también fluyera.
Además había un buen guión que permitía jugar e improvisar.
Me llamó la atención la diferencia entre la relación de Memo con su padre y la que tenía con Braulio. ¿En qué crees que se diferencia el cariño entre estas dos figuras masculinas?
Bueno, en que uno traicionó su confianza y otro fue el que lo contuvo. Si bien es cierto, esa figura de contención era el padre cuando Memo era chico. Pero también fue una figura que cuando pudo aprovecharse de él, es decir de su voz, lo hizo. Entonces, su tío fue el que lo recibió, el que le dio el verdadero cariño de padre, la contención que él necesitaba sin pedir nada a cambio. Entonces, es muy bonita esa dualidad que hay en la historia.
¿Cuál crees que es el mensaje o la reflexión que trata de transmitir esta película?
No me hago este tipo de preguntas. En general, no es algo que yo haga. Me cuesta, hay gente que lo hace inmediatamente. Sale de ver una película y dice “mira, aquí vemos esto” es como el resumen en una idea de la película. A mi me cuesta eso, yo prefiero actuar y por ahí ni siquiera verla. Me gusta el proceso de estar ahí, del guión, del rodaje, todo eso previo. Eso verlo traducido a un resultado final es bonito.
Si me pides que reflexione, es una película que tiene que ver con solucionar eventos de un pasado que quedaron abiertos. Tiene que ver con eso si uno quisiera ver un mensaje. Hay una pulsión en Memo, media trágica, media dolorosa, de estar pegado con ese pasado. Hasta que, finalmente, toma una decisión. Su tío lo ayuda, lo comprende y lo apoya, con todo lo doloroso e incierto que puede ser y él desde su timidez extrema toma esa decisión y va y reivindica por sí sólo lo que se le quitó, su voz y su cuerpo.
Es bonito eso, saldar valientemente una cuenta con el pasado, donde había una fractura abierta.