Aunque entre heteros y la tele lo han alumbrado mucho, al punto de volverlo peligroso, Grindr sigue siendo un espacio de discusión política sexual.
Por Josecarlo Henríquez
Grindr ha sido una herramienta cibernética fundamental para mí y muchxs colegas. Luego de Manhunt y el mítico Gay Chat, Grindr se ha convertido en una plataforma perfecta para hacer negocios, no sólo el sexo casual gratis ni el pololo de turno; he visto perfiles que ofrecen pan integral, técnicos en informática, enfermeros ofreciéndose para pinchar a quien lo necesite, masajistas profesionales y prostitutxs (o masajistas eróticos), entre un montón de otros servicios.
Hace poco salió un reportaje en la tele sobre Grindr y su gran oferta de drogas. Me parecía evidente que sucedería algo así en algún momento. Internet funciona de forma contagiosa, en velocidad virulenta y es imposible que permanezca estática cualquier funcionalidad de cualquier app. Aunque la ciber-ilusión sea lo contrario, Internet es bastante controlado, siempre está en vigilancia.
Que los heterosexuales ahora usen Grindr no es novedad.
Las aplicaciones no le pertenece a nadie más que a sus dueños y sus dueños quieren dinero, no son guardianes de alguna impenetrable comunidad gay. Se supone, según mis amigas maricas usuarias de Grindr, que por culpa de los heteros se funó la aplicación. Hubo un momento donde la aplicación se masificó a un público no sólo gay. Yo tengo amigas biomujeres que usan Grindr y he conocido a chicos heteros que la descargan para “probar”. Para mis amigas travestis también es una aplicación bastante útil. El público hetero de Grindr consume harto travestismo. Pero también en ese mismo público hetero hay hombres violentos que han asaltado y golpeado a muchas amigas travestis y maricas, a varios putos y masajistas de Grindr nos han hecho creer que son clientes y sólo quieren joderte, hacerte una mala broma o violarte y quitarte la plata. La violencia entre maricas también existe, pero claramente son heterosexuales quienes nos golpean haciéndose pasar por clientes en la aplicación.
Grindr es un espacio de disputas ideológicas. Es una especie de foro; cada descripción de perfil un tema a discutir. Si Grindr fuera una discusión, sería filuda y política y gritona. Creo que uno de los devenires de estas aplicaciones para encontrar “amigos con posibilidades sexuales” tiene que ver con poder dar tu opinión respecto a lo que te molesta, lo que deseas, lo que te pone morboso, lo que te parece ordinario, pobre, de mal gusto, ejemplar, etc. La posibilidad de escribirle a otro lo que te molesta de su descripción, discutir un par de minutos o bloquear usuarios para no volver a topártelos por el ciber-vecindario. Cada cierto tiempo recibo en Grindr mensajes violentos o, al menos, mala onda. A veces respondo el palabreo, pero la mayoría de las veces prefiero bloquear a esos perfiles que te escriben para insultarte y no para ofrecer alguna cita express, o por lo menos, una foto porno.
Es inevitable la pugna cuando decidimos relacionarnos. De la forma que sea como nos relacionemos, siempre la pugna. Lo que me gusta de Grindr tiene que ver con esas deformaciones. La linealidad incorruptible no existe en internet. En Grindr también se discute de política sexual.